La historia de Diego, un adolescente desaparecido en 1984, tuvo un inesperado giro cuatro décadas después. Lo que durante años fue un doloroso misterio familiar se resolvió gracias a un hallazgo fortuito en el barrio de Coghlan, donde unos obreros encontraron restos óseos en el jardín de un chalet que, años más tarde, sería alquilado por el músico Gustavo Cerati. La identificación confirmó lo que su familia había temido siempre: Diego había sido asesinado y enterrado a pocos kilómetros de su casa.
inicia sesión o regístrate.
La historia de Diego, un adolescente desaparecido en 1984, tuvo un inesperado giro cuatro décadas después. Lo que durante años fue un doloroso misterio familiar se resolvió gracias a un hallazgo fortuito en el barrio de Coghlan, donde unos obreros encontraron restos óseos en el jardín de un chalet que, años más tarde, sería alquilado por el músico Gustavo Cerati. La identificación confirmó lo que su familia había temido siempre: Diego había sido asesinado y enterrado a pocos kilómetros de su casa.
El jueves 26 de julio de 1984, Diego, de 16 años, regresó del colegio al mediodía, almorzó con su madre y le pidió dinero para el colectivo. Iba a visitar a un amigo, aunque su madre no le preguntó a cuál. Era un joven aplicado y responsable: jugaba al fútbol en Excursionistas, entrenaba casi a diario y estudiaba en la Escuela Nacional de Educación Técnica (ENET) N° 36, donde vestía orgulloso su uniforme.
La última vez que alguien lo vio con vida fue esa misma tarde, en la esquina de Naón y Monroe, en Belgrano, a solo unas cuadras de su casa. Cuando pasaron las horas y no regresó a cenar, sus padres acudieron a la Comisaría 39. Pero allí se negaron a tomar la denuncia: “Se fue con una mina, ya va a volver”, fue la respuesta que los marcó para siempre.
A partir de ese momento comenzó un vía crucis. La familia pegó panfletos, golpeó puertas y buscó ayuda en los medios. Solo lograron una entrevista en la revista ¡Esto!, del diario Crónica, publicada a doble página en 1986, donde el padre, Juan Benigno, describió su frustración:
“La Policía dice que tiene tres mil casos iguales. Desde el primer momento lo caratularon como ‘fuga de hogar’. Yo protesté, pero me dijeron que los formularios ya estaban impresos así. ¿Qué van a investigar si ellos mismos suponen que mi hijo se fue?”.
El cuarto de Diego permaneció intacto durante años, como un santuario de la esperanza de que algún día volvería.
El 20 de mayo de 2024, obreros de la construcción trabajaban en la demolición de una vieja casona ubicada en avenida Congreso 3748, Coghlan. Al levantar una medianera para reemplazar un antiguo ligustro, la pared colapsó y dejó al descubierto restos humanos enterrados en el terreno vecino, en Congreso 3742.
La noticia cobró fuerza mediática porque, entre 2002 y 2003, el chalet lindero había sido alquilado por Gustavo Cerati y la artista Marina Olmi, hermana de Boy Olmi. Aunque el músico no tenía relación alguna con el hecho, el dato ayudó a que el caso recobrara interés público.
El hallazgo activó la intervención del fiscal Martín López Perrando y del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), quienes confirmaron que se trataba de 150 fragmentos óseos, junto a objetos personales que ayudaron a la identificación:
-
Una suela de zapato número 41
-
Un corbatín azul de colegio, gastado
-
Un llavero naranja con una llave
-
Un reloj Casio CA-90 con calculadora, fabricado en Japón en 1982
-
Una moneda de 5 yenes, que por esa época los jóvenes usaban como amuleto
El detalle macabro fue que, según el EAAF, el adolescente murió de una puñalada que dejó marca en su cuarta costilla derecha. Luego, los atacantes intentaron descuartizarlo con un serrucho, como lo evidencian las marcas en sus brazos y piernas, aunque no lograron completar el desmembramiento.
Al conocerse la noticia del hallazgo, un sobrino de Diego empezó a atar cabos. La edad, el sexo, la contextura física y la vestimenta coincidían con la historia de su tío desaparecido. La prueba de ADN realizada a su madre confirmó la identidad sin margen de error: los huesos pertenecían al adolescente desaparecido en 1984.
El padre de Diego no llegó a conocer la verdad. Murió en un accidente de tránsito, convencido de que a su hijo lo había secuestrado una secta. La madre, hoy anciana, recibió la noticia acompañada de sus otros dos hijos, quienes mantuvieron vivo el recuerdo de su hermano durante cuatro décadas.
El cuerpo estaba enterrado a solo 60 centímetros de profundidad, lo que indica que los responsables actuaron con apuro y descuido. Los peritos creen que, por ese motivo, se dejaron objetos personales junto al cadáver, los mismos que hoy resultaron claves para identificarlo.
Aunque el crimen está prescripto por el paso del tiempo, la Fiscalía intentará reconstruir el hecho y citar a los dueños de la propiedad que habitaban allí en 1984: una mujer ya muy anciana y sus dos hijos, de apellido Graf. Se espera que sus declaraciones puedan aportar datos sobre quién estuvo en la casa en la época de la desaparición.