Porque en cada entramado, la belleza florece desde la pieza que enlaza un saber milenario con los colores de la lana de oveja, en el diseño que aparece como arte de magia pensado desde sus formas hasta su creación como un homenaje permanente a las ancestras que dieron vida a la tradición de este hacer.
Los bordados en fieltro rescatan lo enseñado a través de generaciones de niñas que encontraron, en esta labor, una ventana al pasado que valora la experiencia y la permanencia.
Una de las niñas que supo guardar en su corazón y recuerdos los secretos de este saber es Rosana Ruíz, nieta e hija de tejedoras que desde hace seis años retomó esta labor heredada de su abuela y de su madre, para compartirla como proyecto particular, trabajado para generar y hacer equipo con mujeres que deseen darle vida a través de sus manos.
Y es que tejer y bordar es la actividad que amaba realizar en las tardes de invierno a los trece años. "Yo tejía en la vereda de casa y la gente se acercaba para ver el trabajo. Me encargaban tejidos y me quedó, después fui adolescente y fui mamá, fue pasando el tiempo", expresó Ruíz sobre esta propuesta artesanal que le llena el alma y satisfacciones.
"Yo canto coplas, bailo folclore, llevo la cultura jujeña en mi indumentaria. Hice una manta florida que la usé por mucho tiempo como distintivo en eventos culturales. Después empecé a trabajar con bordados, tapices, paisajes sobre mantas y ponchos con un toque personal", reveló.
Al volver a este saber, recuperó lo aprendido en una terapia donde encuentra calma y tranquilidad. Y es que cada prenda es única. Los tiempos le permitieron enfocarse más a esta iniciativa y con sus conocimientos ancestrales poder ayudar a la revalorización de la identidad como jujeñas. "La manta es una representación de mi mamá y mi abuela. Ahora con el fieltro enseño a alumnas que se entusiasman y se les nota la felicidad del trabajo. Todas tenemos nuestras historias y, al reunirnos, es una contención para demostrar que se puede hacer una labor artística con material autóctono", comentó.
Oriunda de Yala, enseña en Lozano y San Salvador la técnica del bordado en fieltro donde los bordados resaltan el uso de lana en su estado natural y a través de una aguja específica, se guía por la trama y se trabaja sobre una almohadilla. Luego nacen flores, paisajes o aves, con complejidades que sorprenden. "El procedimiento del sellado no permite que se desprenda la lana de la trama, por lo que hace que la durabilidad de la pieza sea mejor. Se usa la lana como la conocemos y después le aportamos colores con tintes que hacen de la obra una labor con características propias", dijo Ruíz, quien aplica una impronta especial para que se luzca la prenda en todo su esplendor.
Con el tiempo y la dedicación, más la atención por ser un trabajo delicado y bonito, manipula la lana al natural que es beige, marrón claro y marrón oscuro, para luego matizarla con colores para innovar y decorar fundas de almohadón, caminos de mesa, cortinas, ramos de flores o alfombras.
En el taller que dicta, primero borda mantas, luego tapiz y, por último, ornamentación, con material y herramientas que se coordinan para crear una prenda genuina. "La propuesta es trabajar en enero con accesorios y bordados de sombreros carnavaleros o chuspas que nos lleva al uso de la lana de oveja", anticipó.
Es así que en las alumnas se sueltan las emociones como globos en el aire y en cada encuentro con este saber, nace el amor por la raíz mediante tejidos y tramas entrelazados por un arte que mantiene su vigencia con tonos más vivos que nunca.