25°
4 de Diciembre,  Jujuy, Argentina
PUBLICIDAD

Y llegó diciembre...

Viernes, 05 de diciembre de 2025 00:00

Y llegó diciembre. Casi sin pedir permiso, casi sin que nos diéramos cuenta, casi sin que pudiéramos prepararnos del todo. Diciembre tiene esa forma tan suya de irrumpir en la vida, de recordarnos de golpe que el año entero pasó por nuestros días, por nuestra piel, por nuestra historia. Que cada hora dejó una huella, cada encuentro un matiz, cada desafío un aprendizaje que tal vez aún no terminamos de digerir. Diciembre llega con cierta nostalgia dulce, como un aroma que mezcla lo vivido con lo que todavía duele, con lo que ya sanó y con lo que aún necesitamos ordenar.

Llega con la fuerza de un espejo que nos invita a mirarnos, no para juzgarnos sino para abrazar con honestidad lo que fuimos capaces de sostener en silencio, lo que supimos atravesar aunque no tuviéramos fuerza, lo que celebramos con los brazos abiertos y también eso que no salió como soñábamos y que igualmente nos hizo crecer.

En diciembre la vida se detiene un poco. O al menos nos lo pide. Nos invita a bajar el ritmo, aunque afuera parezca lo contrario. Porque mientras el mundo se acelera, se ilumina y nos llena de compromisos, adentro algo susurra más lento, más sincero: "Mirá dónde estás ahora. Mirá todo lo que hiciste para llegar hasta acá". Y en ese susurro se abre un espacio íntimo, casi sagrado, donde podemos sentir todo lo que fuimos guardando en los bolsillos del alma a lo largo del año.

Trae recuerdos. Algunos brillan, otros pesan. Algunos nos hacen sonreír con ternura y otros nos pellizcan el corazón. Y está bien. Porque recordar también es honrar. Lo vivido, lo intentado, lo amado, lo perdido. Todo forma parte del dibujo que somos. Todo nos construye, incluso aquello que nos costó más de lo que hubiéramos querido admitir. A veces llega y nos encuentra cansados. Con el cuerpo pidiendo tregua y con el alma pidiendo abrazo. Con ganas de detenernos un momento y de permitirnos sentir sin apuros. Porque fue un año intenso, o desafiante, o transformador o todo eso junto. Y qué necesario es reconocer el cansancio sin culpa, aceptar que hicimos lo que pudimos con lo que teníamos, y que eso -aunque a veces parezca poco- es muchísimo.

Diciembre también llega con la esperanza en la punta del árbol, en los brindis por venir, en las luces que parpadean aunque no creamos demasiado en la magia. Porque hay algo de niño en todos nosotros que despierta en estas fechas y nos recuerda que siempre es posible volver a empezar, que cada final es en realidad un umbral, que lo que dejamos atrás puede transformarse en semilla si lo miramos con amor y no con reproche. Y sin embargo, no es solo fiesta. También es silencio. Es una invitación a ordenar los rincones internos, a soltar lo que ya no vibra, a agradecer lo que sí. Es un mes que nos enfrenta con lo esencial. Con lo que de verdad importa. Con quienes son hogar, con quienes nos sostuvieron cuando flaqueamos, con quienes nos permitieron ser auténticos sin explicaciones. Es un mes que nos llama a honrar los vínculos que nos alimentan y a tomar distancia de los que nos restan. A elegir desde la paz, no desde la obligación. También tiempo de perdón. El que damos y el que necesitamos darnos. Porque no siempre pudimos con todo, no siempre dijimos lo correcto, no siempre actuamos desde nuestra mejor versión. Y aunque duela, reconocerlo libera.

Deja espacio para poder empezar el nuevo año un poco más livianos, un poco más coherentes, un poco más en paz. Perdonar es la forma más honesta de decirnos: "Seguí. Ya aprendiste lo que tenías que aprender". Pero, sobre todo, es tiempo de gratitud. Gratitud por lo evidente y por lo invisible. Por los abrazos que nos devolvieron el aliento, por los caminos que se abrieron cuando parecía que no había ninguno, por la fuerza que descubrimos en lo más hondo cuando nos creíamos quebrados.

Gratitud por las risas inesperadas, por los encuentros que iluminaron días nublados, por cada gesto simple que nos recordó que la vida sigue siendo un milagro incluso en medio de la incertidumbre. Y si hubo pérdidas, diciembre invita a abrazarlas también. A nombrarlas, a llorarlas, a darles un lugar digno en nuestra historia. Porque quienes ya no están, de alguna manera siguen siendo parte de nuestro paisaje interno. Y recordarlos con amor también es una forma de agradecerles lo que dejaron en nosotros.

Diciembre nos trae la oportunidad de cerrar ciclos. De mirar el año como quien contempla una obra creada con paciencia, con tropiezos, con inspiración y con lucha. No para evaluar si fue perfecto, sino para reconocer que fue real. Que lo vivimos como pudimos, con valentía, con miedo, con fe, con dudas pero lo vivimos. Y eso ya es un acto de enorme coraje. Y entonces, cuando nos animamos a mirar el año sin máscaras, diciembre se convierte en un puente. Un puente entre lo que fuimos y lo que deseamos ser. Entre lo que tuvimos que soltar y lo que queremos cultivar. Entre el agradecimiento por lo recorrido y la ilusión por lo que vendrá. Porque sí: diciembre duele, pero también sana. Cansa, pero también despierta. Sacude, pero también ordena. Es un abrazo largo que nos dice: "Respirá. Agradecé. Cerrá. Y preparate para volver a empezar". Y ahí, en ese punto justo donde el año se vuelve memoria y deseo, nace una chispa. Un impulso sutil, cálido, luminoso. Un murmullo que dice que la vida sigue, que todavía hay caminos por abrir, que aún quedan sueños por desplegar. Y así, con el corazón un poquito más blando y los ojos un poquito más brillosos, nos permitimos sentirlo: qué regalo es estar vivos para seguir escribiendo nuestra historia.

Hay algo en diciembre que nos invita a hacer las paces con lo que no fue. A mirar de frente esos planes que quedaron a mitad de camino sin castigarnos por ello. A reconocer que la vida no siempre sigue el orden que imaginamos, pero que aun así nos sorprende con caminos que jamás habríamos encontrado si todo hubiera salido "como debía". Diciembre nos susurra que confiar también es un acto de valentía. Y cuando el año se acerca a su último suspiro, diciembre nos pide un gesto más: abrir el corazón. Abrirlo para recibir lo bueno que llega, para permitirnos sentir lo que evitamos, para soltar lo que pesa y para elegir con más ternura hacia dónde queremos caminar. En ese acto íntimo y profundo descubrimos que no estamos tan rotos como temíamos ni tan solos como a veces sentimos.

Por último, diciembre nos invita a quedarnos un ratito más con nosotros mismos. A cerrar los ojos, a respirar hondo, a tomar conciencia de que cada paso que dimos -incluso los que parecían insignificantes- nos trajo hasta aquí. Y en ese instante de presencia plena, casi sagrada, entendemos que el verdadero cierre no es el del calendario: es el que hacemos dentro nuestro, con amor, con gratitud y con la certeza de que merecemos todo lo bueno que está por venir. Y llegó diciembre… y con él, una nueva oportunidad de ser, de elegir, de agradecer y de renacer. Siempre renacer. (Correo electrónico: [email protected]).

 

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD