El arte de tallado en madera es uno de los oficios más exquisitos y complicados. Requiere de mucha paciencia, dedicación y concentración. Por sobre todo, requiere tiempo.
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El arte de tallado en madera es uno de los oficios más exquisitos y complicados. Requiere de mucha paciencia, dedicación y concentración. Por sobre todo, requiere tiempo.
Mario había descubierto el oficio mientras paseaba por la Plaza Independencia de la ciudad de Mendoza, donde un tallador trabajaba en los restos del eucaliptus que había sido cortado ante el riesgo de caída. Durante horas estuvo observando el trabajo minucioso y la destreza admirable del artesano con su gubia dándole forma a aquella escultura. íQuién iba a imaginar que en esos días de vacaciones Mario descubriría su veta artística!
Desde entonces, este hombre grandote, fortachón, tosco, de manos grandes y gruesas, empezó a tomar cursos de dibujo y tallado. Pronto pudo hacer sus primeros cuencos, platos y animales con formas sencillas que repartía entre sus conocidos y compañeros de trabajo.
Mario vivía solo, era lo que se denomina "un cuarentón soltero empedernido". No tenía ningún interés en formar familia, su trabajo como abogado ocupaba la mayor parte de sus horas y casi toda su energía, hasta que descubrió la pasión artística. Desde entonces, dividía su tiempo entre la oficina y el taller que había armado en el fondo del jardín donde se internaba durante horas a trabajar la madera en medio de una nube de viruta y aserrín. Tenía todo lo necesario, serruchos, gubias de distintos tamaños, maderas, lijas, barnices.
Quien no estaba para nada contenta con la creciente pasión de Mario era su vecina, que renegaba cada vez que escuchaba el trac-trac del serrucho o el shi-shi de la lija. Se quejaba porque el viento le traía el polvillo de la madera a su casa y ensuciaba el piso de su galería. Mario le explicaba una y otra vez, que el ruido y el polvo solo duraban un par de días, hasta que él lograba achicar la pieza al tamaño deseado. Pero a la vecina no le importaban sus excusas.
El primer pájaro carpintero que talló, se lo regaló a ella. "Ninguna alusión personal me imagino, Mario" le contestó soltando una carcajada. Desde aquel día la relación con la vecina empezó a mejorar. Delia no se quejaba tanto y, de vez en cuando, le llevaba un café, o una porción de pastel que ella misma preparaba, y se quedaba observándolo mientras él realizaba su minucioso trabajo.
Una noche de tormenta furiosa, un rayo provocó que se cortara la luz en el barrio. El agua caía a baldazos y unos potentes truenos no paraban de retumbar. Mario estaba preocupado por las maderas, si se mojaban no servirían, tenía que ponerlas a salvo de las goteras de su precario taller. En medio de la oscuridad y la lluvia torrencial, decidió cruzar el pequeño patio lleno de barro que lo separaba del taller. Hizo los primeros pasos, cuidadoso, cuando le pareció escuchar los gritos de una mujer. Apenas llegó a guarecerse bajo el pequeño alero, prestó más atención, y sí, confirmó que eran gritos de mujer y golpes extraños que venían de la casa de su vecina, Doña Delia.
Sin pensarlo demasiado, Mario tomó su gubia más grande y saltó la pared que separaba ambos terrenos. No se veía nada, los gritos se espaciaban y perdían intensidad. Probó abrir la puerta de la cocina, estaba sin llave, así que entró y, antes de que pudiera reaccionar, una sombra se le vino encima atacándolo a puñetazos. Mario reaccionó instintiva y defensivamente, ante los gritos de espanto de su vecina.
Había pensado lo peor, que doña Delia estaba en problemas, que alguien la estaba atacando. Su intención fue rescatarla. Nunca dudó en que hacía lo correcto y enterró la gubia varias veces en el estómago de su agresor quien enseguida cayó desplomado al suelo. La tormenta intentó ahogar los gritos desesperados de Delia y la perplejidad de Mario, pero fue inútil.
En cuanto llegó la policía, él explicó que no sabía que la vecina tenía un hijo con problemas psiquiátricos y que en esos días había salido de su internación para visitarla. Tampoco sabía que el chico tenía pánico a las tormentas y que estaba golpeando su cabeza contra la pared, en un ataque de histeria, mientras la madre gritaba para intentar detenerlo. Tampoco supo que la sombra que lo había atacado era justamente aquel joven, aterrorizado por el desconocido que ingresaba en la cocina, y en quien Mario clavó su gubia varias veces, hasta dejarlo sin vida.
Él pensó que salvaba a su vecina, pero eso no alcanzó para la justicia. Fue preso inmediatamente. Por fortuna, en la cárcel dictaban un curso de tallado en madera.