Después de la experiencia de la pandemia por efectos del COVID-19, y la imposibilidad de los sistemas educativos de todo el mundo de mantener la presencialidad, la mirada sobre las herramientas tecnológicas aplicadas a la enseñanza ha crecido exponencialmente. Y allí tenemos la Inteligencia Artificial (IA) que aparece como un soporte de gran potencial, y a su vez los interrogantes sobre ventajas y riesgos de su utilización. Obviamente si la IA se utiliza en marcos de equidad e igualdad de oportunidades sea bienvenida. Siempre evitando los riesgos de que se promueva un ensanchamiento de las brechas tecnológica que ya existen, dentro de cada país y entre naciones, o se vulneren derechos.
La IA ha demostrado, en algunos países, ser una herramienta importante para la gestión de instituciones educativas. Planificación, horarios, controles, calificaciones, gestión de datos, son algunos de los aspectos que se trabajan. El seguimiento particular del desenvolvimiento de los alumnos puede ser útil para poner el foco en aquellos que requieren mayor atención.
En la actualidad existen un sinnúmero de recursos educativos disponibles en internet, que sería difícil para un docente, sin ayuda de la IA, gestionar para seleccionar aquellos mas apropiados a sus clases.
Incluso se han desarrollado los denominados Sistemas de Tutoría Inteligente para seguir el trabajo de cada alumno en particular. Pero todavía se requiere un desarrollo mas amplio de estos sistemas, ya que aun poseen una mirada muy tradicional del aprendizaje solamente como un logro individual.
De todas formas, el control del desempeño de alumnos y docentes con estos instrumentos necesitan un debate profundo para preservar cuestiones que entran en el campo de la ética, y, en cierta medida de las normas laborales. La utilización intrusiva de dispositivos en las aulas para monitorear mediante IA las reacciones es, en principio, inaceptable.
Empoderar a los docentes debería ser un objetivo del uso de la IA, y no su reemplazo por programas informáticos. Por ello su capacitación para poder dirigir la enseñanza con estas características es fundamental.
Algunas tareas como la evaluación y las correcciones de exámenes podrían automatizarse. El debate se plantea en hasta que punto el objetivo debería ser reemplazar tareas docentes y que papel pasaría a ocupar el educador en ese contexto. Para la Unesco, al analizar estas situaciones, queda claro que el papel social que cumple el maestro en el aula es irremplazable.
El desarrollo de la IA es muy costoso. Una simple consulta, generar una imagen o entrenar un modelo consumen gran cantidad de energía. Además, están los centros de datos. En el 2030 entre el 2% y 4% de la electricidad en el mundo será destinada a la IA. Otros estudios sugieren consumos menores. De todos modos, los intereses económicos relacionados con la IA son muy fuertes e inciden en las distintas proyecciones.
Entonces el uso ético, inclusivo y equitativo de la IA es lo que debería alcanzar. La equidad a la que hacemos referencia abarca términos como género, discapacidad, condición socioeconómica, posición geográfica y etnia. La privacidad y los datos personales de los alumnos y, eventualmente, el uso que se haga de sus aprendizajes retroalimentando la IA son temas en discusión.
Los desarrolladores de IA y sus jefes, que establecen las líneas a seguir, no siempre tienen como prioridad el bien común sino los aspectos económicos. Y aquí se imponen sesgos sobre la información que nutre la IA, los datos que generan algoritmos, y el derecho a la protección de los registros de cada persona.
Por ello la IA no es infalible y requiere siempre de una supervisión.
De este modo, un nuevo desafío se abre para la legislación y reglamentaciones, aplicables a los sistemas educativos. para el uso responsable de estas tecnologías.