Recorrer las calles de la ciudad de San Salvador de Jujuy tiene la yapa de millares de alitas amarillas que se superponen con las marquesinas, los transeúntes y los vehículos, sobre las mercaderías de la Vieja Estación o los puentes que atraviesan el río. Su correr zigzagueante pareciera tener sonido, de tan presente, y hasta nos hace dudar el hecho de no haber podido escuchar su vuelo silencioso.
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Recorrer las calles de la ciudad de San Salvador de Jujuy tiene la yapa de millares de alitas amarillas que se superponen con las marquesinas, los transeúntes y los vehículos, sobre las mercaderías de la Vieja Estación o los puentes que atraviesan el río. Su correr zigzagueante pareciera tener sonido, de tan presente, y hasta nos hace dudar el hecho de no haber podido escuchar su vuelo silencioso.
Son ellas, pero también somos nosotros, porque nos hablan de nuestro valor de asombro. Si fueron parte de nuestras últimas conversaciones, es acaso que nuestra alma sigue aún fresca como para percatarnos de su presencia, pero ¿qué sucede si andamos absortos en nuestros problemas cotidianos, en nosotros mismos, y no reparamos en su presencia? Las cigarras, que más difícilmente vemos, nos atacan con el agudo de su sirena.
Por el parque San Martín llegan a ensordecernos y difícilmente nos podamos evadir, pero estas maripositas apenas si podemos fotografiarlas, son pequeñas aunque muchas, y revolotean por doquier con aquello que tal vez podamos llamar "bajo perfil", que no es más que su forma de ser. Embellecidos y embellecida nuestra vida con ellas, nos interpelan sobre nuestra capacidad de percibir la belleza, y ahí van, cuando al azar tomamos un café o nos apuramos para llegar a un negocio antes de que cierre, a un trámite, como un llamado a detenernos porque lo pequeño nos devuelve al milagro de la vida entre los precios que aumentan y la pandemia.