El Premio Nobel de la Paz a la líder opositora venezolana, María Corina Machado, reforzó la presión internacional por un cambio de gobierno luego de las polémicas elecciones en donde Nicolás Maduro se adjudicó la reelección pero sin mostrar las actas.
Machado fue la real ganadora de las elecciones de julio del año pasado, en las que no pudo competir porque la proscribió el chavismo. Había triunfado con cerca de 90 por ciento de los votos en las internas de la vereda opositora para esa postulación y su propuesta, que debió pilotear el diplomático Edmundo González Urrutia, exiliado en España, se impuso por una diferencia de treinta puntos al hombre fuerte del régimen, Nicolás Maduro.
El resultado, como se sabe, fue fraguado para negar la victoria opositora. Lo que hace este premio es revolver en esa historia, traer al presente no solo el fraude sino además el trasfondo de represión y crímenes del experimento bolivariano que copia en su formato los estilos de las dictaduras militares de los 70, con secuestros, desaparecidos, cárceles clandestinas y tormentos.
Pero hay un elemento particular en este diseño que es la nueva actitud de la Casa Blanca y la flota que el gobierno de Donald Trump desplegó en el mar Caribe. Es improbable por diversos motivos que esa enorme estructura de guerra, con destructores, submarinos y aviones de guerra, se proponga invadir el país caribeño.
Pero es claro que esta decisión del Comité Noruego estimulará a los halcones de la Casa Blanca para un avance más agudo que el frecuente bombardeo de lanchas supuestamente de narcos en esas aguas. A partir de ahora es muy probable una escalada en la presión sobre el régimen detrás de la intención muy poco ocultada de derribar a la dictadura y colocar en el poder a los ganadores de aquel comicio.
En la medida que Corina Machado, con el respaldo de este significativo reconocimiento, junto al resto de la oposición avale los movimientos de Washington, posiblemente se acentúen las diferencias en las posibles reacciones de los liderazgos de la región.