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3 de Noviembre,  Jujuy, Argentina
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El banquete del alma: tierra de encuentros y vida eterna

Compartimos el aporte de René Calpanchay, del pueblo atacama, Susques.El 2 de noviembre es una cita de amor incondicional que trasciende el velo de la vida y la muerte.

Lunes, 03 de noviembre de 2025 05:39
OFRENDAS | EL PAN Y SOBRE TODO LOS MANJARES QUE EN VIDA DELEITABAN A LOS DIFUNTOS SE TRANSFORMAN EN PUENTES COMESTIBLES HACIA EL MÁS ALLÁ.

En Jujuy, la tierra donde el sol besa las cumbres andinas, uno de los momentos más sagrados y emotivos de nuestro calendario: la llegada de las almas y los santos. Más que una conmemoración, es una cita de amor incondicional que trasciende el velo de la vida y la muerte.

Nuestra región no es un lugar cualquiera, es un epicentro de sincretismo cultural milenario, un punto donde las energías y saberes del mundo se han entrelazado durante milenios. Se estima que hace más de 14.000 años, los primeros pobladores de la Puna de los salares o desierto de Atacama ya tejían una red de vida. Estos caravaneros cósmicos, viajeros incansables, forjaron caminos circulares (el hoy llamado Corredor del Capricornio) que conectaban el Pacífico con el Atlántico. En ese ir y venir, no solo intercambiaron productos, sino también saberes, costumbres y valores que laten poderosos en nuestro presente.

La llegada de otras culturas, como los quechuas, y más con Occidente, se intentó imponer narrativas de "civilización y barbarie", primero con la lucha, luego con la "educación" y la ideología. Sin embargo, nuestras costumbres milenarias son indomables.

El pan que une, la ofrenda que abraza.

El acto central de estos días es la ofrenda o "mesa de Todos los Santos". Desde el 31 de octubre, las familias andinas nos entregamos a una labor sagrada y colectiva: preparar con amor y dedicación la comida y el pan con figura de llamitas, palomitas, escaleritas (el camino de descenso de las almas) y, sobre todo, los manjares que en vida deleitaban a nuestros difuntos, se transforman en puentes comestibles hacia el más allá.

Esta es la manifestación más pura de la concepción andina de la existencia: hay vida más allá de la vida. Cuando un ser amado parte, su cuerpo reposa en el seno de la Pachamama, la Madre Tierra, pero su espíritu se eleva como una energía eterna. Por ello, decimos con profunda convicción que "los ancestros viven en nosotros". Ellos no son un recuerdo estático, sino una fuerza viva que nos regenera y nos exige un compromiso de cuidado con el todo, para ser dignos puentes para las generaciones venideras y su buen vivir.

El encuentro de corazón y espíritu.

El Día de las Almas (2 de noviembre) es el culmen de esta mística. En los hogares y cementerios, alrededor de la ofrenda, la razón se pone al servicio de la logística, pero el verdadero motor es el corazón. Las familias se reúnen en comunidad para compartir recuerdos, rezar, lágrimas y risas. Se come y se bebe con las "almas" que nos visitan. Esta comunión nos fortalece el espíritu como seres humanos, recordándonos que somos parte de un ciclo eterno.

La mística de la ternura eterna.

En estos días, las almas vuelven a casa, no como sombras, sino como el aliento cálido que nos falta, el sabor que añoramos y la caricia invisible que nos guía. Al compartir el pan y la bebida, desdibujamos la frontera entre el aquí y el más allá.

Cuando el sol del 2 de noviembre marca la hora del despacho, al levantar la mesa y repartir la ofrenda, no despedimos a un ser ausente, sino que honramos la promesa de la vida eterna. Es un hasta pronto con el alma renovada, un compromiso de llevar su luz y sus valores en nuestro andar.

Los Andes nos enseña que el dolor de la pérdida se transforma en un acto colectivo de amor inmenso, donde la mística del sentir es la única verdad. íQue el aroma de la ofrenda y la memoria de nuestros ancestros nos abracen y nos fortalezcan el espíritu! Ellos están aquí, sentados a nuestra mesa, sonriendo en cada recuerdo compartido. (René Calpanchay, comunidad de Susques, pueblo atacama).

 

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