Carta de una madre a un hijo que partió pronto
"Te soñé antes de que llegaras. Te imaginé en cada latido, en cada silencio que habitaba mi cuerpo. Fuiste latido, promesa y comienzo. Llegaste tan suave que no hizo falta que hablaras: ya eras todo amor.
Y un día, demasiado pronto para mi tiempo humano, tu alma emprendió otro viaje. Me quedé con el eco de tu presencia, con el cuerpo temblando entre la vida y la ausencia.
Desde entonces aprendí que el amor no necesita tiempo para ser eterno."
Octubre es un mes de memoria, sensibilidad y amor. Es el mes en que el mundo honra a los bebés que partieron demasiado pronto -durante el embarazo, en el parto o en su primer año de vida-.
El listón rosa y celeste simboliza esos duelos tantas veces silenciados, pero profundamente reales. Cada historia encierra un amor único, un vínculo que trasciende el tiempo y la materia. Lo que una vez se amó, se queda para siempre (Worden, 2018).
El 15 de octubre, Día Internacional de Concienciación sobre la Muerte Gestacional y Perinatal, nos invita a reconocer, visibilizar y acompañar. Nombrar es honrar. Acompañar es sanar.
Un duelo que atraviesa cuerpos, almas y generaciones. El duelo gestacional y neonatal no es un hecho menor ni invisible. Tiene una profunda huella psíquica, biológica y sistémica en madres, padres y familias.
Las mujeres, al ser portadoras de la vida, viven este duelo en su cuerpo y alma de un modo muy particular: la pérdida se inscribe en la memoria celular, en el útero, en la piel (Badenhorst& Hughes, 2007).
Los padres también sienten -a veces en silencio-, muchas veces sin encontrar un espacio legítimo para expresar el dolor, la confusión o la frustración (Cacciatore, 2010). El duelo paterno existe, aunque a menudo quede oculto tras el mandato de "ser fuertes".
Este tipo de pérdidas repercute además en los hijos vivos, incluso cuando no se habla abiertamente. En muchos sistemas familiares, la existencia de un hermano no nacido o fallecido tempranamente queda en un silencio que se hereda: algunos hijos cargan una culpa sutil por estar vivos, otros no comprenden del todo cuál es su lugar (Hellinger, 2001).
Este vacío simbólico puede generar desorden en el sistema familiar: lugares no ocupados, historias no nombradas, duelos no integrados.
Desde la mirada sistémica y ancestral. Desde las constelaciones familiares, cada ser que llega, aunque sea brevemente, forma parte del sistema y merece un lugar. Cuando no se le nombra, el sistema queda incompleto, y la energía de esa historia no resuelta puede repetirse en generaciones posteriores.
Nombrar a ese hijo, reconocer su existencia, darle un lugar en el corazón -sin aferrarse, sin negar- permite que el amor vuelva a fluir. La sabiduría ancestral de muchos pueblos enseña que los hijos que parten pronto se vuelven guías silenciosos, parte del linaje invisible que sostiene a los vivos.
"Lo no dicho se vuelve destino"- Hellinger (2001).
A cada mamá, a cada historia
A la mamá que no pudo conocer a su bebé. A la mamá de un hijo que nació sin vida. A la mamá que vivió un aborto espontáneo. A la mamá de tratamientos fallidos. A la mamá que perdió a su recién nacido. A la mamá que vivió un embarazo ectópico. A la mamá de múltiples pérdi
das. A la mamá de un embarazo anembrionado.
A la mamá que perdió un gemelo.
A la mamá que guardó silencio.
A cada una: tu historia importa. Tu dolor es real. Tu amor trasciende.
A cada papá, aunque a veces el mundo no los vea
A vos, que quizás no tuviste palabras.
A vos, que quisiste sostener sin poder cambiar lo inevitable.
A vos, que también soñaste con un nombre, con una vida.
A vos, que tal vez fuiste excluido del ritual del dolor.
A vos, que lloraste en silencio.
Este también es tu duelo. Esta también es tu historia.
A cada hijo o hija que sabe -o no- que perdió un hermano
A quienes crecieron con una presencia invisible en la casa.
A quienes cargaron culpas que no eran suyas.
A quienes sintieron que faltaba alguien sin entenderlo.
A quienes buscaron su lugar sin saber por qué.
Nombrar a ese hermano, darle un sitio en el corazón y en la historia familiar, es también sanar.
Cuando sostenemos, no cargamos: acompañamos
Sostener un duelo no es resolverlo.
Sostener es estar presente con respeto, crear un espacio seguro, no huir del silencio, ni negar el dolor.
A veces, no hay palabras. Y eso también está bien.
"El duelo es un proceso, no un evento. No se supera, se transforma" (Neimeyer, 2001).
Carta desde el alma de quien partió pronto
Y me fui pronto./ Pronto para los tiempos y emociones de la tierra./ La vida y la muerte son misterios que pertenecen a algo más grande que nosotros./ Como dijo Einstein, nada se pierde, todo se transforma./ Transité el tiempo que debía transitar, en los tiempos del alma./ Gracias por haber sido mi casa, mi nido, mi ancla./ Si te quedas sin soltarme, si evitas el dolor de la pérdida, ni vives ni puedes estar para los que siguen vivos. Te vienes al umbral de los muertos, y ese no es tu lugar./ Cuando dejas de distraerte y te abres al dolor, aparece un amor profundo, silencioso y verdadero./ Solo necesito un lugar en tu corazón. / Ser nombrado es suficiente./ La materia se pierde, pero no la energía. / No pretendo que lo entiendas con la razón, sino que lo sientas con el alma. / Con amor,/ Yo, que llegué para partir pronto, pero que siempre viviré en ti.
"Cuando damos un lugar al dolor, la vida vuelve a encontrar su cauce. Honrar no es quedarse atrás: es permitir que el amor siga vivo".