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26 de Junio,  Jujuy, Argentina
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Consejos de la abuela sabia

Domingo, 13 de octubre de 2024 01:01

Mi abuela tenía una salud de hierro, física y mentalmente. Cuando cumplió los noventa y tres años, el editor del periódico del pueblo le hizo una entrañable entrevista que quedó grabada en la memoria de la familia. Recuerdo aquella tarde como si fuera ayer. Los tres hijos y nueve nietos adolescentes y jóvenes, mirábamos divertidos desde el viejo sillón de la abuela, cómo aquella señora de pelo completamente blanco, piel arrugada y sonrisa dulce, vestida con una coqueta camisa blanca de volados y una mañanita tejida sobre sus hombros, se paseaba cómoda, pícara y soberbia entre las preguntas del entrevistador:

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Mi abuela tenía una salud de hierro, física y mentalmente. Cuando cumplió los noventa y tres años, el editor del periódico del pueblo le hizo una entrañable entrevista que quedó grabada en la memoria de la familia. Recuerdo aquella tarde como si fuera ayer. Los tres hijos y nueve nietos adolescentes y jóvenes, mirábamos divertidos desde el viejo sillón de la abuela, cómo aquella señora de pelo completamente blanco, piel arrugada y sonrisa dulce, vestida con una coqueta camisa blanca de volados y una mañanita tejida sobre sus hombros, se paseaba cómoda, pícara y soberbia entre las preguntas del entrevistador:

“Dígame, doña Lucía, cómo hace usted para estar tan bien, cuál cree que es el secreto de la vida, qué le recomendaría a los jóvenes y adultos para que lleguen a su edad, tan sanos y cuerdos, como usted” La abuela se reía y contestaba con anécdotas, consejos y refranes mientras entre una y otra respuesta nos guiñaba el ojo o nos sacaba la lengua, en complicidad con su atento público.

En un momento, la abuela se cansó. Fue de pronto, abruptamente, y sin agregar ninguna explicación, se puso de pie y acompañó al joven periodista hasta la puerta. Allí la observé, a contraluz, mientras se despedía suavemente con la mano, bajo el dintel de la puerta. La noté más chiquita que lo habitual, más encorvada, con sus pies diminutos metidos en unas zapatillas de goma y fieltro. Me acerqué por detrás y la abracé. Ella se dejó acurrucar, luego giró, me dio un beso en la mejilla y, dirigiéndose a toda la familia presente, nos empezó a enumerar: “Para los calambres y los nervios, té de manzanilla, pero no los saquitos de té, van al mercado y compran la manzanilla, la planta, la agregan a un jarro de agua caliente recién hervida, que descanse, y se lo toman a cada rato. íQue nunca les falte la manzanilla! Después, ya saben, el aloe vera sirve para todo, si no van de cuerpo es ideal, lo disimulan en agua o en un licuado y adentro. La baba asquerosa que tiene en sus hojas, es buenísima para la piel, si se queman con sol o con fuego, no se olviden, aloe vera”

“Para ustedes que estudian” dijo señalándonos con su dedo chueco “se hacen té de hojas de coca, que es buenísimo para mantenerlos despiertos, para que les entren los conceptos” intensificando la p con tanto esmero que nos salpicó de saliva. No aguantamos la risa, pero la abuela siguió sin ofenderse. “Lavanda es de las mejores hierbas que Diosito creó. Tengan siempre en su casa, en una maceta o en el jardín, arrancan unas flores y se preparan el té. íCon eso dormirán como angelitos! Además de que desinflama todo”.

“El romero, bendito romero, mezclado con canela, para la diarrea. No se olviden. Y el jengibre, bueno, el señor Jengibre, ¿qué no hace el jengibre? Siempre tengan un pedacito de raíz a mano, y lo consumen todos los días, poquito, porque es fuerte. Mezclado con canela, limón, es riquísimo y sirve para todo”.

La tarde se volvió noche mientras cenábamos en el jardín, bajo la parra enorme que tenía la abuelita. Ella seguía dándonos consejos de hierbas y yuyos que difícilmente podríamos retener. Después del postre, un budín de pan hecho por la tía Carolina, mi madre se arrimó a la abuela para acomodarle la manta de polar que la protegía del frío, y la abuela aprovechó para pedirle algo, al oído. Mi madre sonrió, con esa complicidad que aún hoy envidio y celebro; y al cabo de un momento volvió con el elixir diario servido en un pequeño vaso de cerámica esmaltada. La abuela levantó el vasito y mi madre nos hizo callar.

“Y esto, familia, es la clave de todo, la bebida que no puede faltar, la receta mágica que me pedía el periodista y que, por supuesto, no revelé. Cada noche, una copita de jerez, para el cerebro, es buenísimo. Así, salud” dijo, y se la fue tomando de a sorbitos silenciosos mientras el resto de la familia levantaba la mesa y ordenaba las sillas del patio

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