Por largos períodos, la humanidad ha vivido en un modo casi automático, una forma de existencia regulada por la repetición, por lo previsible, por esa "zona de confort" que, aunque muchas veces incómoda o dolorosa, ofrecía la ilusión de estabilidad. Erich Fromm (1941) ya advertía sobre el "miedo a la libertad", esa ansiedad existencial que se despierta cuando el ser humano es confrontado con la responsabilidad de elegir, de crear, de transformarse. En este marco, la estabilidad del pasado era una forma de defensa inconsciente ante la vastedad de lo posible.
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Por largos períodos, la humanidad ha vivido en un modo casi automático, una forma de existencia regulada por la repetición, por lo previsible, por esa "zona de confort" que, aunque muchas veces incómoda o dolorosa, ofrecía la ilusión de estabilidad. Erich Fromm (1941) ya advertía sobre el "miedo a la libertad", esa ansiedad existencial que se despierta cuando el ser humano es confrontado con la responsabilidad de elegir, de crear, de transformarse. En este marco, la estabilidad del pasado era una forma de defensa inconsciente ante la vastedad de lo posible.
Pero las épocas actuales nos colocan frente a una sociedad líquida (Bauman, 2000), donde las estructuras ya no son sólidas, donde todo cambia rápidamente y donde lo efímero, la imagen y el aparentar parecen tener más valor que el ser. La cultura del espectáculo y del rendimiento ha reemplazado al cultivo del ser, empujando a las personas a vivir desde la comparación y la desconexión. Esta sociedad, hiperestimulada y fragmentada, ha generado nuevas formas de malestar: ansiedad crónica, fatiga existencial, soledad, vacío.
Frente a este escenario, existen dos caminos posibles: 1- Incrementar el sufrimiento desde la resistencia, intentando que todo permanezca igual, aferrándonos con nostalgia a un pasado idealizado. 2- Abrazar el caos como oportunidad. Ver en la ruptura una posibilidad de renacer, de salir del modo automático y emprender un viaje hacia la conciencia.
Y aquí surge una pregunta crucial: ¿Desde qué lugar mirás la vida? ¿Eres un observador atrapado en la crítica, la víctima o el sobreanálisis? ¿Proyectas tu pasado en cada nueva experiencia? Como en el mito de la caverna de Platón, muchos viven en el mundo de las sombras, sin darse cuenta de que existe otra realidad posible, más luminosa y liberadora.
Desde la neurobiología, sabemos que el cerebro está diseñado para la supervivencia, no para la felicidad. El sistema nervioso tiende a conservar energía, a repetir patrones conocidos, porque trazar nuevas conexiones sinápticas implica un gasto metabólico elevado (Doidge, 2007). La neuroplasticidad existe, pero requiere intención, práctica y tiempo. El cambio profundo incomoda porque activa regiones del cerebro asociadas al miedo, como la amígdala. Sin embargo, también tenemos circuitos capaces de activar emociones de expansión y gratitud, como el sistema de recompensa dopaminérgico y el nervio vago, clave en la regulación emocional.
Practicar la gratitud activa la corteza prefrontal medial y fortalece los vínculos sociales, generando una cascada neuroquímica que incluye dopamina, oxitocina y serotonina (Zahn et al., 2009). Es decir, agradecer no es sólo un acto espiritual o moral: es una estrategia de salud mental y fisiológica. Nos conecta con la resiliencia, con la percepción de recursos internos y con una visión más amplia de la vida.
Como dice Eladia Blázquez en su inolvidable canción: "No permanecer y transcurrir, no es perdurar, no es existir, ni honrar la vida". La vida es agradecer, es abrirse a la totalidad de la experiencia humana, no sólo a lo agradable o exitoso. Es dejar de invertir energía en lo que no fue como esperábamos, y empezar a mirar con nuevos ojos incluso aquello que dolió.
Porque en cada pérdida hubo también una lección. En cada herida, una oportunidad de fortaleza. En cada vacío, una posibilidad de expansión. Agradecer lo que fue, lo que no fue y lo que será, es abrazar la totalidad del camino.
Veamos algunos ejercicios Prácticos: Agradece por lo que hoy puedes ver y valorar en tu presente. ¿Qué momentos, vínculos, aprendizajes o detalles cotidianos puedes agradecer aquí y ahora?
Haz un listado de agradecimientos a tu pasado. Incluye tanto momentos felices como decisiones difíciles, personas que estuvieron, y aquellas que se fueron. Observa cómo eso ha contribuido a tu camino.
Agradece lo que en su momento no pudiste agradecer. Eso que fue doloroso, injusto, duro. Pregúntate: ¿Qué capacidad desarrollé gracias a esa vivencia? ¿Qué parte de mí se fortaleció con eso?
¿Qué te das cuenta luego de este ejercicio? Y cierro este artículo trayendo esta imagen final: "La semilla y el invierno".
Piensa en una semilla. En apariencia frágil, pequeña, enterrada en la oscuridad. Durante el invierno, parece que nada ocurre. Pero en el silencio, en el frío, en lo invisible... algo germina.
A veces, lo que parece final es el inicio. Lo que dolió fue abono. Y lo que agradecemos, incluso sin entenderlo del todo, es lo que nos convierte en seres profundamente vivos. Deja tus comentarios, y escribí que tema te gustaría que desarrolle para vos.
Si vos tendrías que titular este artículo: ¿Cuál de todos estos títulos te resuena más y por qué?
Honrar la Vida: Salir del Automático y Agradecer lo Inesperado. Del Miedo al Cambio a la Gratitud Consciente. Agradecer para Sanar: Neurobiología de una Nueva Mirada. Neurobiología del Cambio y la Gratitud: Cómo Transformar el Dolor en Recurso. El Cerebro, el Caos y la Esperanza: Una mirada desde la psicología del presente. Cuando la Semilla Agradece al Invierno. La Luz que Nace del Caos: Agradecer para Evolucionar. Ver con Nuevos Ojos: Gratitud, Conciencia y Transformación.