Aurelia y Blanca estaban llamadas a ser buenas amigas, sentimiento que corría a la par de la admiración que el comisario Pierro admitía ante la inteligencia de Bautisto Solón. Pese a ser catamarqueña, Aurelia no veía con buenos ojos que la mujer del comisario estuviera tantas horas en la cocina, ni que yo hablara de ella como “la mujer del comisario”.
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Aurelia y Blanca estaban llamadas a ser buenas amigas, sentimiento que corría a la par de la admiración que el comisario Pierro admitía ante la inteligencia de Bautisto Solón. Pese a ser catamarqueña, Aurelia no veía con buenos ojos que la mujer del comisario estuviera tantas horas en la cocina, ni que yo hablara de ella como “la mujer del comisario”.
Solón sonreía de lado cuando la escuchaba manifestar estas críticas, sólo Dios sabe si aprobando sus ideas, que al fin de cuentas eran las de ella y no las de él, y yo me excusé argumentando que no puedo escribir tantos Laberintos repitiendo siempre los nombres, necesitaba otras referencias para citar a las personas. Aurelia Cintitas, de todos modos, no profundizaba más en el asunto, le alcanzaba con dejar sentado que no estaba de acuerdo y pasaba al tema que más le gustaba: la música.
No era que se dedicara a ella, no la ejecutaba, pero fue la única persona que conocí que, al describirla con palabras, nos hacía tener la sensación de estar escuchando lo melodía. Había, si, cierta cadencia en su tonada que se dejaba llevar, sin llegar a cantarla, por el objeto del relato, aunque debo decir que más de una vez me sucedió que creí que lo hacía por oposición, como en aquello que nos contara al llegar: la pelea entre dos barras de su ciudad natal, dichas de una forma calma y dulce que acentuaban el contraste.