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Francisco la hace difícil

Sabado, 28 de septiembre de 2024 01:01
SUMO PONTÍFICE | EL PAPA FRANCISCO.

El Papa Francisco no puede con su genio, y reiteradamente, cede su condición de Vicario de Jesucristo, Supremo Pontífice de la Iglesia Universal, jefe y guía espiritual de casi 1.400 millones de personas, para volver a ser simplemente, nada más y nada menos (y sólo eso) que el jefe del Estado Vaticano, otro líder político entre los líderes políticos importantes del planeta. O acaso vuelve a calzar las sandalias militantes de aquel Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, que fuera consagrado cardenal por el Papa Juan Pablo II.

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El Papa Francisco no puede con su genio, y reiteradamente, cede su condición de Vicario de Jesucristo, Supremo Pontífice de la Iglesia Universal, jefe y guía espiritual de casi 1.400 millones de personas, para volver a ser simplemente, nada más y nada menos (y sólo eso) que el jefe del Estado Vaticano, otro líder político entre los líderes políticos importantes del planeta. O acaso vuelve a calzar las sandalias militantes de aquel Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, que fuera consagrado cardenal por el Papa Juan Pablo II.

El 16 de este mes, por la mañana, recibió en Roma a la cúpula de la CGT encabezados por Pablo Moyano (camioneros), Héctor Daer (sanidad) y Andrés Rodríguez (Upcn), los que durante media hora le plantearon un cuadro crítico de la situación socio económica del país generada por las políticas de Javier Milei. El mismo día, por la tarde, recibió durante una hora, a la ministra de Capital Humano del gobierno libertario, Sandra Pettovello, quien le presentó un detallado informe de cómo encontró y cómo está administrando las sensibles y complicadas áreas que gestiona. En ambos casos, el Papa agradeció a las visitas, sólo respondió con un "gracias" y la oficina de prensa vaticana tampoco emitió ni comentarios ni opiniones.

Pero el viernes 20, Francisco presidió un encuentro con los miembros del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, a diez años del primer encuentro de movimientos populares en El Vaticano. Un protagonista excluyente resultó una vez más el dirigente piquetero Juan Grabois, a quien Francisco, endulzó los oídos denunciando que "le habían" contado que un funcionario argentino, sin precisar quién ni cuándo, había pedido coimas (¿"Cuánto hay para nosotros"?); luego criticó el protocolo antipiquetes durante la protesta popular por el veto a la reforma jubilatoria, argumentando: "En vez de pagar justicia social, pagaron el gas pimienta". Ya despojado de su rol ecuménico casi rozando el rol de militante político que tanto se le cuestiona en Argentina, el jefe del Estado Vaticano se hizo pasible a que las reacciones en Argentina lo traten de cipayo y traidor a la patria. Y hasta en las redes sociales le recordaron el desafío maradoniano: "Para pagar la justicia social. Done el oro del Vaticano, Padre". Después de las descomunales exageraciones, todos los protagonistas, trataron de clausurarlas. Y Bergoglio agregó: "Si no hay buenas políticas, que afiancen la justicia social para que todos tengan tierra, techo, trabajo, un salario justo y los derechos sociales adecuados, la lógica del descarte material y humano se va a extender, dejando a su paso violencia y desolación. Téngalo en cuenta a eso". El Presidente Milei dio la orden de no confrontar y el vocero presidencia Manuel Adorni dijo: "No compartimos su visión, pero el respeto es total". Su Santidad, de nuevo en el centro de su poder universal, reiteró con humildad su clásico pedido: "Recen por mí".

El Papa argentino, mejor que nadie, debe saber la enorme repercusión política que sus palabras tienen en una sociedad ardida como la nuestra, y que sus dichos suelen abrir enormes grietas antes que cerrarlas. Y que los remedos de los latigazos bíblicos que descarga sobre los modernos "mercaderes del templo", son tan feroces hoy, como fueron inexistentes antes, cuando durante años gobernaron quienes parecen cubiertos por el manto de una pontificia indulgencia plenaria, y exculpados de toda responsabilidad por la monumental herencia entregada. Por eso, qué difícil se les hace a los argentinos comprender posiciones tan parciales y consustanciadas con un modelo de progresismo populista fracasado. Y más difícil para los católicos más fervientes, tratar de explicar tan manifiesta arbitrariedad. Todos tienen el derecho a protestar, y el Estado la obligación de escuchar y responder, dentro de carriles civilizados y sin justificar ninguna clase de violencia. Y nadie mejor que el Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, para interceder por la felicidad de su pueblo. Por eso, aún contrariados o en el disenso, con todo respeto, los argentinos rezan por Francisco.

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