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Pero los borrachos saben tener la lengua suelta, y tras mucho tiempo en que usaron del tesoro de doblones de plata del tontito, uno de ellos, una tarde en la que bebía con unos albañiles, les escuchó decir que la obra se iría a parar por falta de dinero. Nos vamos a quedar sin trabajo, dijeron apesadumbrados.
Eso les pasa porque no conocen al tontito, les dijo el ebrio, y como se detuvo arrepentido de sus propias palabrasdelatoras, los peones supieron que algo de cierto debía haber en ello. No importa, dijo el borracho queriendo pasar a otro tema. ¿Cómo que no importa?, lo increpó aquel que parecía ser el capataz.
Nuestras familias dependen de que siga esa obra, los almacenes donde pedimos fiado dependen de nosotros, los corralones donde compramos los insumos para la construcción, la librería donde compran sus cuadernos nuestros hijos y los maridos de nuestras amantes dependen de nuestro jornal, le dijo tratando de resumir, en su desesperación, la lógica de la economía.
Pero pídanle sólo lo que necesitan, les dijo el borrachito, y sobre todo guarden el secreto, les advirtió antes de conmoverse y llevarlos a ese rancho, tan pequeño como una letrina, donde fingiéndose amigos del tontito le pidieron algunos doblones de plata que el anfitrión les dio después de sacarlos de un pozo que tenía a su lado.
Pero uno de ellos, fingiendo haberse olvidado el saco, regresó y le pidió algunos doblones más para pagar la cuota del auto. El tontito lo miró a los ojos, y aunque sabía que hacía lo incorrecto, se los dio.