PRO MIGUEL ÁNGEL FALCÓN PADILLA (*)
"La Navidad vuelve cada año con la apariencia de una certeza, pero en el fondo sigue siendo una pregunta abierta. Se repiten los rituales, las luces, las palabras conocidas; sin embargo, algo en su interior nunca termina de resolverse. Tal vez porque no es solo una fecha del calendario, sino un tiempo simbólico que nos enfrenta con lo que somos, con lo que esperamos y también con lo que nos duele como sociedad.
Las luces navideñas buscan iluminar más que calles y hogares. Expresan el deseo humano de afirmar sentido allí donde la realidad se vuelve áspera. Son una forma de decir que, aun en medio de la noche, la vida insiste. Pero cabe preguntarse: ¿qué iluminan realmente esas luces? ¿Acompañan el encuentro o apenas disimulan la intemperie cotidiana? ¿Nos acercan o nos distraen de lo esencial?
Porque la Navidad también intensifica las sombras. Las ausencias se vuelven más visibles, los silencios pesan más que en otros días. Hay mesas incompletas, duelos no resueltos, soledades que se vuelven más evidentes cuando el entorno exige alegría. ¿Cómo celebrar cuando la herida sigue abierta? ¿Cómo encontrar sentido cuando la memoria insiste en recordar lo que falta?
En las últimas décadas, la Navidad ha sido envuelta por una lógica de consumo que promete felicidad inmediata. Se invita a comprar, a acelerar, a mostrar bienestar. Pero el sentido no se adquiere ni se envuelve. El exceso no sustituye al abrazo ni el ruido reemplaza la palabra. Cuando el mercado ocupa el centro, la fiesta corre el riesgo de vaciarse de contenido humano y transformarse en una representación sin profundidad.
Más allá de credos y creencias, la Navidad conserva un mensaje filosófico persistente: la centralidad de la fragilidad. El sentido no nace del poder ni de la abundancia, sino de lo pequeño, de lo vulnerable, de lo que necesita cuidado. En tiempos que exaltan la competencia y la autosuficiencia, esa fragilidad resulta incómoda. ¿No será, justamente, lo que más nos cuesta aceptar como comunidad?
En Jujuy, esta pregunta adquiere un peso particular. Las luces navideñas conviven con realidades duras: familias que atraviesan la falta de trabajo, jóvenes sin horizontes claros, adultos mayores que sobreviven con lo mínimo. La belleza de nuestra tierra no siempre alcanza para ocultar las desigualdades que persisten. Celebrar sin mirar esta realidad sería un gesto vacío. La Navidad interpela éticamente cuando obliga a ver al otro, no como una estadística, sino como un rostro concreto.
La Navidad, entonces, no es solo un acontecimiento festivo, sino una oportunidad de elección. Elegir la empatía frente a la indiferencia, el encuentro genuino frente a la apariencia, el compromiso silencioso frente al discurso grandilocuente. No se trata de negar las sombras, sino de no resignarse a ellas.
Quizás el sentido más profundo de la Navidad resida en ese equilibrio frágil entre luz y oscuridad. Encender una luz no para negar la noche, sino para humanizarla. Cuando los adornos se guarden y el calendario avance, quedará una pregunta decisiva: ¿qué hacemos, como sociedad, con lo que la Navidad nos recuerda? En esa respuesta cotidiana, discreta y persistente, tal vez se juegue su verdad más profunda".
(*) Miguel Ángel Falcón Padilla es docente universitario, doctor en Ciencias Filosóficas, máster en Relaciones Internacionales y licenciado en Filosofía e Historia.
Cómo construir un uso consciente de tecnología
En un mundo donde los niños crecen rodeados de pantallas, dispositivos inteligentes y aplicaciones con inteligencia artificial, Eset, compañía líder en detección proactiva de amenazas, desde su iniciativa Digipadres, que busca acompañar a madres, padres y docentes en el cuidado de los niños en Internet, advierte sobre la importancia de fomentar un uso consciente de la tecnología desde edades tempranas. Analizan por qué desarrollar una higiene digital sólida ayuda a los menores a mantenerse equilibrados, seguros y en control de su vida en línea.
Un informe de la OMS en 2024, realizado con 280.000 adolescentes en 44 países, reveló que el uso problemático de redes sociales aumentó del 7 % en 2018 al 11 % en 2022, afectando más a las niñas (13 %) que a los niños (9%). Asimismo, investigaciones de la Academia Americana de Pediatría en 2024 concluyen que reducir el tiempo frente a pantallas, en lugar de eliminarlo por completo, mejora el bienestar de manera más consistente. Algunos puntos destacados para las familias, son conciencia digital: enseñar a las infancias y adolescencias a usar la tecnología con propósito. Ejemplo parental: los hábitos de los adultos influyen directamente en los más pequeños. Equilibrio: combinar actividades en línea con descansos activos y experiencias fuera de la pantalla. Desintoxicación digital: no debe ser un castigo, sino una oportunidad para reflexionar y recuperar el control.
Para construir un uso consciente de la tecnología se recomienda iniciar las conversaciones sobre seguridad digital pronto, desde que los infantes tienen dos o tres años. Además, establecer un Acuerdo Familiar Digital completo y visible que rija en distintos niveles para todos los integrantes de la casa. También, limitar el tiempo frente a pantallas en menores de tres años a momentos breves y con propósito. Por último, promover actividades físicas y al aire libre como contrapeso a la sobrecarga digital.
Los hábitos digitales saludables empiezan con el equilibrio, la conciencia y el ejemplo de los padres. Los niños imitan lo que ven. Si los padres navegan en la mesa o responden mensajes durante el tiempo en familia, los niños aprenden que es normal. Establecer límites y vivir de acuerdo con ellos es la lección más poderosa que se puede dar. El mensaje es simple: enseñen a sus hijos que no pierden nada al guardar sus teléfonos. En cambio, ganan tiempo para la creatividad, el descanso y la conexión con el mundo físico. (Eset Latinoamérica).