16°
26 de Junio,  Jujuy, Argentina
PUBLICIDAD

Detenerse y observar

Lunes, 21 de octubre de 2024 01:01

Hoy me han dado ganas de escapar de la oficina, soltar las cuentas, los problemas y las malas caras, para salir a caminar. Era eso, o asesinar a alguien. La mala onda se contagia más rápido que el covid y la varicela juntos.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Hoy me han dado ganas de escapar de la oficina, soltar las cuentas, los problemas y las malas caras, para salir a caminar. Era eso, o asesinar a alguien. La mala onda se contagia más rápido que el covid y la varicela juntos.

Apenas salgo a la calle, me felicito por la decisión que he tomado. La primavera inunda las calles de la ciudad, que huelen a azahares, a pay de limón, a cafecito recién hecho. Camino unas cuadras hasta llegar al parque y me siento a observar a mi alrededor. Una niña pequeña, sentada con las piernas cruzadas sobre el verde pasto recién cortado, pliega un papel una y otra vez, con sus manitas suaves, las uñas semi pintadas de rosa y el pelo despeinado. Quiere hacer un avión, pero el papel se resiste y solo espera el momento inevitable de caer hecho un bollo en el cesto de basura con el signo de “reciclables”.

Otro niño pequeño, corre y salta, estirando brazos y manos lo más alto que puede. Intenta atrapar una mariposa amarilla que se escapa orgullosa entre las ramas de los árboles.

La madre lee un libro, sentada en un banco de hierro, bajo un ceibo cargado de flores. Cada tanto levanta la vista para asegurarse de que sus dos hijos siguen estando dentro del área segura, un par de metros al que podría llegar con solo tirarse de cabeza o con un pique rápido. El sol se cuela entre las ramas y una brisa suave mueve las hojas de su libro, los capullos y las flores de este parque cuidadosamente mantenido en medio de la ciudad.

Otros niños corren de un lado a otro, algunos tras una pelota, otros tras un perro salchicha que ladra nervioso e impaciente. Un par de gorriones se acercan a beber de la fuente donde la estatua de una mujer alegre sostiene un jarrón por el que cae un chorro constante de agua fresca.

Respiro profundo, muevo la cabeza levemente hacia atrás, cierro los ojos, dejo que el sol acaricie la piel de mi rostro, de mis brazos y manos. Recuerdo lo que me enseñó una amiga y me quito los zapatos para que mis pies descalzos toquen el pasto, la tierra húmeda. Instantáneamente, una energía fresca entra por mis terminaciones nerviosas, mientras me concentro en respirar, pausada y profundamente. De fondo, escucho la risa de los niños, el ladrido del perro salchicha, el aleteo de los gorriones, el agua que cae incesante y el crujido triste del papel que sigue resistiéndose a ser avión. Esta es la vida, tan simple, tan gratis, tan generosa y alentadora.

A veces es solo cuestión de observar a nuestro alrededor, saber valorar los pequeños grandes tesoros que nos rodean, la cantidad de belleza que carga la simplicidad de la risa de un niño, el abrazo de un anciano, un “gracias” o un “te quiero” recibidos a destiempo. A veces, solo con detenernos, observar y valorar, podemos cambiar nuestro día.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD