¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

24 de Junio,  Jujuy, Argentina
PUBLICIDAD

Llegó la Nochebuena

Martes, 24 de diciembre de 2024 00:29

Hoy es 24 de diciembre y, como saben, esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Muchísima gente se dispone a celebrar lo que representa la gran fiesta de la cristiandad y, a la vez, la reunión familiar preferida del año. Con más o menos condimentos publicitarios y de fe, si hay algo seguro, es que esta noche se celebra. ¡Y cómo!

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Hoy es 24 de diciembre y, como saben, esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Muchísima gente se dispone a celebrar lo que representa la gran fiesta de la cristiandad y, a la vez, la reunión familiar preferida del año. Con más o menos condimentos publicitarios y de fe, si hay algo seguro, es que esta noche se celebra. ¡Y cómo!

No sé si ustedes lo han notado también, pero cada año aparecen con más anticipación los adornos navideños y los arbolitos con sus luces en shoppings y supermercados. Apenas sacan la máscara de Halloween, te enchufan un pan dulce. Entonces, uno se contagia y empieza también con los preparativos, la elección del lugar (este año en lo de tu mamá ¡no!), el menú (¡basta de empacharnos con turrones!), los invitados (ojalá vengan los amigos de Fito, a ver si Carlita encuentra novio, ¡por fin!). Pronto armamos el arbolito, y los chicos empiezan a escribir las cartas a Papá Noel. Ya desde el momento en que llevamos a los niños a visitar al señor de traje rojo en el super, la Navidad está a dos segundos y medio. Por supuesto que la creciente ansiedad de los mas chiquitos no se enteró de que uno sigue trabajando, y cumpliendo con sus miles de obligaciones de fin de año. Pero, ¿se acuerdan ustedes de cuando éramos nosotros los niños?

¡Qué ilusión! Casi no dormíamos, esperando el amanecer del 25 para encontrarnos con los regalitos y completar con el bebé recién nacido el pesebre abajo del árbol. ¿Se acuerdan el brillo en nuestros ojos? Es el mismo que vemos en los de nuestros hijos, sobrinos, nietos. ¡Cuánta emoción! Ojalá ese brillo nos durara toda la vida.

A mí me gusta recordar, especialmente, cuando éramos estudiantes y volvíamos al pueblo a pasar las fiestas. Quienes viven en las grandes ciudades tal vez desconozcan que los pueblerinos nos teníamos que mudar si queríamos estudiar una carrera de grado que no se impartía en nuestras localidades del interior del país. Emigrábamos apenas finalizado el secundario, o un ratito después. Éramos unos pichones cuasi emancipados, apenas sabiendo cómo hacer un arroz o hervir un huevo. Por eso, para nosotros, la cercanía de estas fechas contenía una carga adicional de ansiedad.

Recuerdo que a principios de diciembre nos empezábamos a despedir de nuestros amigos, preparábamos los bolsos con la ropa sucia que mamá nos lavaría, y sacábamos pasajes. íQué emoción tan grande! volver al pago, a la casa de los viejos, al reencuentro con los hermanos menores, que nos extrañaban todo el año. Es que, hasta hace muy poco tiempo, menos de lo que se imaginan los jovencitos, no existía el teléfono inteligente, no nos mandábamos Whatsapps, ni una foto, ni siquiera había Skype. Nos escribíamos cartas, en papel y a mano.

Y, como no alcanzaba el magro presupuesto estudiantil para ir a cada rato al pueblo, solo podíamos volver para las vacaciones de fin de año e invierno y, con suerte, para Pascua. ¡Qué años, aquellos! Me acuerdo que caminábamos horas hasta encontrar un teléfono público pinchado, para poder hablar, aunque sea un ratito, con la familia. Con una ficha llamábamos todos, cumpliendo ciertas reglas: no extenderse demasiado, máximo dos llamadas por pera (persona) y nada de lloriqueo que contagie al resto del grupo. Recuerdo las largas filas esperando mi turno, bajo el viento helado de mayo, frotándonos las manos y calentándolas con el aliento. Cuando por fin me tocaba a mí, rogaba que la señorita Orquera, la única vecina del barrio que tenía teléfono, no estuviera ocupada, o fuera de su casa. "Perdón, doña Pirucha, ¿puedo hablar con mi mamá?" ¡Cuánta ternura me produce este recuerdo! Extrañábamos, pero juntábamos ánimo para concentrarnos en el estudio, y disfrutar de la movidita vida estudiantil. Aunque todo tenía un límite, en cuanto terminábamos de rendir los exámenes finales, nos entraba una ansiedad insoportable.

Recuerdo la ruidosa terminal de ómnibus en Tucumán, repleta de estudiantes del interior, volviendo a sus hogares, al encuentro de sus seres queridos. Luego, las de destino, plagadas de madres, padres, hermanos y abuelos, esperando el abrazo más entrañable y la hora del disfrute familiar.

Ahora bien, las navidades no siempre son tan alegres, especialmente cuando falta alguien que debería estar. Es difícil ponerse en los zapatos del otro, pero uno puede imaginar el temido dolor de la ausencia, y el peso de los recuerdos de fiestas pasadas. Por eso, esta noche, no olvidemos a quienes están pasando una situación triste, y elevemos una oración o un pedido a estrella fugaz, por ellos que, seguramente, transitan la primera Navidad más difícil de sus vidas.

Mientras tanto, con la confianza de que todo puede ser mejor, levantemos nuestras copas para brindar. Desde este puntito en el vasto mapa del mundo, les envío un abrazo para todos los lectores que, semana a semana, leen y comparten mis relatos.

¡Salud! Y una bendecida Navidad para todos.

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD