El periodista gringo
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El periodista gringo
Otra aventura de Carnaval, nos siguió contando Pierro, fue la de ese periodista gringo que se sentó ante mi escritorio para preguntarme por el paradero del Diablito. Vea, me dijo con ese tono anglosajón y la libreta de apuntes en la mano. Usted no me va a creer, agregó alzando los ojos tras sus lentes, pero el diario que me envía está interesado en el caso.
Ciertamente que no le creí, y además me pareció reconocerlo. Pero de esa sensación no me iba a dar cuenta sino hasta después. Lo acompañé hasta el mojón de la comparsa y vi que levantaba una de las piedras como si pudiera estar debajo, siguió contando el comisario, y yo trataba de entender qué era lo que realmente buscaba.
Me han dicho que acá lo entierran cuando ya pasan las nueve noches de fiesta, dijo el extranjero, y que lo vuelven a encontrar para el año, un sábado sin luna, y que con él vuelven a bailar hasta despedirse. Algo de eso hay, le respondió Pierro, pero comprenderá que ese cuento es tan exacto como el de los Reyes Magos.
El periodista alzó los ojos y Pierro creyó que debía aclararle que hay muchos que dicen que son los padres. Entonces el rubio sonrió, volvió a mirar hacia el mojón y murmuró que no creía encontrar una relación entre los padres y el diablo, salvo en las fantasías más raras que pudo haber tenido Sigmund Freud.
A Pierro le venía gustando la ironía de ese hombre y le dijo que no recordaba su nombre. Fue porque no se lo dije, le respondió el otro con un gesto de timidez. Recién entonces fue que Pierro pensó que lo conocía.
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