Pronto llega la primavera al hemisferio sur. Los árboles y plantas explotan hojas verdes, flores y perfumes; los días se estiran y se vuelven más cálidos, rebosantes de colores.
inicia sesión o regístrate.
Pronto llega la primavera al hemisferio sur. Los árboles y plantas explotan hojas verdes, flores y perfumes; los días se estiran y se vuelven más cálidos, rebosantes de colores.
De a poco nos animamos a reemplazar los pantalones largos por shorts, buzos por musculosas, zapatillas por sandalias y, a la par, empiezan a salir de los rincones resguardados por el invierno, cuanto bicho pensábamos extinto.
Piojos mugrientos, chupasangres de cabeza, liendres pegajosas, se multiplican a la velocidad de la luz y, aunque nos armemos con cuanto producto haya en el mercado, retomamos una lucha perdida de antemano. No sé a ustedes, pero a mí los piojos me persiguieron hasta la pubertad. Me volvían loca. Mi madre decía que todo piojo que pasaba por la esquina terminaba derechito en mi cabeza. No servía de nada andar con el pelo atado y embadurnado de vinagre, ni que mi madre me pasara el peine fino cada noche antes de dormir. ¡Qué bicho difícil de eliminar!
Otro insecto molesto, agresivo y ahora también peligroso, es el mosquito. ¡Cómo lo odio! Pincha globo, entrometido, aguafiestas y pervertido. Encima, cada vez vienen más grandes, más patudos y pican más fuerte. Ni hablar si encima son de los que transmiten el dengue. ¡Dios nos libre y nos guarde! En las tardes de calor, a eso de las siete, justo cuando uno ya termina de llevar/traer criaturas y trabajar, y quiere sentarse en la reposera del jardín, para tomar un poco de aire fresco, o por lo menos renovado, unos mates o cervecita helada, aparecen los mosquitos insolentes por todos lados. Los muy malévolos atacan en manada, sin piedad. Parecen termitas, pirañas desesperadas, ávidas por extraer cada gota de sangre que corre por tu cuerpo. Para colmo de males, los productores de repelentes aprovechan para llenarse los bolsillos. No me sorprendería enterarme de que ellos son los que andan sembrando colonias de mosquitos por todas partes.
El grillo topo, aunque menos conocido que los arriba mencionados, es tan maldito como los anteriores. ¿No lo conocen? Yo lo conocí el traumático día en que fui a un vivero cercano a consultarporquéla grama bahiana de mi jardín tenía varios agujeros y, alrededor de ellos, el pasto seco. Un amable señor dictaminó enseguida que aquello era obra del grillo topo. Yo lo miré con sorpresa, jamás en mi vida había escuchado ese nombre. Compré el producto y escuché con atención las explicaciones: tirar sobre el pasto y regar mucho, casi inundar el jardín, para que el producto se desintegre y penetre en la tierra. Enseguida volví a mi casa e hice exactamente lo que el señor me había dicho. Regaba tranquila, confiada en que pronto acabaría con el infeliz bicho que me estaba arruinando el jardín, cuando de pronto empecé a ver decenas, tal vez cientos, de unos seres enormes, blanquecinos, amorfos, llenos de patas que se movían hacia el cielo, con colmillos afilados y garras de dragones, emergiendo de la tierra al unísono (no me juzguen, yo los vi así). Tal fue mi espanto, que solté la manguera y salí corriendo, a los gritos hacia la calle. Mi vecina, que justo llegaba a su casa, acudió en mi ayuda. Le expliqué, entre sollozos, que tenía una colmena de alienígenas atacándome en el jardín. Ella entró a mirar y yo me quedé en la vereda, intentando recobrar la respiración y la calma. Unos minutos más tarde, mientras trataba inútilmente de contener la risa, mi vecina me confirmaba que esos bichos asquerosos eran grillos topos.
¡Qué feo terminar la columna así! “No se vale”, diría mi hija. Así que mejor termino deseándoles un hermoso mes de septiembre, lleno de colores, de alegría, de flores nuevas y de cielo azul Pónganse repelente, báñense en vinagre y, sin importar los bichos molestos, disfruten de las hermosas puestas de sol. ¡Feliz primavera!