La UBA admite ahora que los jóvenes no saben leer
La Universidad Nacional de Buenos Aires tomó la decisión histórica de correr el velo de los ojos. Los alumnos salen del secundario sin saber leer y, a pesar de que el ministro Alberto Sileoni haya dicho que las pruebas internacionales no sirven porque no se adaptan a nuestra cultura y, también, a despecho de las teorías de Carta Abierta sobre que la culpa de todo la tiene el menemismo, el mayor centro académico del país acaba de introducir un curso de lectoescritura para los alumnos que ingresan al Ciclo Básico Común."Cuando no se quiere ver, no hay más que cerrar los ojos/ pero no es bueno, a mi antojo, ser ciego por voluntad/ castiga más la verdad, al rancho que usa cerrojos", dice un recitado criollo de José Larralde.
La sola decisión es un reconocimiento explícito de una realidad que las autoridades se obstinan en negar o minimizar.
"Lecto-escritura" es la capacidad de una persona para entender e interpretar un texto y para expresarse correctamente por escrito. Sin esta aptitud es imposible llevar a cabo, no solo una carrera académica, sino cualquier actividad profesional que requiera un grado elemental de capacidad de abstracción.
Las evaluaciones internacionales vienen señalando desde hace décadas que tanto en lectura comprensiva como en pensamiento aritmético, los jóvenes argentinos vienen retrocediendo.
Hay un dato: las pruebas internacionales de lectoescritura, en las que fracasan los egresados de la enseñanza media, corresponden a niveles de complejidad que podían resolver con facilidad personas con la escuela primaria incompleta a mediados del siglo pasado.
Leer con provecho requiere hábitos de lectura que se incorporan desde la infancia. La comunicación audiovisual y los equipos electrónicos han desplazado al libro o a las revistas como entretenimiento de los jóvenes. Esa es una realidad cultural que el sistema educativo debe abordar con seriedad, porque establece de hecho nuevos códigos. No obstante, el uso de computadoras, tabletas o celulares no reemplaza, de ningún modo, a la lectura como medio de formación e información. La instantaneidad del dato, que internet ha instalado como una verdadera revolución comunicacional, no agota la información, que sigue exigiendo de la lectura comprensiva, sea sobre un soporte digital o de papel.
El hábito de lectura se adquiere en la infancia y la adolescencia. Hace ya décadas, la institución escolar fue desarticulando una práctica que estuvo a la base de la formación de muchas generaciones: los exámenes. No existe enseñanza posible si no se plantea objetivos, si los métodos no son acordes con esos objetivos y si no se realiza una evaluación al cabo de determinado período.
Un alumno que no es capaz de dar una lección o de responder a determinadas preguntas, no alcanzó los objetivos. El temor al trauma del aplazo o la repitencia, que son cuestiones particulares que merecen abordaje pedagógico, no puede eliminar la exigencia para que los alumnos estudien, rindan y se preocupen por saber.
Facilitar tanto las cosas es, simplemente, postergar las exigencias. Desde hace algunos años el presupuesto educativo aumentó sustancialmente, pero eso no se tradujo en mayor rendimiento escolar.
La ley general de Educación, sancionada en 2005, ordena aumentar la cantidad de horas de clase por año, establecer el régimen de jornada extendida y mejorar la formación docente. Hoy, los alumnos argentinos se cuentan entre los que menos horas de clases tienen en el mundo.
Existe además otro fenómeno y es la privatización de hecho del sistema educativo. Por diversos motivos, los padres realizan grandes esfuerzos por inscribir a los niños en escuelas privadas.
De ese modo se produce una fractura social en el sistema. Un factor esencial para el buen rendimiento educativo es el estímulo y la motivación que genera la familia. La escuela argentina fue creada estatal, laica y gratuita porque los creadores del sistema querían que fuera el espacio de la igualdad y la convivencia de todos los jóvenes, cualquiera fuera su condición. Esa meta, que es una de las claves del desarrollo de un país y de la calidad de vida de su gente, está amenazada seriamente.
