Las migraciones internacionales dejaron de ser un fenómeno coyuntural para convertirse en uno de los grandes ejes estructurales del sistema internacional en 2025. Ya no se trata solo de personas que buscan mejores oportunidades económicas, sino de millones de seres humanos que huyen de guerras, colapsos estatales, crisis climáticas y economías inviables. Según datos consolidados de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), el mundo atraviesa hoy el mayor desplazamiento humano registrado desde la Segunda Guerra Mundial.
A comienzos de 2025, Acnur estima que más de 120 millones de personas se encuentran desplazadas forzosamente en el planeta. De ese total, alrededor de 43 millones son refugiados, otros 68 millones son desplazados internos dentro de sus propios países, y más de 6 millones son solicitantes de asilo que esperan una resolución legal en países de destino. A esta cifra se suma un dato clave que aporta la OIM: el número total de migrantes internacionales -personas que viven fuera de su país de nacimiento- supera los 280 millones, lo que equivale a más del 3,5 % de la población mundial.
Las causas de este fenómeno son múltiples y acumulativas. En primer lugar, los conflictos armados prolongados. Ucrania continúa generando millones de desplazados en Europa oriental, causando una crisis masiva de desplazamiento, con cerca de 10.6 a 11 millones de personas forzadas a abandonar sus hogares desde febrero de 2022, siendo la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, con aproximadamente 6.9 millones de refugiados en otros países y 3.7 millones de desplazados internos dentro del país, y las cifras continúan creciendo debido a ataques constantes, con necesidades urgentes de refugio, alimentos y apoyo psicosocial.
El caso de Siria (14 años de guerra han resultado en la mayor crisis de desplazamiento global, con más de 14 millones de personas desplazadas, y más de la mitad viviendo fuera de lo que alguna vez fue su hogar); Afganistán y Yemen siguen siendo focos históricos de expulsión no sólo por los conflictos y la violencia sino también por desastres naturales.
En África, guerras internas en la República Democrática del Congo y el Sahel, una amplia región africana que incluye a los países ubicados al sur del desierto del Sahara, que alcanzó un triste récord: más del 51% de las muertes relacionadas con el terrorismo a nivel mundial ocurrieron en esa área, es decir, 3.885 de un total mundial de 7.555, según el informe del Índice Global de Terrorismo (GTI), profundizan de esta manera las crisis humanitarias masivas. En este caso, las crisis están originadas por la violencia de grupos armados yihadistas, el desplazamiento forzado (millones de desplazados internos y refugiados), la inseguridad alimentaria severa y la desnutrición infantil (especialmente crítica), y los efectos del cambio climático (sequías, inundaciones), afectando a más de 33 millones de personas que necesitan ayuda vital en países como Burkina Faso, Mali, Níger y Chad, con consecuencias devastadoras en la educación y la salud, especialmente para niños y niñas.
En segundo lugar, el colapso económico y político de algunos Estados. Venezuela es hoy uno de los casos más estudiados por los organismos internacionales: más de 7,7 millones de venezolanos abandonaron su país en la última década, convirtiendo esta migración en la mayor de la historia reciente de América Latina. Haití, Nicaragua y Cuba también aportan flujos sostenidos por deterioro institucional y falta de perspectivas.
A este escenario se suma un factor cada vez más determinante: el cambio climático. La OIM advierte que, solo en 2024, los desastres climáticos -inundaciones, sequías extremas, huracanes y desertificación- provocaron más de 32 millones de desplazamientos internos en el mundo. Aunque no todos cruzan fronteras, estos desplazamientos generan presiones regionales que, tarde o temprano, se traducen en migración internacional. El clima ya no es un problema ambiental: es un motor directo de movilidad humana.
Las organizaciones no gubernamentales que trabajan en terreno -como Médicos Sin Fronteras, Savethe Children y el Consejo Noruego para Refugiados- alertan sobre un punto crítico: la brecha entre la magnitud del fenómeno y la capacidad de respuesta de los Estados. En 2025, los sistemas de asilo de Europa, Estados Unidos y América Latina están saturados. Acnur reconoce que menos del 40 % de los solicitantes de asilo obtiene una respuesta en plazos razonables, lo que genera grandes poblaciones en situación irregular, vulnerables a la explotación laboral, la trata de personas y las redes criminales.
Este desborde tiene consecuencias políticas evidentes. La migración se convirtió en uno de los principales temas de debate electoral en Estados Unidos y Europa, alimentando discursos de seguridad dura, cierre de fronteras y endurecimiento de políticas de visado. En América Latina, países históricamente emisores pasaron a ser países de tránsito o destino sin haber desarrollado estructuras adecuadas de integración. Chile, Colombia, Perú y Brasil enfrentan hoy tensiones sociales asociadas a la velocidad del ingreso migratorio, no necesariamente al número absoluto. La evidencia empírica -reconocida por OIM y múltiples estudios académicos- muestra que la migración no incrementa automáticamente el delito, pero sí puede generar conflictos cuando el Estado no garantiza vivienda, empleo formal, educación y acceso a servicios básicos.
Aquí es importante una aclaración central: no se trata de demonizar la migración. La OIM subraya que los migrantes aportan crecimiento económico, rejuvenecen sociedades envejecidas y sostienen sectores laborales clave. El problema no es la movilidad humana en sí, sino la ausencia de políticas públicas integrales. Cuando la migración se vuelve masiva, rápida y desordenada, los costos sociales recaen tanto en los migrantes como en las comunidades receptoras.
Para regiones como el norte argentino, esta discusión no es ajena. Jujuy, Salta y el NOA forman parte de corredores migratorios históricos y actuales, vinculados a Bolivia, Paraguay, Perú y, cada vez más, a flujos extra-regionales. La experiencia demuestra que la integración planificada es mucho menos costosa que la exclusión improvisada. Políticas de regularización, acceso al trabajo formal, cooperación transfronteriza y articulación con organismos internacionales resultan más eficaces que el simple endurecimiento de controles.
En 2025, la migración ya no puede analizarse solo desde la óptica humanitaria ni exclusivamente desde la seguridad. Es un fenómeno estructural que combina demografía, economía, clima, geopolítica y derechos humanos. Como advierte Acnur, "el desplazamiento forzado no es una crisis pasajera, sino una nueva normalidad". La pregunta que queda abierta no es si las migraciones van a continuar -porque todo indica que lo harán-, sino si los Estados y las sociedades estarán preparados para gestionarlas sin caer en el miedo, la improvisación o el colapso institucional.
(*) El licenciado en Relaciones Internacionales Alejandro G Safarov es director de la carrera de Relaciones Internacionales de la Ucse Jujuy, miembro del Departamento de América Latina y el Caribe del IRI- Universidad Nacional de La Plata e integrante del Consejo Federal de Estudios Internacionales (Cofei).