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18 de Julio,  Jujuy, Argentina
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Laberintos humanos. Al menos un poco.

Lunes, 31 de julio de 2017 09:58

Acaso don Bartolomé llegó a saber alguna vez que no todos recuerdan que esa mujer, en algún lugar luminoso, nos acaricia en la niñez los cabellos para que podamos vivir y entendamos algo de la vida, al menos un poco, lo necesario para seguir viviendo. Debe pensar que lo olvidamos, porque no cree que haya forma de vivir sin haberla recibido.

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Acaso don Bartolomé llegó a saber alguna vez que no todos recuerdan que esa mujer, en algún lugar luminoso, nos acaricia en la niñez los cabellos para que podamos vivir y entendamos algo de la vida, al menos un poco, lo necesario para seguir viviendo. Debe pensar que lo olvidamos, porque no cree que haya forma de vivir sin haberla recibido.

Por eso no habla del tema ni habla de otras cosas, sino que cuida su chacra, acompañado de dos gatos que parecen perro, sólo que no ladran, y soporta las alegrías y los pesares como si fueran brisa, como si fueran sólo la caricia del sol. Todas las religiones, me dijo Armando, todas las filosofías y las poesías, deben nacer de una caricia semejante.

Después vienen los teólogos, los poetas y los pensadores a interpretarlo, a llenarlo de palabras y de explicaciones, porque es algo demasiado sencillo para fundar el mundo, ¿pero acaso hay algo más sencillo y natural que un mundo girando en el cielo en torno a una estrella? Los Beatles, Napoleón y el papa no son sino consecuencia de esa sola caricia, me dijo Armando.

Pero sólo a don Bartolomé, me dijo, le alcanza con una respuesta tan sencilla, y en parte es porque, cuando se lo contó a su abuelita para que le explicara lo que le había sucedido, ella sólo lo besó en la frente. ¿Será sólo por eso?, le pregunté y Armando, con una sonrisa ancha, me dijo que no estaba tan seguro.

Yo también, me dijo, término oscureciendo la sencillez de las cosas cuando intento explicarlas. No todos podemos ser como don Bartolomé.

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