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La UBA admite ahora que los jóvenes no saben leer
La Universidad Nacional de Buenos Aires tomó la decisión histórica de correr el velo de los ojos. Los alumnos salen del secundario sin saber leer y, a pesar de que el ministro Alberto Sileoni haya dicho que las pruebas internacionales no sirven porque no se adaptan a nuestra cultura y, también, a despecho de las teorías de Carta Abierta sobre que la culpa de todo la tiene el menemismo, el mayor centro académico del país acaba de introducir un curso de lectoescritura para los alumnos que ingresan al Ciclo Básico Común."Cuando no se quiere ver, no hay más que cerrar los ojos/ pero no es bueno, a mi antojo, ser ciego por voluntad/ castiga más la verdad, al rancho que usa cerrojos", dice un recitado criollo de José Larralde.
La sola decisión es un reconocimiento explícito de una realidad que las autoridades se obstinan en negar o minimizar.
"Lecto-escritura" es la capacidad de una persona para entender e interpretar un texto y para expresarse correctamente por escrito. Sin esta aptitud es imposible llevar a cabo, no solo una carrera académica, sino cualquier actividad profesional que requiera un grado elemental de capacidad de abstracción.
Las evaluaciones internacionales vienen señalando desde hace décadas que tanto en lectura comprensiva como en pensamiento aritmético, los jóvenes argentinos vienen retrocediendo.
Hay un dato: las pruebas internacionales de lectoescritura, en las que fracasan los egresados de la enseñanza media, corresponden a niveles de complejidad que podían resolver con facilidad personas con la escuela primaria incompleta a mediados del siglo pasado.
Leer con provecho requiere hábitos de lectura que se incorporan desde la infancia. La comunicación audiovisual y los equipos electrónicos han desplazado al libro o a las revistas como entretenimiento de los jóvenes. Esa es una realidad cultural que el sistema educativo debe abordar con seriedad, porque establece de hecho nuevos códigos. No obstante, el uso de computadoras, tabletas o celulares no reemplaza, de ningún modo, a la lectura como medio de formación e información. La instantaneidad del dato, que internet ha instalado como una verdadera revolución comunicacional, no agota la información, que sigue exigiendo de la lectura comprensiva, sea sobre un soporte digital o de papel.
El hábito de lectura se adquiere en la infancia y la adolescencia. Hace ya décadas, la institución escolar fue desarticulando una práctica que estuvo a la base de la formación de muchas generaciones: los exámenes. No existe enseñanza posible si no se plantea objetivos, si los métodos no son acordes con esos objetivos y si no se realiza una evaluación al cabo de determinado período.
Un alumno que no es capaz de dar una lección o de responder a determinadas preguntas, no alcanzó los objetivos. El temor al trauma del aplazo o la repitencia, que son cuestiones particulares que merecen abordaje pedagógico, no puede eliminar la exigencia para que los alumnos estudien, rindan y se preocupen por saber.
Facilitar tanto las cosas es, simplemente, postergar las exigencias. Desde hace algunos años el presupuesto educativo aumentó sustancialmente, pero eso no se tradujo en mayor rendimiento escolar.
La ley general de Educación, sancionada en 2005, ordena aumentar la cantidad de horas de clase por año, establecer el régimen de jornada extendida y mejorar la formación docente. Hoy, los alumnos argentinos se cuentan entre los que menos horas de clases tienen en el mundo.
Existe además otro fenómeno y es la privatización de hecho del sistema educativo. Por diversos motivos, los padres realizan grandes esfuerzos por inscribir a los niños en escuelas privadas.
De ese modo se produce una fractura social en el sistema. Un factor esencial para el buen rendimiento educativo es el estímulo y la motivación que genera la familia. La escuela argentina fue creada estatal, laica y gratuita porque los creadores del sistema querían que fuera el espacio de la igualdad y la convivencia de todos los jóvenes, cualquiera fuera su condición. Esa meta, que es una de las claves del desarrollo de un país y de la calidad de vida de su gente, está amenazada seriamente.