A pocos días del fallecimiento del papa Francisco, el pasado 21 de abril, el cónclave compuesto por 133 cardenales se reunió en el Vaticano para elegir al nuevo pontífice. En la tercera votación, la tradicional señal del humo blanco anunció al mundo la elección del nuevo líder de la Iglesia católica: el cardenal Robert Francis Prevost.
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A pocos días del fallecimiento del papa Francisco, el pasado 21 de abril, el cónclave compuesto por 133 cardenales se reunió en el Vaticano para elegir al nuevo pontífice. En la tercera votación, la tradicional señal del humo blanco anunció al mundo la elección del nuevo líder de la Iglesia católica: el cardenal Robert Francis Prevost.
Nacido en Chicago, Estados Unidos, Prevost posee también la nacionalidad peruana. Vivió muchos años en Perú, donde se desempeñó como misionero, antes de ser nombrado arzobispo y posteriormente cardenal por el papa Francisco. El Vaticano lo presentó como el segundo papa procedente del continente americano.
Durante su primera audiencia, anunció que asumirá el nombre de León XIV, en homenaje a León XIII, autor de la encíclica Rerum novarum (1891), que sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia en tiempos de la primera revolución industrial. León XIV subrayó que el mundo actual atraviesa una nueva revolución, esta vez impulsada por el desarrollo de la inteligencia artificial, y afirmó que la Iglesia debe ofrecer su "patrimonio de doctrina social como respuesta" a los desafíos contemporáneos relacionados con la dignidad humana, la justicia y el trabajo.
Desde este punto de vista, el nuevo pontífice se presenta con una doble misión: consolidar el legado pastoral de Francisco y revalorizar la tradición social iniciada por León XIII, adaptándola al siglo XXI.
El papa Francisco, durante su pontificado, nombró a 108 cardenales. Algunas versiones sugieren que el gran número de los purpurados, obedece a la intención de asegurar el sucesor, capaz de continuar con la innovación de la iglesia. La designación de León XIV como cardenal por el propio Francisco y su perfil pastoral permiten suponer que fue uno de los elegidos para continuar con el proceso de transformación iniciado por su antecesor. Por lo tanto, su elección parecería coherente con la línea reformista impulsada desde el Vaticano en la última década.
Todo indica que León XIV buscará avanzar en una Iglesia más moderna, en sintonía con los cambios, o retrocesos, de una sociedad globalizada, sin renunciar a los valores esenciales de la fe. Sin embargo, no es fácil imaginar que el nuevo papa siga "al pie de la letra" el legado de Francisco, ya que ambos provienen de órdenes religiosas con historias y enfoques diferentes: los jesuitas y los agustinos.
Los jesuitas, también denominados la Compañía de Jesús, a los que pertenecía Francisco, han tenido una marcada influencia histórica en campos como la educación, la organización social, la evangelización y hasta la política, especialmente en América Latina. Su accionar en defensa de los sectores más vulnerables ha generado tanto admiración como controversia. Su protagonismo llegó a inquietar a las monarquías europeas del siglo XVIII, lo que provocó su expulsión en varios países europeos y en América en 1767 les ordenaron abandonar en menos de 48 horas. Tuvieron que exilarse en diferentes países. Muchos fueron acogidos en Rusia, por orden de la zarina Catalina la Grande, y recién regresaron en 1815, recuperando parte de sus misiones.
Los agustinos, orden a la que pertenece León XIV, comparten la vocación de servicio y evangelización, con énfasis en el acompañamiento a los más necesitados, aunque con una historia menos conflictiva en términos políticos.
Por ello, puede preverse que la modernización de la Iglesia continuará, aunque posiblemente con un estilo diferente: más dialogado, más institucional, y en mayor sintonía con la estructura interna de la Iglesia y con los laicos. León XIV se enfrenta ahora al gran desafío de equilibrar tradición y cambio, continuidad y renovación.