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Cuando Amadeo Don recibió el mismo mensaje que yo: “¿quién sabe lo que sucederá mañana?”, se fortaleció la teoría del remisero, que sostenía que se trataba de una publicidad que aún ocultaba, sagazmente, el objeto ofrecido, pero Armando sostuvo que se trataba más bien de un acto de terrorismo.
Hay alguien que quiere volvernos locos con la amenaza de lo que puede sucedernos, dijo Armando y preguntó si nos imaginábamos un mundo en el que todos estuvieran pendientes, no del presente, sino del futuro. No es más que el mundo en que vivimos, dijo el remisero cuando don Braulio, con algo de fastidio, amenazó con que si metemos la política en el tema, él se iba.
Capaz que tuviera otras cosas que hacer y estuviera buscando una excusa, pero de todos modos no le dimos chance cuando sonó el celular de Armando con la misma terca pregunta, y el remisero, que parecía irse convirtiendo en un tipo sagaz, se detuvo en el remitente con todos esos garabatos que parecían más bien ser chinos.
Los japoneses pueden ser muy malos, dijo pensando en tantas películas de guerra, pero no conozco antecedentes de que sean terroristas. Más bien al contrario, exageró don Braulio sin mayores argumentos que, de todos modos, nadie le pidió para que no tuviera motivos para irse. Si alguien nos lo pudiera traducir, pensó Armando mirando en vano en derredor.
Si tan sólo hubiera turistas coreanos por alguna parte, dijo con la esperanza de ver uno de esos tours compactos de gente homogénea con cara de inteligente, pero no había nada de eso.