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3 de Noviembre,  Jujuy, Argentina
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El narcotráfico gobierna donde el Estado se rinde

Opera como una corporación transnacional que produce, transporta, blanquea y reinvierte.
Domingo, 02 de noviembre de 2025 22:52

POR ALEJANDRO SAFAROV

Director de Carrera Relaciones Internacionales UCSE-DASS Integrante

Departamento de América Latina y el Caribe

IRI-UNLP y del Consejo Federal de Estudios Internacionales -CoFEI-

El narcotráfico ya no es un negocio clandestino, es una economía mundial paralela que está generando una nueva era de inestabilidad global, un negocio de más de un billón de dólares al año, según la ONU con una participación del 1,5 % del PBI mundial.

Algunos datos de 2023, muestran que cerca de 316 millones de personas habían consumido alguna droga (excluidos el alcohol y el tabaco); es decir 6% de la población entre 15 y 65 años, frente a 5.2% de la población en 2013. Con 244 millones de usuarios, el cannabis continúa siendo la droga más utilizada, seguido de los opioides (61 millones), las anfetaminas (30.7 millones), la cocaína (25 millones) y el éxtasis (21 millones).

Los nuevos grupos de personas en situación de vulnerabilidad que huyen de la inestabilidad y el conflicto podrían hacer que estas cifras se incrementen, advierte el último Informe de 2025, presentado en junio pasado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNOD). Está cada vez más claro que el narcotráfico opera como una corporación transnacional que produce, transporta, blanquea y reinvierte, y cuya eficacia contrasta con la ineficiencia de los Estados que intentan combatirlo.

Mientras las organizaciones criminales diversifican sus ganancias y se digitalizan, los gobiernos apenas invierten una fracción mínima en prevención o salud pública: menos del 0,5 % del gasto sanitario mundial se destina al tratamiento de adicciones.

La industria de la muerte avanza sobre el vacío institucional y el fracaso educativo. Cada droga que se vende tiene detrás un sistema financiero, un territorio abandonado y una historia de exclusión.

Según el estudio que citamos de la ONU, las ventas totales de droga a nivel minorista suman aproximadamente US$ 320.000 millones y, de este total, se calcula que las ganancias anuales en el comercio de las drogas en las Américas son un poco menos de la mitad del total global, o el equivalente al PIB de un país mediano. América del Norte concentra el mayor mercado, con el liderazgo de México como proveedor y sus principales carteles: el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), aunque también operan muchas otras organizaciones como el Cártel de Caborca y el Cártel de Santa Rosa de Lima.

La violencia y los conflictos entre estas organizaciones son comunes en diversas regiones del país. Los dos primeros cárteles mueven cocaína, metanfetamina y fentanilo hacia Estados Unidos y Europa mediante corredores financieros y plataformas digitales. América del Sur aporta la materia prima: Brasil, Colombia, Perú, Bolivia y Paraguay producen más del 70 % de la cocaína y marihuana del mundo. En 2022, se produjo una nueva cifra récord de 2757 toneladas de cocaína, lo que representó un aumento del 20% respecto a 2021 y el triple de los volúmenes de 2013 y 2014.

El cultivo mundial de arbusto de coca aumentó 12% entre 2021 y 2022, hasta alcanzar las 355.000 hectáreas. En Europa el consumo alcanza los 30 mil millones de euros anuales, y en Estados Unidos se gastan más de 150 mil millones de dólares en drogas ilegales. El circuito cierra con bancos, inmobiliarias y criptomonedas que permiten que el dinero sucio vuelva limpio al sistema.

El costo humano es descomunal, más de 400 mil personas mueren cada año por causas vinculadas al narcotráfico o al consumo, y solo el fentanilo en Estados Unidos provocó el año pasado 48.400 decesos por sobredosis, aproximadamente el 60% del total, de acuerdo con datos recientes del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).

América Latina tiene las tasas de homicidio más altas del planeta, y uno de cada tres asesinatos está relacionado directa o indirectamente con el negocio de la droga. Al menos 121.695 personas fueron asesinadas en la región durante 2024, lo que sitúa la tasa media de homicidios en torno a 20,2 por cada 100.000 habitantes. Los más vulnerables son los niños y adolescentes reclutados por las bandas: miles de menores, pobres, sin escuela ni horizonte, son utilizados como vigías, transportistas o soldados.

Para ellos, el narcotráfico no es una amenaza sino una oportunidad; es la única empresa que contrata sin pedir antecedentes. A esta realidad se suma la irrupción del Tren de Aragua, la organización criminal nacida en las cárceles venezolanas que hoy se extiende por Venezuela, Colombia, Perú, Chile, Ecuador, Brasil y Argentina. Este grupo combina narcotráfico, trata de personas, sicariato, minería ilegal, contrabando y extorsión, utilizando las rutas migratorias y las redes sociales para expandirse.

En Argentina ya tiene presencia en el norte y en el conurbano bonaerense, aprovechando la falta de coordinación entre fuerzas de seguridad y la debilidad judicial. El Tren de Aragua es la expresión más visible del crimen sin fronteras, una organización que no responde a ideologías ni territorios, sino al dinero.

