Llegó y pasó el final de otro año, y con él, esa sensación de cierre que nos invita a reflexionar sobre lo que hemos vivido. Los días parecen correr más rápido en diciembre, como si supieran que el calendario está a punto de renovarse.
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Llegó y pasó el final de otro año, y con él, esa sensación de cierre que nos invita a reflexionar sobre lo que hemos vivido. Los días parecen correr más rápido en diciembre, como si supieran que el calendario está a punto de renovarse.
En el aire se mezcla la nostalgia con la ilusión, un susurro constante que nos recuerda que estamos en el umbral entre lo que dejamos atrás y lo que está por venir.
El año que terminó ha sido un viaje. Un trayecto lleno de momentos significativos, aprendizajes y también, por qué no, de desafíos que nos hicieron tambalear. Quizá hubo días en los que sentimos que el mundo se desmoronaba bajo nuestros pies, y también otros en los que la vida nos sorprendió con una risa inesperada, con un abrazo que llegó justo a tiempo.
Así son los finales: un mosaico de emociones que nos invita a mirar hacia adentro y reconocer nuestra capacidad de caminar, aunque el camino no siempre sea claro. Cerrar un año no es sólo despedir los días que pasaron, es honrar lo que hemos sido. Es detenernos para agradecer lo vivido, incluso aquello que dolió. Porque el dolor, aunque difícil, nos transforma; y las alegrías, grandes o pequeñas, son las luces que nos guiaron en medio de la incertidumbre.
Mientras hicimos ese balance interno, el nuevo año ya asomó por el horizonte, prometiendo nuevos comienzos. En la medianoche del 31 de diciembre, cuando el reloj marcó las doce, se abrió una puerta hacia lo desconocido, un territorio lleno de posibilidades que aún no hemos explorado.
Esa transición, ese instante en el que todo parece detenerse para luego arrancar con fuerza renovada, es un recordatorio de que los finales siempre traen consigo un principio. ¿Qué significa para vos este nuevo comienzo? ¿Qué sueños guardás en tu corazón? Tal vez sean proyectos que dejaste a medio construir, metas que se aplazaron por las circunstancias o anhelos que hasta ahora no te habías atrevido a nombrar. Sea lo que sea, el año nuevo es una invitación a creer de nuevo, a apostar por nosotros mismos con la confianza de quien sabe que todo es posible.
Pero no olvidemos que un nuevo comienzo no requiere perfección. No necesitamos tenerlo todo resuelto antes de dar el primer paso. La magia está en avanzar, aunque sea despacio, en confiar en que cada pequeño esfuerzo cuenta y en aceptar que los errores también son parte del camino.
Este año nuevo es un lienzo en blanco, pero no estamos obligados a llenarlo de inmediato. Tal vez el propósito más grande sea, simplemente, aprender a escuchar nuestra propia voz, conectar con lo que realmente importa y darte permiso para ser, sin juicios ni prisas.
Porque al final, la vida no se mide en grandes logros, sino en la autenticidad con la que nos atrevemos a vivirla. Mientras levantamos nuestras copas y sentimos la calidez de las personas que nos rodean, recordamos que el verdadero festejo no está en las luces ni en los brindis, sino en la gratitud.
Gratitud por los días que nos formaron, por quienes caminaron con nosotros, por el amor que dimos y recibimos. Y, sobre todo, gratitud por la promesa de un nuevo amanecer, de más oportunidades para crecer, amar y disfrutar. Los finales nos enseñan a soltar, y los principios, a recibir. Entre ambos hay un espacio sutil, un instante de silencio que nos conecta con lo esencial. En ese momento, cuando el ruido del mundo se apaga, podemos escuchar el susurro de nuestras almas recordándonos que estamos aquí para crear, para amar y para vivir plenamente. Este nuevo año, que sea un tiempo de renovación, de encuentros con nosotros mismos, de sueños que toman forma y de días que, aunque imperfectos, estén llenos de sentido. Porque al final, lo único que necesitamos para empezar es un corazón dispuesto a intentarlo de nuevo. Namasté. Mariposa Luna Mágica.