No es común que llueva en las nacientes de noviembre, pero cuando lo hace dicen que son las almitas que andan llorando. Y para la víspera de Todos Santos no sólo llovió sino que cayeron los enojos de los truenos sobre los cerros. Entonces dicen que cuando las nubes bajan es que andan llegando las almitas.
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No es común que llueva en las nacientes de noviembre, pero cuando lo hace dicen que son las almitas que andan llorando. Y para la víspera de Todos Santos no sólo llovió sino que cayeron los enojos de los truenos sobre los cerros. Entonces dicen que cuando las nubes bajan es que andan llegando las almitas.
Lo harán en la noche, transitando por esa escalera de pan que está al tope de la mesa sobre las otras ofrendas. Y lo harán tanto por las ofrendas como por ese estarlos esperando que hace al cariño y a la fidelidad a una cultura.
Porque en Todos Santos se recibe a las almitas pero a la vez se cumple con el mandato de los abuelos que enseñaron las tradiciones.
Será dependiendo de cómo fue la vida del difunto, pero hay mesas calladas con sus rezos y murmullos y otras abiertamente alegres.
En la que esperaba la visita del Lobo Lozano, cada anécdota culminaba en risas y acaso ese sea el mejor resumen de una vida.
Entonces la copla y el canto pasan a ser también aquella ofrenda con que se los recibe.
Almas nuevas
Las almas nuevas con la comida cuyo sabor aún les debe estar quedando, aquellas otras que se van alejando con los años y cada vez nos necesitan menos, el mapa de las mesas que lleva a la gente por las calles nocturnas porque hay que llegar al alba con cantos que señalan aquel lugar Más Allá del Sol y juegos en los que nos reímos de la vida hasta el alba, cuando al levantarse la mesa se reparten las ofrendas y se visita el cementerio.