Capaz que fue para el mismo año en que falleció ese hombrecito que vivía como del cerro para el otro lado, yendo derecho por entre la playa y la hilera de álamos, nos dijo don Braulio mirando hacia el horizonte con una leve sonrisa de prócer, como si se estuviera burlando de nosotros. De todos modos no creo que vayan a buscar el lugar, nos dijo mientras le clavaba la cucharita de plástico al queso de la humita.
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Capaz que fue para el mismo año en que falleció ese hombrecito que vivía como del cerro para el otro lado, yendo derecho por entre la playa y la hilera de álamos, nos dijo don Braulio mirando hacia el horizonte con una leve sonrisa de prócer, como si se estuviera burlando de nosotros. De todos modos no creo que vayan a buscar el lugar, nos dijo mientras le clavaba la cucharita de plástico al queso de la humita.
El hombre era de beber de más, pero ese no era el caso, porque aunque sobrio tampoco se hubiera dicho de él que era un sabio, siguió diciendo mientras Amadeo Don asentía meciendo la cabeza como judío delante del Muro de los Lamentos, por lo que Armando supuso que estaba pensando en otra cosa y le tocó el hombro, a lo que don Don respondió asustado diciendo: que en paz descanse.
¿Quién?, le preguntó Armando y Amadeo le preguntó si no es que hablaban de un difunto, dijo persignándose. Pero de hace muchos años, dijo don Braulio. De aquellos años quedan pocos ya, y quien le dice que ya se haya cansado de descansar.
El cuento es que el hombrecito falleció, y como no tenía ni deudos ni deudas, el curita, que era bien curioso, se montó en una mula, siguió el camino que les dije y entró a la casa, que no era más que una habitación de adobe, para ver qué había dejado.
Y así comienza esta historia de quien en vida no fue más que un borrachito que amanecía de chupa y así se anochecía, o al menos eso siempre se creyó, dijo al tiempo en que se guardaba la chala de la humita en el bolsillo del pantalón.