Cuando, a mediados del siglo XX, fantaseábamos con el año 2000 la imaginación hacía pensar en viajes espaciales como algo cotidiano, ciudades cósmicas orbitando en torno de la Tierra y medios de transporte aéreos que habían convertido en piezas de museo a los automóviles. Nada de eso ha sucedido. Salvo la revolución en las comunicaciones inalámbricas permitiendo a una persona mantenerse comunicada "vía satélite" en cualquier región del planeta donde esté situada.
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Cuando, a mediados del siglo XX, fantaseábamos con el año 2000 la imaginación hacía pensar en viajes espaciales como algo cotidiano, ciudades cósmicas orbitando en torno de la Tierra y medios de transporte aéreos que habían convertido en piezas de museo a los automóviles. Nada de eso ha sucedido. Salvo la revolución en las comunicaciones inalámbricas permitiendo a una persona mantenerse comunicada "vía satélite" en cualquier región del planeta donde esté situada.
Empero, algo sucedió que la gran mayoría de los futurólogos no vaticinó. Se trata de la aceleración del "tiempo humano". Sobre todo ahora, mientras atravesamos la pandemia de Covid-19 y se acentúa la "nueva normalidad". Vertiginosos cambios de vida a los que sólo se puede acceder armónicamente mediante una verdadera "alquimia mental". Y la llamamos de este modo, recordando la oculta labor de los alquimistas medioevales que, mientras engañaban a los demás haciéndoles suponer que el único fin perseguido era convertir una sustancia barata como el plomo en otra valiosa como el oro, en realidad lo que pretendían era conseguir una modificación interior; transmutar las capacidades espirituales y mentales mientras entre atanores y alambiques repetían sus fórmulas secretas. De allí que -como bien lo recuerda Carl G. Jung- "el oro de los alquimistas no es el oro vulgar".
Hoy en día los cambios que interesan para una vida mejor tampoco lo son aquellos exteriores que hacen a lo accesorio, trivial y suntuario. En este momento, más que nunca hay que tener una mente correctamente entrenada para los cambios; incluso para adelantarse a los que han de venir sorprendiendo a la mayoría.
Investigaciones realizadas -hace de esto ya más de una década- tanto en Europa como en los Estados Unidos demuestran que el humano actual tiene que estar preparado no sólo para cambiar de trabajo y domicilio con frecuencia sino -inclusive- para variar de profesión o actividad varias veces en la vida. Algo que hubiera sido impensable tres décadas atrás.
A esto se suma el hecho de que los avances científicos y sus aplicaciones tecnológicas van aumentando sin cesar la expectativa de vida. Esto, también, mantiene un ritmo arrollador que puede advertirse teniendo en cuenta lo que sigue. En la Inglaterra de 1840 el promedio de vida era, casi, de 41 años. Para 1900 en los Estados Unidos, era de 47 años. O sea que en siete décadas había crecido apenas seis años.
Pero para 2004 ya era de 77,2 años; mientras que en la Argentina era de 74 años! Y la cifra sigue acrecentándose de tal modo, que en un congreso organizado en Dublín por la Asociación Británica Para el Avance de las Ciencias, Ian Robertson -entonces decano de investigación del Instituto de Neurociencias del Trinity College- realizó una sorprendente afirmación. Dijo: "La nueva edad adulta oscila entre los 50 y los 80 años, un período mayor que el de la juventud, antes de que se instale la vejez propiamente dicha". Dicho de otro modo, estamos viviendo un tiempo en que recién a partir de haber cumplido tres cuartos de siglo de existencia una persona estaría ingresando a la vejez. La misma edad a la que era poco usual llegar (y habría que ver en qué estado biopsicofísico) hasta hace poco tiempo!
Pankaj Kapahi, del Instituto Buck de Investigación del Envejecimiento, Estados Unidos, rescata -a su vez- la importante relación que existe entre alimentación y longevidad sana. "Comer menos para vivir más" sería el lema a tener en cuenta.
De acuerdo a investigaciones ya completadas en animales, queda en claro que no tener kilos de más ayuda a disminuir la velocidad del envejecimiento como también reduce la posibilidad de formación de enfermedades tales como el cáncer, las cardiovasculares y las neurodegenerativas. Asimismo, los experimentos comprobaron que la memoria se mantiene mejor en quienes no tienen exceso de peso. Pero también la mente funcionará mejor en quienes siguen estudiando, leyendo, aprendiendo, desaprendiendo y reaprendiendo aún a edad avanzada. No abandonarse es clave.
Resulta necesario para conseguir todo esto tener esquemas de pensamiento siempre renovados, capaces de suficiente flexibilidad para armonizar con los cambios exteriores o aquellos imprevistos con que la vida nos enfrenta. Sin dudas, ha llegado el tiempo de que cada uno haga su propia alquimia mental.
(*) Antonio Las Heras es filósofo y escritor