Yo tosca piedra nací,
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Yo tosca piedra nací,
pues otra cosa no soy.
A Y
La región pampeana tiene sus lí‑ mites: al sur, la región norpatagó‑ nica con su mojón, el Río Colora‑ do y al norte la zona de Los Forti‑ nes en la Provincia de Santa Fe (Fortín Olmos, Fortín Atahualpa, Fortín Higueritas, San Gerónimo del Rey en ciudad de Reconquista, etc). Al respecto los pueblos preco‑ lombinos con sus diferentes “na‑ ciones” que la recorrían: Queran‑ díes, Puelches, Tehuelches, Cha‑ nas, etc. tenían uno o varios denominadores comunes: noma‑ dismo, cazadores - recolectores, viviendas circunstanciales y fáciles de levantar a través de tolderías cu‑ yos techos, eran de cuero de ani‑ males: guanaco o venado princi‑ palmente y a partir de la llegada de los españoles también, de cueros de caballos. Dichas viviendas, con‑ sistentes en una estructura cónica
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semicircular, constituida por un palo central y dos laterales, más bajos cada uno del diámetro de un puño, aproximadamente. Su ali‑ mentación era esencialmente cár‑ nica, con raíces y frutos silvestres. Poseían una tosca alfarería de uso eminentemente funcional, su ves‑ timenta constituida a base de cue‑ ros de guanaco y/o venados, qui‑ llango (manto o poncho). Tal vez por su característica de pueblos ca‑ zadores - recolectores si bien, po‑ seían su expresividad a través de la arcilla estéticamente hablando, eran de factura elemental y casi siempre ligado a lo utilitario.
Ahora bien, si tomamos como re‑ ferencia el noroeste de la región an‑ dina, los pueblos precolombinos que la constituían y gracias al aporte principalísimo de la piedra - esto, a diferencia de los pueblos indígenas del sur de la actual Argentina de la cual carecían- ellos contaron con es‑ te natural elemento el cual, les facili‑ tó el proceso a constituirse en seden‑ tarios. Dicho elemento les permitió construir viviendas sólidas y perma‑ nentes, corrales fijos a través de pir‑ cados, etc. Todo un primer paso pa‑ ra la práctica de la agricultura con sus ciclos de siembra, cosecha y re‑ serva de granos, para la estación in‑ vernal. De allí entonces que la piedra fue y sigue siendo el gran material a utilizar en la construcción de un há‑ bitat estable y duradero.
No hay duda que fue gracias a un modo de vida sedentario que los pueblos andinos, alcanzaron un ma‑ yor provecho, expansión y expresivi‑ dad. Esto, puesto de manifiesto tan‑ to en lo utilitario como en lo refe‑ rente a criterios estéticos y artísticos, manifestado en los textiles, cerámi‑ cas, gastronomía, etc.
Yo tosca piedra nací,
pues otra cosa no soy.
Quizá otro tiempo viví
siendo arena bajo el sol.
Yo tosca piedra nací
pues otra cosa no soy.
Atahualpa Yupanqui
Es notable como defensa y ata‑ que militar, ver a modo de ejemplo como permanece allí venciendo a las injurias del tiempo, nuestro pu‑ cará de Tilcara. Los andenes de cultivo (bancales) en Coctaca los que, gracias a sus pircados conte‑ nedores del terreno aplanado, iban ganado espacio útil al cerro lo‑ grando terrazas a diferentes alturas donde llevar a cabo, sus activida‑ des agrícolas. Siguiendo norte arri‑ ba en la región andina allí también está la piedra, omnipresente en un verdadero alarde de ingeniería hi‑ dráulica, estoy hablando de Ollan‑ taytambo, en la región del Valle Sagrado de los Incas en Cusco, ac‑ tual Perú. Y ya podríamos deno‑ minar como la quintaesencia de la arquitectura a base de piedras, las alturas de Machu Pichu con sus encastres, rayanos en la perfección:
Tanto vivir entre piedras,
yo creí que conversaban.
Voces no he sentido nunca,
pero el alma no me engaña.
A Y
Y qué decir de nuestros ríos de montaña. Alguna vez andando el Parque Nacional Baritú (Provincia de Salta) y admirando la indómita magnificencia del Río Pescado o bien, yendo montañas arriba hacia la cumbre de nuestro Nevado de Casti‑ lla o, en busca del bello pueblito de Alto Calilegua donde hacer noche, antes de alcanzar las alturas cumbre‑ ñas del Cerro Amarillo.
Allí está el caserío, sobre una me‑ seta semi inclinada con su capilla, levantada piedra sobre piedra y que tan bien cumple su destino de faro, para la fe de los lugareños. Ellos a partir de una necesidad, emplearon su inventiva para la construcción de su molino comu‑ nitario de piedra, naturalmente. Y en todo lugar, la piedra testigo y partícipe de la vida del montañés.
Es que eso de andar cerro arriba exige reponer fuerzas y para ello, que bien viene “entrarle” a uno o varios platos de Calapurca (qala= piedra, phurká= acción de asar). Y el río en su transcurrir, alimentado de des‑ hielos montañas abajo y golpeando contra las piedras en su sonora dan‑ za viajera, todo, magnificencia de un sol aquerenciado en la espuma:
...El agua tiene pájaros, yo siento sus gorjeos.
El agua tiene penas, insomnios y delirios...
A Y
Según leyendas de los pueblos antiguos, vendría bien citar a un fragmento del poema de Yupanqui toda vez que, los musiqueros sa‑ bían dejar sus instrumentos noche entera junto al río en la montaña, para que el sonido del agua al cho‑ car contra las piedras, les conce‑ diese su cabal afinación
Y cantaban las piedras en el río, mientras mi corazón buscaba en vano las palabras exactas de la tarde...
Ahora, casi como que estoy oyendo el sonido de las Piedras Campana, cuya acción es denomi‑ nada académicamente como, lito‑ fonía. A dichas piedras se las puede escuchar golpe mediante, en el Jar‑ dín Botánico de Tilcara. Y como quien da un último elogio a la pie‑ dra que bien vendría, cito un frag‑ mento del comentario inicial de Piedra Sola, Poemas (Atahualpa Yupanqui), editado en 1941 gra‑ cias a la colaboración de amigos Jujeños: “...Las piedras cuando son de un solo bloque tienen un alma grande. En esa alma, la montaña guarda todo su secreto, todo su si‑ lencio, toda su fuerza”.