Las Islas Malvinas son argentinas. No es una frase vacía ni un eslogan patriótico: hay una base histórica, jurídica y moral que lo sostiene. Las islas fueron descubiertas por la expedición de Magallanes en 1520. Posteriormente, pasó a formar parte del Virreinato del Río de la Plata, y con la declaración de la Independencia en 1816, quedaron incorporados al territorio argentino.
inicia sesión o regístrate.
Las Islas Malvinas son argentinas. No es una frase vacía ni un eslogan patriótico: hay una base histórica, jurídica y moral que lo sostiene. Las islas fueron descubiertas por la expedición de Magallanes en 1520. Posteriormente, pasó a formar parte del Virreinato del Río de la Plata, y con la declaración de la Independencia en 1816, quedaron incorporados al territorio argentino.
En 1820, la Argentina ejerció soberanía efectiva sobre las islas mediante el nombramiento de autoridades. Sin embargo, en 1833, el Reino Unido las utilizó por la fuerza, expulsando al gobernador y a la guarnición argentina. Desde entonces, Londres ha mantenido su presencia, alegando que las islas fueron descubiertas por un inglés en 1592.
Desde 1960, la Argentina ha llevado reiteradamente el reclamo de soberanía ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, que ha instado mediante diversas resoluciones a que ambas partes dialoguen para alcanzar una solución pacífica. El Reino Unido, salvo contadas excepciones, se niega sistemáticamente. Si bien en algunas ocasiones el Reino Unido accedió a conversar, en general ha rechazado cualquier negociación significativa.
En 1982, el conflicto bélico entre ambos países no soluciono nada. Más bien, consolidó la presencia británica en las islas. Ese mismo año, la ONU dijo que la guerra no alteraba la naturaleza del reclamo argentino ni la obligación de retomar el diálogo. Sin embargo, el Reino Unido continúa ignorando resoluciones como la 31/49, actuando unilateralmente sobre el territorio en disputa.
Durante los últimos 65 años, las gestiones diplomáticas argentinas no han logrado resultados concretos. Una acción militar está descartada: nuestro país no cuenta con el poderío bélico necesario y, durante el conflicto de 1982, el Reino Unido recibió el respaldo de diversas potencias, por ejemplo, Estados Unidos, Francia, Canadá, Chile, Australia, Nueva Zelanda. Hoy, si bien los intereses internacionales han cambiado, no sería extraño que ese apoyo se mantuviera.
El interés británico por las islas parece responder más a una cuestión geoestratégica que económica. Hasta ahora, los estudios sobre recursos como petróleo o minería no son favorables. Las principales actividades económicas son la pesca y una agricultura limitada. No obstante, su ubicación en el Atlántico Sur las convierte en un punto clave para la proyección militar y comercial en el hemisferio sur.
En el actual escenario mundial, muchas potencias procuran establecer bases en territorios estratégicos: Estados Unidos, Rusia, China e incluso el Reino Unido buscan ampliar su presencia global bajo distintas formas. Las Malvinas, Ucrania, Taiwán, Corea del Sur o Groenlandia son ejemplos de regiones en disputa, en contextos que combinan intereses militares, económicos y políticos.
Hoy resulta difícil determinar cuántos países respaldan abiertamente el reclamo argentino. Muchos adoptan posturas según sus conveniencias en el tablero geopolítico internacional. La geopolítica no se rige por principios morales, sino por intereses. La Argentina, tras décadas de crisis económica, institucional y militar, hoy no es un jugador de peso.
Hasta que no reconstruyamos un país sólido, respetado, con capacidad real de negociación, será imposible hablar "de igual a igual". Pero eso no implica resignación. Requiere inteligencia, estrategia, persistencia. Mientras tanto, deberíamos generar contactos, no con los gobiernos ocupantes, sino con las personas que habitan las islas. Tal vez no nos quieran, y es mutuo. Pero no por eso deberíamos renunciar a ofrecer becas, impulsar pacíficos intercambios culturales, fomentar el turismo o encontrar canales de comunicaciones. No para olvidar el reclamo, sino para mantenerse vivo con nuevas herramientas.
Todo esto sin renunciar a la soberanía, sino construyendo puentes que preparen el terreno para una futura negociación.