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Laberintos Humanos: El celular

Domingo, 19 de julio de 2020 01:04

Los padres de Angelita se empezaron a preocupar cuando notaron que el único celular de la casa desaparecía por las noches. La niña lo usaba por las tardes para las clases virtuales de la escuela, pero se había tomado la costumbre de correr la silla junto a la alacena, subirse y bajarlo del estante donde lo dejaba el papá.

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Los padres de Angelita se empezaron a preocupar cuando notaron que el único celular de la casa desaparecía por las noches. La niña lo usaba por las tardes para las clases virtuales de la escuela, pero se había tomado la costumbre de correr la silla junto a la alacena, subirse y bajarlo del estante donde lo dejaba el papá.

No tardaron en descubrirla porque ella tampoco lo ocultaba, y la vieron sentada en el suelo, con la espalda contra la cal de la pared de adobes, absorta en mandar y recibir mensajes. ¿Quién estaría del otro lado?, se preguntaron temiendo que se pareciera a aquello que tantas veces se ve por las noticias. Cuando la descubrieron, vieron que ya entrada la madrugada devolvía el celular a su estante y se metía en la cama, donde dormía con dos de sus hermanas mayores, se acurrucó en medio de ellas y se quedó dormida con una sonrisa dibujada en los labios.

La inocencia de sus ocho años parecía haber encontrado motivos para la felicidad. Entonces el padre encendió el celular para controlar ese chateo, que a tal hora era el único. Había temido que lo hubiera borrado, capaz que por indicación de su interlocutor, pero no hubo nada de eso sino una serie de mensajes, cariñosos y de aliento, con alguien cuyo nombre era La Seño y su foto la de una muchacha bonita aunque algo triste.

Trató de cotejar ese número con los de las maestras de la escuela, pero no se les parecía en nada a ninguno, la mamá y el papá se miraron con sorpresa y se hicieron un café porque, de todos modos, ya no iban a poder dormir.

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