Siempre que escribo, lo hago desde un entramado. Desde mis propios hilos, desde los hilos que traen quienes llegan al espacio de la consulta psicológica, y desde los hilos sociales que nos atraviesan aunque no los nombremos. Hoy, acompañando también a quienes acompañan -familias, parejas, hijas, hijos, amistades- sentí que la palabra no nacía de la mente, sino de las entrañas. Allí donde el dolor no pide explicaciones, sino presencia.
La ciencia aparece como sostén, no como refugio frío. El arte, como vía para que salga aquello que no entra en las palabras. Porque hay experiencias que no se comprenden: se atraviesan.
Nos enseñaron a aprender a ser felices, a mirar el lado bueno de las cosas, a "pensar positivo". Pero ¿cómo mirar aquello que duele profundamente? ¿Cómo mirar lo que sentimos que nos roba algo de nosotros mismos? ¿Cómo nombrar eso que ni siquiera podemos decir, porque nombrarlo sería, en algún punto, convocarlo?
Lo que primero se vive como desgarro íntimo, con el tiempo busca un lenguaje. Y muchas veces, ese lenguaje no aparece en las palabras, sino en el cuerpo.
En los procesos de enfermedad grave o terminal -como el cáncer- el tiempo deja de ser lineal. El cuerpo introduce otro calendario. A veces es otoño en pleno verano: afuera la vida sigue, adentro algo cae, se desprende, se agota. Y no hay metáfora más exacta para quien lo vive o para quien acompaña.
El cuerpo como escenario del alma. Desde la psicología analítica, Jung comprendía la enfermedad no solo como un hecho biológico, sino como una irrupción simbólica: algo que la psique ya no puede sostener sin transformación (Jung, 1964). El cuerpo habla cuando la palabra no alcanza. No como castigo, sino como intento último de reorganización.
La psicosomática contemporánea y la neurobiología coinciden en algo esencial: el cuerpo no es un envase, es un sistema vivo de sentido. Estrés crónico, trauma no elaborado y emociones sostenidas en silencio impactan en los sistemas inmunológico, endocrino y nervioso (McEwen, 2017; Damasio, 2010). No de forma lineal ni culpabilizante, sino compleja, multifactorial, profundamente humana.
Cuando el cuerpo de uno enferma, el sistema entero se reordena. La enfermedad no acontece en soledad: se inscribe en vínculos, silencios y miradas compartidas.
En la clínica aparece con frecuencia una auto imposición silenciosa: "Tengo que poder solo". Una necesidad de autonomía que muchas veces es también una estrategia de control frente al miedo al descontrol. Cuando el cuerpo empieza a fallar, la ilusión de dominio se resquebraja. Y allí emergen el enojo, la resistencia, la negación, el agotamiento.
La voz de quienes acompañan. Poco se habla del dolor de quienes sostienen. De quienes cuidan, esperan, acompañan tratamientos, silencios, noches largas. ¿Quién sostiene al que sostiene? Nos dicen cómo acompañar al otro, pero rara vez cómo sostenernos a nosotros mismos. Se espera fortaleza, templanza, disponibilidad emocional constante. Se guarda como un secreto aquello que parece inminente y, al mismo tiempo, impredecible. La angustia se vive en soledad, como si expresar el miedo fuera una traición a la esperanza.
Desde los cuidados paliativos se subraya que el sufrimiento no es solo físico: es emocional, relacional y espiritual (Saunders, 2006). Acompañar no siempre es "hacer", sino estar. Escuchar sin corregir. Permitir el enojo sin moralizarlo. Aceptar que hay días donde no se puede ser fuerte.
Sostener a otro sin perderse a uno mismo es uno de los desafíos más invisibles del acompañar. Y ahí, el cuerpo vuelve a ser brújula.
La terapia Gestalt propone algo radical en estos procesos: volver al aquí y ahora del cuerpo. No para negar el futuro, sino para no perder la vida que aún acontece. El cuerpo no miente. Señala límites, cansancio, necesidad de apoyo. Dialogar con él -escucharlo, respetarlo- es también una forma de dignidad.
Hay momentos en la vida que no son para sostener, ni para entender, ni para resolver. Son momentos de entrega. Al misterio de la vida y de la muerte. Nombrarla no la llama: le da un lugar. Un lugar que nos enfrenta con lo finito y, paradójicamente, con lo más profundo de la existencia.
Escuchar el cuerpo no elimina el miedo, pero lo humaniza. Y cuando el control ya no alcanza, la presencia se vuelve refugio.
Cuando el control ya no alcanza. Tal vez el verdadero acto de valentía no sea no caerse, sino permitir que alguien nos sostenga cuando el cuerpo y el alma ya no pueden más. Porque hay otoños que no anuncian muerte, sino una verdad más honda: que vivir no siempre es avanzar. A veces es detenerse, soltar hojas, y dejar que otros caminen a nuestro lado. Y quizás vivir sea, también, abrirnos a aceptar que no tenemos la última palabra. Que aunque quisiéramos una confirmación de los tiempos, una certeza que ordene el caos, estamos -como humanos- arrojados al devenir. A ese fluir incierto donde la vida no responde a calendarios, ni a pronósticos, ni a estadísticas.
La enfermedad crónica no es sinónimo de muerte. Y la vida no se mide en cuánto queda, sino en cómo se habita cada instante. En estos procesos, todo invita a la presencia. A acallar la mente que anticipa finales. A volver al cuerpo que aún respira. A aprender, una y otra vez, a estar. Estar para abrazar. Para perdonar. Para soltar lo que pesa. Para respirar sin apuro. Para sostener... y también dejarnos sostener. Para inhalar la vida que todavía acontece. Para tomar lo que hay, tal como es.
Frida Kahlo -quien convivió con el dolor físico y la enfermedad como parte de su biografía- lo expresó con una lucidez conmovedora: "Al final del día, podemos soportar mucho más de lo que creemos" (Kahlo, 1953).
Tal vez no se trate de resistir, sino de permitir. Permitirnos ser frágiles. Permitirnos no saber. Permitirnos vivir, incluso cuando es otoño en pleno verano. Porque mientras hay respiración, hay vínculo. Y mientras hay presencia, hay vida.
(*) Licenciada en Psicología; coach ontológico profesional; magister en Salud Pública con mención en Atención primaria de la salud; especialista en Salud Pública; facilitadora en procesos de comunicación, resolución de conflictos, expansión de la conciencia, liderazgo; coordinación de grupos y conciencia de redes; y facilitadora en entrenamientos a líderes en gestiones de oratoria y comunicación. [email protected], cel 3884416256.