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La evolución del padre

Lunes, 17 de junio de 2024 01:04

 

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“¿Qué haces?”, pregunta el hombre mientras se acerca lentamente al niño. “Estoy haciendo un caminito para las hormigas”, dice el pequeño, sin levantar su mirada, concentrado en la faena. Con una pequeña rama de árbol delinea un fino sendero entre las plantas, abajo de los geranios. El hombre se sienta a su lado, lo observa en la penumbra, no se atreve a interrumpir tanta concentración. Pero se hace tarde, y está refrescando.

“¿Te falta mucho?”, “¡sí, me falta!” contesta el pequeño, aún con la ramita en la mano. “¿Sabías que las hormigas son muy fuertes?, pueden levantar hasta cincuenta veces su propio cuerpo”, dice, sin interrumpir su actividad. “Además, sirven para un montón de cosas buenas para la tierra. No solo viven para picar”, agrega levantando la voz y su mirada a la vez, apuntando al hombre con su varita mágica y ajustando el entrecejo. “¡Así que no deberías matarlas!”, interpela, exige.

“Tienes razón”, afirma el padre, “¡gracias por enseñarme tanto!”, mientras lo levanta del suelo, “pero ya es hora de baño, cena y enseguida a la cama. Mañana hay colegio”. El resto de la noche continúa de manera habitual, el padre cocina, baña a su pequeño hijo, lo peina, cena con él, lo acuesta, leen juntos un libro, lo despide con un beso y un “hasta mañana, campeón”. Y, aunque esta rutina suene de lo más normal, debemos reconocer que, efectivamente, los padres han evolucionado. Nuestros “viejos” no fueron así, no todos. La mayoría de ellos se la pasaba trabajando, asegurando el sustento de la familia, y tenían poco tiempo para el disfrute. Hicieron lo mejor que pudieron, con las herramientas que contaban, y dejaban en manos de las madres los asuntos cotidianos. Pero un día, no se sabe muy bien cuándo, los padres empezaron a meter sus narices entre pañales, burbujas, visitas a pediatras, juegos con bloques, columpios de plazas, actos de colegios.

De a poco, fueron descubriendo esa emoción única que genera la sonrisa de tu hijo saludando con efusividad desde el disfraz de árbol sobre el escenario. O la mirada emocionada del pequeño cuando acaba de hacer un gol, y se da vuelta para buscar la sonrisa y el puño en alto de sus padres. Encontraron que no podían, no querían, perderse ninguno de esos momentos únicos, irrepetibles, imprescindibles. Entonces empezaron a meterse en las reuniones de padres, en la organización de fútbol del barrio, en la preparación de la comida, y en los actos de la escuela. El padre de hoy busca con ansias los momentos libres para compartir con sus hijos, hace trencitas, saca piojos, prepara luncheras, viste princesas y las lleva a su clase de ballet.

El padre de hoy no se lamenta por interrumpir una cena, y cruza la ciudad en medio de la noche para buscar a su adolescente en el boliche, organiza asados para una tropa de hambrientos jovencitos, baila orgullosamente el vals con su quinceañera y se desvive porque encuentren su pasión en la vida. Sí, el padre ha evolucionado, y ayer fue su día. Por eso, felicitémoslos, reconozcamos su amor incondicional porque, señoras y señores, estamos ante la mejor versión de padre que se ha visto en la historia de la humanidad.

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