Desde hoy y hasta el próximo 31 se celebra en el mundo andino -y en muchas otras comunidades indígenas y ámbitos urbanos- el tiempo sagrado de la Pachamama, un ciclo ceremonial de agradecimiento por todo lo recibido.
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Desde hoy y hasta el próximo 31 se celebra en el mundo andino -y en muchas otras comunidades indígenas y ámbitos urbanos- el tiempo sagrado de la Pachamama, un ciclo ceremonial de agradecimiento por todo lo recibido.
Pacha es un término quechua y aymara que abarca múltiples dimensiones: significa cosmos, tiempo, espacio, mundo y universo. En el idioma runa simi (lengua quechua) la palabra compuesta Pachamama se traduce habitualmente como Madre Tierra, pero su sentido es mucho más amplio y profundo. Se trata de una noción compleja que abarca la totalidad del tiempo, del espacio y de la energía vital que fluye en el universo.
Al decir Pachamama, se expresa Madre Tierra sagrada, generadora del equilibrio y el vivir pleno. Ella es la gran madre originaria, la que sostiene y equilibra las potencias de la naturaleza. Es la esencia femenina, dadora de vida, guía espiritual y protectora de los pueblos.
La madre de todos los tiempos y espacios
Hallpa en quechua (también en runa simi) significa “tierra” en su sentido más físico, pero Pachamama representa mucho más: no se reduce al suelo o a la naturaleza visible.
Incluye a los pájaros, plantas, montañas, ríos, humanos, espíritus protectores (awki, ñusta, achachila) y todo lo que vive y fluye en el cosmos.
Amalia Vargas, artista jujeña, investigadora y docente en la Universidad Nacional de las Artes en el área de Folclore y Artes visuales, sostiene que la Pachamama “no está localizada en un único sitio, pero se manifiesta con fuerza en lugares sagrados como los manantiales, las vertientes o las apachetas”.
“Es una deidad inmediata y cotidiana, con quien se dialoga constantemente: se le agradece, se le pide sustento y perdón por las faltas cometidas contra ella o por el mal uso de sus dones. La Pachamamay (como acostumbra nombrarla) es también la fuerza germinadora de la naturaleza. Como los seres humanos que cobija, ella también siente hambre y sed: está viva en su totalidad y requiere cuidado, reciprocidad y afecto”.
“Cuando comienza agosto los pueblos andinos nos preparamos para alimentarla con ofrendas rituales. Es un momento de renovación espiritual, donde se refuerzan los lazos con el territorio, la comunidad y los ancestros”.
“Ella como deidad protectora y proveedora de toda la humanidad, posibilita la vida, favorece la fecundidad, la fertilidad y el equilibrio ecológico y social. A cambio de su ayuda y protección, los runas y pueblos originarios de la Puna meridional, estamos llamados a practicar la reciprocidad (ayni), devolviéndole parte de lo que recibimos.
Esta devolución no ocurre solo en momentos rituales específicos, sino que está presente en todos los actos culturalmente significativos.
Así, se configura una ética del dar y recibir, que sostiene la vida y fortalece el vínculo con lo sagrado”.
Un culto antiquísimo
El culto a la Madre Tierra es una de las expresiones espirituales más antiguas y extendidas en las culturas tradicionales del mundo.
En Sudamérica por mencionar solo algunos casos, se la conoce como Mapu entre los pueblos mapuche, Thaka Honhat entre los wichí, Yvy Rupa entre los mbyáguaraníes, Coatlicue entre los mexicas de Mesoamérica, y Gea o Gaia en las antiguas cosmovisiones griegas.
En las últimas décadas el culto a la Pachamama tomó nueva fuerza gracias a la revalorización de las culturas indígenas-originarias, al resurgir de lo femenino en clave planetaria y al crecimiento de las luchas por la defensa de la naturaleza y los bienes comunes.
Las ceremonias hoy se realizan también en ámbitos urbanos, donde año a año crece la participación consciente. Se ofrecen hojas de coca, chicha, comidas, palabras sagradas y se manifiesta su cuidado.
Estas ceremonias no son moda ni espectáculo: son memoria viva, expresión de una espiritualidad milenaria que propone reciprocidad, respeto y gratitud con la Madre que todo lo sostiene.
Espera
En la noche del 31 de julio se inicia el sahumado de los espacios. Algunos pueblos realizan la ofrenda en la madrugada, antes de que salga el Tata Inti (Padre Sol); otros lo hacen por la mañana, y en ciertas regiones al mediodía, como si se alimentara a una persona viva. Las formas varían según las costumbres de cada comunidad, pero el sentir es el mismo: honrar a la Madre Tierra, agradecer, sembrar palabra y espíritu.
Para ello se abre la boca de la tierra en forma circular, se adorna el borde con flores, y se sahuma con “khoa” (hierba andina purificadora) y otras plantas locales. Luego se ofrece comida y bebida: hojas de coca, chicha, agua bendita, comidas típica, frutos de la región y todo lo que representa el trabajo de las manos y el amor a lo que nos sostiene.
La ofrenda va acompañada de palabras, cantos y t’inkas (invocaciones de gratitud).
Sembrar espíritu
“Durante este mes la boca de la Madre Tierra se abre. Todos los espacios están dispuestos a escucharnos, a recibir lo que estemos dispuestos a ofrendar (aunque sea solo una semilla o un vaso de agua). Ella siempre nos lo devolverá en abundancia, porque su corazón late en reciprocidad”, manifiesta Vargas.
“En este tiempo la Pacha nos recuerda que la salud nace del cuidado, de las plantas, del alimento natural y del espíritu agradecido. Nos enseña que cada persona puede realizar su ceremonia desde su casa, en su patio, en un rincón con tierra o simplemente en el corazón”.
“Es tiempo de recuperar nuestras memorias, de pensarse abundante, sano. Y de hacerse uno con la Pachamamay, la Madre del tiempo y el espacio”.
Vargas recuerda que “nuestros abuelos y abuelas dicen: ‘A veces recibimos, otras veces damos; la interacción de esas dos fuerzas genera vida’”.
Y destaca: “Por eso hay que saber dar con alegría, agradeciendo por todo lo que recibimos: el brillo del Tata Inti, la fuerza de la luna, el alimento de la tierra, el fluir de la Yaku Mama (Madre Agua) y el calor de la comunidad. Agradecer es también reconocer la abundancia que ya tenemos”