Adolescencias, violencia digital y construcción de identidad. Hablar de adolescencias no es solo referirse a un segmento del ciclo vital. Es adentrarse en un período existencial inmerso en un sistema familiar un microcosmos que forma parte de un macrocosmos llamado cultura (Bronfenbrenner, 1979). La adolescencia, como proceso de construcción identitaria, no ocurre en un vacío; se da en un entorno donde las interacciones con figuras parentales, pares y dispositivos culturales moldean continuamente la percepción del mundo y de sí mismos (Erikson, 1968).
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Adolescencias, violencia digital y construcción de identidad. Hablar de adolescencias no es solo referirse a un segmento del ciclo vital. Es adentrarse en un período existencial inmerso en un sistema familiar un microcosmos que forma parte de un macrocosmos llamado cultura (Bronfenbrenner, 1979). La adolescencia, como proceso de construcción identitaria, no ocurre en un vacío; se da en un entorno donde las interacciones con figuras parentales, pares y dispositivos culturales moldean continuamente la percepción del mundo y de sí mismos (Erikson, 1968).
Paternar y maternar implica, muchas veces, enfrentar la reedición de las propias crisis no resueltas. Los miedos y experiencias consideradas como fracasos se disparan ante los desafíos que sus hijos enfrentan. Este fenómeno se comprende desde la teoría de la transmisión intergeneracional de traumas (Bowen, 1978), donde los conflictos no resueltos de una generación pueden manifestarse en la siguiente, especialmente durante momentos de alta vulnerabilidad emocional, como la adolescencia.
No se trata únicamente de la cultura de nuestros adolescentes, sino también de la manera en que nosotros transitamos el desafío de vivir. En un contexto marcado por la hiperconectividad, la velocidad, la incertidumbre y las familias fragmentadas, los adultos brindamos un marco que inevitablemente influye en la construcción identitaria de los adolescentes (Bauman, 2000).
La imagen y la exposición: nuevas formas de violencia y aislamiento
El advenimiento de la cultura digital ha reformulado la adolescencia. Hoy, la existencia se valida en la medida en que es visible; la imagen se ha convertido en un eje central de la construcción de la identidad (Turkle, 2011). "Antes hacíamos porque éramos, ahora somos si existimos para la imagen". Este fenómeno se relaciona con el "capital social virtual" (Bourdieu, 1986), donde la pertenencia y aceptación se miden en términos de visibilidad y aprobación digital.
La exposición constante puede llevar al desarrollo de trastornos de ansiedad y a una autoimagen mediada por dispositivos tecnológicos, donde el miedo a la exclusión -entendido como un miedo ancestral- se ve exacerbado (Bauman, 2000). Este temor se expresa de manera particular en comunidades como la de los "incels" (involuntarios célibes), quienes adoptan discursos misóginos y violentos como respuesta a su percepción de rechazo y exclusión social (Ging, 2019).
Temas Vertebrales
Autoridad: ¿Quién tiene autoridad? ¿Cómo la ejercen los adultos?
Límites: ¿Les ponemos límites o dejamos que ellos sean sin límites? ¿Qué sucede cuando confundimos libertad con abandono?
Nos preguntamos: ¿Cuándo comenzó el proceso de quitar, de destruir? ¿El primer homicidio fue realmente el acto del adolescente, o es la consecuencia de un proceso que comenzó mucho antes? ¿Hay otras formas de "matar", de avergonzar, de minimizar? (Jung, 1953).
¿Cómo acompañar a nuestros adolescentes si aún no gestionamos nuestros propios traumas? Como muestra la imagen de un padre que llora y conversa con su pareja, recuerda la violencia que ejercía su propio padre. Él no golpeó a su hijo, pero lo no resuelto se expresaba en ataques de ira. ¿Cuántos padres no golpean a sus hijos, pero los hieren con palabras o con silencios prolongados? (Rogers, 1959).
Los dos "Yo" de Jim
El Yo vulnerable, auténtico y emocionalmente necesitado.
Es el adolescente real: tímido, inseguro, con deseos de pertenecer y ser amado.
Busca conexión, aprobación, contención. Quiere ser visto, validado. No tiene herramientas para gestionar su soledad ni su ansiedad. Es el yo que podría haber sido acompañado, el que aún era recuperable.
El Yo defensivo, enmascarado, radicalizado. Surge como mecanismo de defensa ante la frustración, el rechazo y la falta de vínculos sanos.
Se identifica con discursos misóginos, violentos y simplificadores ("el problema son las mujeres", "yo soy la víctima").
Este "yo" es producto de una identidad prestada: le da seguridad pero lo desconecta de su humanidad.
Es el yo endurecido, reactivo, que niega la vulnerabilidad porque no sabe cómo sostenerla.
Género, violencia digital y masculinidad reactiva
El fenómeno de los "incels" es solo una muestra de cómo las masculinidades reactivas se construyen en entornos digitales hostiles. Las plataformas de internet proporcionan un espacio para la radicalización y perpetuación de discursos de odio contra las mujeres, especialmente en adolescentes varones que, al no encontrar modelos de masculinidad saludables, optan por identificarse con ideologías extremistas (Connell&Messerschmidt, 2005).
La violencia digital, entendida como la agresión o discriminación ejercida a través de medios tecnológicos, se manifiesta en formas como el acoso, la humillación pública, la difusión de contenido sin consentimiento y el "shaming". Investigaciones recientes sugieren que las adolescentes están particularmente expuestas a este tipo de violencia, mientras que los varones adolescentes tienden a ejercerla como parte de dinámicas de poder y validación entre pares (Jane, 2017; Mantilla, 2015).
¿Qué podemos hacer desde la Psicología?
Desde una perspectiva integradora, es esencial abordar la adolescencia comprendiendo la interacción entre el yo vulnerable y el yo defensivo. El "yo auténtico", aquel que busca pertenencia, validación y afecto, se enfrenta continuamente con un "yo endurecido" que responde al rechazo y la frustración con rabia y violencia (Rogers, 1959). Este conflicto interno puede llevar a la adopción de identidades extremas como un intento desesperado por obtener seguridad y control (Horney, 1937).
Es necesario que los adultos comprendan su propio proceso de desarrollo y reconozcan cómo sus heridas no resueltas influyen en la crianza y en las relaciones con sus hijos (Jung, 1953). Sin un trabajo consciente y comprometido de autoconocimiento, es difícil establecer vínculos saludables y brindar contención genuina.
Invitación a la reflexión y acción
Querido lector, tal vez seas madre, padre, docente, terapeuta o simplemente alguien que ama profundamente a un adolescente. Este texto te invita a observar con nuevos ojos, con un corazón más abierto y atento.
¿Estamos ofreciendo espacios seguros de comunicación y escucha? ¿Nos atrevemos a mirarnos por dentro para sanar nuestras propias heridas y así poder guiar a las nuevas generaciones con amor y sabiduría?
El desafío está planteado: Comprendamos que la adolescencia no es solo un período a superar, sino un espejo que refleja nuestros propios procesos no resueltos. Permitámonos sanar para poder acompañar verdaderamente.
Abramos diálogos genuinos, cuestionemos nuestras certezas y comprometámonos con la construcción de vínculos auténticos que posibiliten el desarrollo saludable de las nuevas generaciones.
(*) Licenciada en Psicología; coach ontológico profesional ;magister en Salud Pública con mención en Atención primaria de la salud.