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18 de Julio,  Jujuy, Argentina
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Laberintos humanos. Las almitas

Viernes, 10 de noviembre de 2017 20:25

No es que muchas veces viera almas corriendo por los caminos, dijo don Don siguiendo su relato, pero no había modo de dudarlo. Era esa calle serpenteada que recorre Villa Florida, que desde la otra banda muestra a Tilcara como un pino navideño, y se las veía demasiado altas para ser perros y demasiado bajas para ser gente, veloces como etéreas y escurridizas como almitas, dijo.

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No es que muchas veces viera almas corriendo por los caminos, dijo don Don siguiendo su relato, pero no había modo de dudarlo. Era esa calle serpenteada que recorre Villa Florida, que desde la otra banda muestra a Tilcara como un pino navideño, y se las veía demasiado altas para ser perros y demasiado bajas para ser gente, veloces como etéreas y escurridizas como almitas, dijo.

Con eso último bastaba para darnos a entender lo que eran, le sugirió Armando más economía de palabras, pero Amadeo Don, sonriente como galán de publicidad, le aclaró que allí donde lo innecesario radica la poesía. Pero esto es prosa, cortó tajante don Braulio cuando el remisero aclaró que en verso o en cuento, esas dos que corrían eran almitas.

Y tan lo eran que decidimos apearnos del remis para seguirlas, dijo Amadeo Don, que ya había pasado su día y, ¿para que seguían en la tierra? ¿Se habrían extraviado? ¿Se negaban, por alguna razón, a regresar al purgatorio? Quisimos saberlo y fuimos tras ellas, y las vimos tomadas de la mano bajo una peña junto al verde de la acequia.

Temblaban como niños hallados en plena travesura, una puso su brazo sobre el hombro de la otra y dijo que no nos van a separar, y lo dijo temblando de miedo. ¿Y por qué querríamos hacerlo?, les preguntó el remisero sudando inocencia. Porque del otro lado no nos habíamos visto y ustedes, y nosotros, sabemos que debemos ir allí, le respondieron.

¿Y es muy grande eso del otro lado?, quiso saber Amadeo Don, pero ese no era el tema sino su necesidad de quedarse juntas.

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