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9 de Agosto,  Jujuy, Argentina
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Costumbres de pueblo | Tilcara, Elecciones 2015

Lunes, 26 de octubre de 2015 01:30
TILCARA DESDE TEMPRANO, LOS TILCAREÑOS ACUDIERON A VOTAR. 
TILCARA (Corresponsal) Una mañana quebradeña cálida fue el marco inicial de las elecciones en que se decidía, entre otras cosas que concentran la atención nacional, la suerte de la intendencia de Tilcara. Como siempre, habrá tercos que se sacan el saludo para tener que pedir perdón el lunes, cosas de pueblo que acaso se remediarán en los próximos carnavales o jugando al botón en la noche de las almitas, que no falta tanto, pero el resto pasaba por una normalidad que motivaba los recuerdos.
¿Quién no recuerda las campañas de su juventud, que siempre fueron mejores acaso sólo porque uno era joven entonces? Además, la agente de la esquina de la escuela se tomó muy a pecho la letra de la ley y cada tanto dispersa a la gente gentil que nos recuerda cual boleta debemos poner en el sobre, entonces la charla se aleja hasta la plaza y hay que pasar el rato hasta que la uniformada va por una gaseosa y deja el camino libre.
Los aparatos políticos, hoy como ayer, funcionan a la perfección sin dejar al azar ninguna de las normas de la tradición electoral. Los dos candidatos que serán sin duda los más votados para el ejecutivo municipal, estaban parapetados en las puertas de dos casas a menos de veinte metros uno del otro, cada cual con su cábala reemplazando a los afiches en que se los pudo ver durante las últimas semanas. En un pueblo, se sabe, las diferencias ideológicas son también alfabéticas. En tal letra vota la familia tal, que se sabe que es de tal palo aunque parece que el cuñado se peleó con su suegro y la oposición puede abrir una brecha en la inexpugnable tradición ancestral de la mesa, donde siempre ganaba ese candidato. La cosa es más sencilla y menos anónima que en las ciudades, aunque hay muchos que viven lejos sin cambiar el domicilio y apenas si conocen a los candidatos locales.
Estos ejercen el clásico turismo electoral, que se suma a las visitas de carnavales y Todos Santos, cuando hay que volver al pueblo. Vuelven para ver que los remises reemplazaron ya por completo a los burros, y nadie baja del cerro sino en el asiento trasero del vehículo que paga el candidato. También se enteran de quien es la cocinera del comité o de la unidad básica, dato más trascendente aún que la mera lista de cargos a la hora de elegir las simpatías.
Si no se sabe quién cocina para uno u otro postulante a intendente, alcanza con acercarse y afilar el olfato, que el futuro de la patria siempre tuvo que ver con el estómago. Luego, las anécdotas. Una señora entró al cuarto oscuro y, tras cerrar la puerta, ya no pudo abrirla. Cuando ya los fiscales sospecharon que no se trataba de una decisión difícil, dedujeron que había que llamar a un cerrajero, que por suerte había alguien que se daba maña en la fila que crecía. Eso es lo que se llama abrirle las puertas a la historia. Y mientras alguno pedía celeridad para no perderse el partido de los Pumas, los fiscales debatían cuan rojos deben estar los ojos para considerar machado a un borrachito, o decidían si el color de una remera era voto cantado o mera casualidad.

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TILCARA (Corresponsal) Una mañana quebradeña cálida fue el marco inicial de las elecciones en que se decidía, entre otras cosas que concentran la atención nacional, la suerte de la intendencia de Tilcara. Como siempre, habrá tercos que se sacan el saludo para tener que pedir perdón el lunes, cosas de pueblo que acaso se remediarán en los próximos carnavales o jugando al botón en la noche de las almitas, que no falta tanto, pero el resto pasaba por una normalidad que motivaba los recuerdos.
¿Quién no recuerda las campañas de su juventud, que siempre fueron mejores acaso sólo porque uno era joven entonces? Además, la agente de la esquina de la escuela se tomó muy a pecho la letra de la ley y cada tanto dispersa a la gente gentil que nos recuerda cual boleta debemos poner en el sobre, entonces la charla se aleja hasta la plaza y hay que pasar el rato hasta que la uniformada va por una gaseosa y deja el camino libre.
Los aparatos políticos, hoy como ayer, funcionan a la perfección sin dejar al azar ninguna de las normas de la tradición electoral. Los dos candidatos que serán sin duda los más votados para el ejecutivo municipal, estaban parapetados en las puertas de dos casas a menos de veinte metros uno del otro, cada cual con su cábala reemplazando a los afiches en que se los pudo ver durante las últimas semanas. En un pueblo, se sabe, las diferencias ideológicas son también alfabéticas. En tal letra vota la familia tal, que se sabe que es de tal palo aunque parece que el cuñado se peleó con su suegro y la oposición puede abrir una brecha en la inexpugnable tradición ancestral de la mesa, donde siempre ganaba ese candidato. La cosa es más sencilla y menos anónima que en las ciudades, aunque hay muchos que viven lejos sin cambiar el domicilio y apenas si conocen a los candidatos locales.
Estos ejercen el clásico turismo electoral, que se suma a las visitas de carnavales y Todos Santos, cuando hay que volver al pueblo. Vuelven para ver que los remises reemplazaron ya por completo a los burros, y nadie baja del cerro sino en el asiento trasero del vehículo que paga el candidato. También se enteran de quien es la cocinera del comité o de la unidad básica, dato más trascendente aún que la mera lista de cargos a la hora de elegir las simpatías.
Si no se sabe quién cocina para uno u otro postulante a intendente, alcanza con acercarse y afilar el olfato, que el futuro de la patria siempre tuvo que ver con el estómago. Luego, las anécdotas. Una señora entró al cuarto oscuro y, tras cerrar la puerta, ya no pudo abrirla. Cuando ya los fiscales sospecharon que no se trataba de una decisión difícil, dedujeron que había que llamar a un cerrajero, que por suerte había alguien que se daba maña en la fila que crecía. Eso es lo que se llama abrirle las puertas a la historia. Y mientras alguno pedía celeridad para no perderse el partido de los Pumas, los fiscales debatían cuan rojos deben estar los ojos para considerar machado a un borrachito, o decidían si el color de una remera era voto cantado o mera casualidad.

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