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Crónica de un frenético final

Lunes, 02 de junio de 2025 01:02

Esta mañana me desperté tarde, a las nueve. Normalmente me levanto muy temprano los sábados para llegar al mercado apenas abren y hacer mis compras semanales con tranquilidad. Odio ir cerca del mediodía, cuando se llena de gente que se apelotona frente a los stands, toquetean las frutas, te empujan, gritan, te rozan con esas bolsas apestosas, antihigiénicas. Hoy no tendré escapatoria, por haberme levantado tarde.

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Esta mañana me desperté tarde, a las nueve. Normalmente me levanto muy temprano los sábados para llegar al mercado apenas abren y hacer mis compras semanales con tranquilidad. Odio ir cerca del mediodía, cuando se llena de gente que se apelotona frente a los stands, toquetean las frutas, te empujan, gritan, te rozan con esas bolsas apestosas, antihigiénicas. Hoy no tendré escapatoria, por haberme levantado tarde.

Anoche me quedé hasta la madrugada limpiando la parte de atrás de la heladera. Hacía mucho que no lo hacía, unos dos meses. Ayer al revisarla, me encontré con que estaba llena de polvo, pelusa y miguitas. ¡Casi me muero! ¿Cómo no me había percatado de tanta suciedad? Un horror. Se podrían haber formado colonias de moho o bacterias. No podía irme a dormir con tanta roña acumulada. Terminé de limpiar como a las dos de la mañana, me di un buen baño y me desmayé en la cama.

Luego de un rápido desayuno, parto hacia el mercado, mientras me aseguro mentalmente de llevar todo lo que necesito: los guantes de látex, alcohol en gel, toallitas desinfectantes, barbijo y mi carrito. Tengo todo, qué alivio. Por si no se dieron cuenta, sí, tengo un tema con la suciedad, los hongos, las bacterias, virus, ácaros, y todos esos bichos microscópicos que atentan contra nuestra salud... nuestra vida.

En mi defensa, quiero decir que yo siempre he sido así. No es que haya desarrollado este TOC en la pandemia de Covid, como alguno pudiera sospechar. ¡No! yo fui una de las primeras personas en usar protecciones para viajar en medio público, e incluso en taxis. La botellita de alcohol la llevo desde los años ochenta en mi cartera. Sí señor, desde chiquita, y mucho antes de que alguien se lo imaginara, yo ya estaba preparada para cualquier ataque bacterial. En la puerta de mi departamento, siempre tengo una alfombra para desinfectar los zapatos, y un cajón donde dejarlos apenas cruzando el umbral. Hace años que tejo unos zoquetes de lana, de distintos tamaños y colores, que ofrezco a mis invitados para moverse dentro de mi departamento. De esta manera me evito el ingreso de gérmenes, suciedad y demás alimañas a mi hogar.

La verdad es que me han dicho varias veces que tengo un TOC, y que estoy peor desde que me separé de mi último novio. ¡Qué tristeza! Yo pensaba que finalmente había encontrado mi media naranja, la horma correcta para mi zapato. Él también tenía un TOC, uno que me resultaba simpatiquísimo por lo que nos entendimos muy bien desde el momento en que nos conocimos. Resulta que él no podía lidiar los números impares, y se la pasaba evitando todo contacto con ellos. Cuando salíamos, saltábamos los escalones y las baldosas de par en par, en los restaurantes pedía una cantidad par de ravioles, medialunas o tomates cherrys en la ensalada, ante la incredulidad del mesero y nuestra risa contenida. Nos llevábamos muy bien, nos entendíamos y cuidábamos mutuamente. Él sabía de mi aversión a los malvados microorganismos, así que cada vez que íbamos a intimar, primero tenía que darse un baño, lavar sus partes privadas con conciencia, aplicarse gel desinfectante y enjuague bucal antes de darme un beso. En fin, cuestiones normales para asegurar una interacción relajada para mí. Recuerdo que un día salió todo colorado con la piel inflamada del baño, porque el jabón antibacterial que yo le había regalado le causó una alergia generalizada. ¡Pobrecito! Tuvimos que salir corriendo al hospital para que le inyecten decadrón.

Nos queríamos mucho, nos respetábamos e incluso lo invité a casa de mis padres para presentarlos formalmente. Pero me equivoqué, un error fatal. No sé qué me pasó, tal vez por la adrenalina del encuentro, me olvidé de alertar a mi familia de su TOC, y la noche tan esperada resultó un verdadero desastre. Los camarones, las arvejas de la paella, los cubiertos y hasta el número de personas a la mesa: mis padres, mi hermana, él y yo, resultaban números impares. Para colmo, mi papá le había estado sirviendo vino desde que llegó, así que cuando el pobre hombre no aguantó más, se descompuso y vomitó todo lo que tenía en su estómago sobre la mesa, la paella, las sillas. ¡Una catástrofe! Casi me muero. Corrí al lavadero a buscar los elementos de limpieza y me abalancé sobre la mesa a fregar como una loca. No sé en qué momento me quedé sola, perdí la noción de todo, solo necesitaba limpiar, aquí, allá, en cada rincón, hasta que todo quedara reluciente.

Al amanecer, cuando finalmente colgué los guantes en el lavadero, advertí que mis padres y hermana dormían, y que mi querido y flamante novio se había esfumado silenciosamente en algún momento de mi frenética noche.

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