En un mundo hiperconectado, surge una paradoja dolorosa: nunca hemos estado más comunicados tecnológicamente, pero la conexión humana directa parece en riesgo. Esta reflexión surge del diálogo íntimo y revelador que el diario LA NACION mantuvo con diez adolescentes de entre 13 y 16 años. En un encuentro de dos horas, los jóvenes no solo expusieron su propia relación de dependencia con plataformas como TikTok, sino que pusieron el foco en un comportamiento que la sociedad ha normalizado: la presencia física compartida, pero la atención secuestrada por pantallas individuales. Su crítica no apunta solo a sus propios hábitos, sino a un fenómeno colectivo que observan con lucidez.
Los jóvenes describen con claridad su propia dependencia de redes adictivas diseñadas para retenerlos en un bucle de ansiedad y aburrimiento. Sin embargo, su observación más aguda es hacia el entorno adulto. Relatan cenas familiares donde se les exige dejar el celular, mientras un padre lo tiene en la mano; aulas donde el dispositivo está prohibido para alumnos, pero no para docentes; y hogares donde la noche termina con cada miembro de la pareja absorto en su propio teléfono.
Esta "doble vara" no es solo una queja adolescente, sino un síntoma de una problemática social más amplia. La pregunta que lanzan estos jóvenes es profunda: ¿qué tipo de convivencia y enseñanza estamos modelando si las reglas no aplican para todos? ¿Qué se erosiona, la confianza, la paciencia, el diálogo espontáneo, cuando la prioridad parece ser el estímulo digital inmediato?
Ante soluciones drásticas como la prohibición de redes, la mayoría se inclina por una regulación inteligente y, sobre todo, por el ejemplo coherente. Imaginan un mundo con menos redes como uno más lento, tranquilo y presente. Su testimonio, recogido en esta investigación periodística, es una invitación a una reflexión comunitaria urgente: la conquista de una relación sana con la tecnología no comienza con controles externos a los más jóvenes, sino con un examen honesto de los hábitos de toda la sociedad. Quizás el primer paso para reconectarnos como humanos sea, simplemente, decidir poner la pantalla a un lado y mirarnos a los ojos.
Fuente: LA NACION.