Panorama desalentador

La frontera norte de nuestro país, mientras tanto, se ha convertido en un corredor libre para el tráfico aéreo de drogas. No existen bases aéreas ni sistemas de radar de cobertura completa, lo que permite que avionetas ligeras crucen el país con cocaína desde Bolivia y Paraguay hacia Rosario o Buenos Aires sin ser detectadas. La "narco aviación" usa pistas clandestinas y vuelos nocturnos; cada falta de radar equivale a una autopista abierta en el cielo. Sin presencia aérea ni control satelital, el país vigila las rutas terrestres, pero ignora su propio espacio aéreo. Donde no hay Estado, manda el narco, y donde no hay radar, hay silencio.

En Bolivia, los Yungas y el Chapare continúan siendo zonas grises donde la producción de coca excede lo permitido y alimenta laboratorios ilegales. En Paraguay, la marihuana y la cocaína se exportan por el río Paraná con complicidad política y protección policial.

En Brasil, las organizaciones conocidas como el Primeiro Comando da Capital (PCC), el Comando Vermelho (CV) y el Terceiro Comando Puro (TCP) se disputan el control del tráfico y el lavado de dinero en el gigante sudamericano. En la Operación "Contención", llevada a cabo por la policía de Río de Janeiro el martes pasado en los complejos de Alemão y Penha, se produjo la operación policial más sangrienta en la historia del país, con el objetivo de cumplir 100 órdenes de arresto e impedir el avance territorial del Comando Vermelho, la organización criminal más antigua del Estado con un saldo de más de 130 personas muertas.

En Ecuador, los puertos de Guayaquil y Esmeraldas exportan toneladas de cocaína ocultas en cargamentos de bananas hacia Europa. Y en Venezuela, el llamado Cartel de los Soles, integrado por sectores del poder militar y político, coordina envíos hacia África, Asia y Estados Unidos y mantiene vínculos con Irán y Rusia, abriendo la puerta al narcoterrorismo regional.

El presidente Donald Trump ha acusado al presidente venezolano, Nicolás Maduro, de liderar una organización narcotraficante, lo cual él niega, y en Venezuela se teme que el refuerzo militar estadounidense en el Mar Caribe tenga como objetivo derrocar al gobierno de Caracas. Al menos 57 personas han muerto en los ataques que la marina estadunidense realizó en las últimas semanas, lo que ha aumentado las tensiones entre Estados Unidos y los gobiernos de Colombia y Venezuela. La mayoría de los ataques han tenido lugar frente a las costas de Sudamérica en el Caribe, pero recientemente Estados Unidos también ha centrado su atención en el Pacífico.

En un comunicado en X, el ministro de defensa norteamericano Peter Hegseth afirmó que los cuatro buques atacados el lunes de la semana pasada "eran conocidos por nuestro aparato de inteligencia, que transitaban por rutas conocidas del narcotráfico y transportaban narcóticos". El mapa latinoamericano del crimen se completa con mafias europeas, chinas y rusas que compran, lavan y reinvierten los beneficios.

Estados Unidos, es el principal consumidor del planeta, y sigue aplicando una política ambigua: predica la guerra contra las drogas pero tolera el lavado a gran escala dentro de su propio sistema financiero. Un proceso que alimenta una economía subterránea que mantiene empleos, consumo y construcción en ciudades como Miami, Nueva York, Chicago, Las Vegas y Los Ángeles entre otras; donde los capitales del narco se transforman en torres de lujo, obras de arte y fondos de inversión.

El país que más predica sobre la moral del orden global se beneficia del dinero sucio que produce la desesperanza del sur.

Narcoterrorismo

Hay que decir con respecto al narcoterrorismo, que el mismo surge cuando las organizaciones criminales adoptan tácticas insurgentes, financian movimientos políticos radicalizados y se articulan con actores estatales o paraestatales en conflictos globales. Es la convergencia entre economía ilegal, violencia paramilitar e intereses geoestratégicos.

El narcotráfico financia hasta el 60 % de los grupos terroristas globales, según la Unodc. En 2023, Europol registró más de 260 operaciones en las que se detectó cooperación entre redes narco y células extremistas. El Departamento del Tesoro de EEUU identificó más de 1.200 cuentas bancarias, empresas y fundaciones vinculadas al financiamiento cruzado entre narcos y grupos políticos violentos.

Por desgracia, la aparición de nuevos opioides sintéticos está provocando un aumento de las muertes por sobredosis.

Los llamados nitazenos, unos opioides más poderosos que el fentanilo, están provocando numerosas sobredosis en América, Europa occidental y Oceanía.

Tenemos que tomar conciencia sobre el hecho de que el narcotráfico no se combate con discursos ni con operativos mediáticos. Se enfrenta con radar, con inteligencia financiera y con educación. Requiere presencia estatal sostenida, cooperación real y políticas sociales que ofrezcan oportunidades donde hoy solo hay abandono. Hay que atacar el negocio, no solo las balas: rastrear el dinero, controlar las criptomonedas, cerrar los paraísos fiscales y ofrecer futuro a quienes el sistema desecha. Porque mientras haya hambre y silencio, el narco seguirá siendo el patrón del barrio y el dueño del cielo.

El narcotráfico no es un fenómeno ajeno: es el espejo del fracaso estatal. Allí donde el Estado se rinde, el narco gobierna. Y donde los poderosos callan, la impunidad florece. Cortar sus alas exige más que represión: exige voluntad política, justicia económica y una reconstrucción ética de la esperanza.

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales, director de la carrera de Relaciones Internacionales de la Ucse Jujuy, miembro del Departamento de América Latina y el Caribe del IRI- Universidad Nacional de La Plata e integrante del Consejo Federal de Estudios Internacionales (Cofei).

 

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