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A fluir... que la vida es movimiento, no se detiene

Jueves, 20 de noviembre de 2025 23:03

La vida no se detiene. Ni siquiera un instante. Aunque a veces lo parezca, aunque quisiéramos apretar el botón de pausa para respirar, para pensar, para entender lo que está ocurriendo, la vida sigue su curso, como un río que no deja de fluir. Esa corriente constante, que a veces se desliza suave y a veces se desborda, es la esencia misma de estar vivos.

Somos parte de ese movimiento, aun cuando resistimos, aun cuando creemos quedarnos quietos. En realidad, no hay quietud posible en la existencia: siempre algo se está transformando dentro o fuera de nosotros. Fluir con la vida es aceptar esa naturaleza cambiante. No significa rendirse ni dejar de tener rumbo, sino aprender a acompañar los procesos con una mirada abierta y un corazón dispuesto.

A veces nos aferramos a lo conocido porque nos da una sensación de control, porque nos da seguridad creer que las cosas permanecerán como las hemos construido. Pero la vida nos enseña, una y otra vez, que todo se mueve, que nada es fijo, que hasta lo más sólido puede desvanecerse o transformarse. Y es en ese movimiento donde reside la posibilidad del crecimiento, del aprendizaje y de la expansión de la conciencia.

No es una actitud pasiva, es una forma activa de confiar. Es poner el alma en sintonía con lo que acontece, sin forzar los tiempos ni pretender que las cosas sean distintas de lo que son. Es comprender que cada cambio trae un mensaje, que cada etapa tiene un sentido, aunque no siempre podamos verlo de inmediato. Cuando nos resistimos, el sufrimiento aparece. Pero cuando soltamos, cuando respiramos y nos entregamos al ritmo natural de la existencia, algo en nosotros se aligera, se libera, se vuelve más sereno.

La corriente de la vida sabe hacia dónde va, aunque nosotros no lo sepamos. Hay momentos en que todo parece moverse demasiado rápido: relaciones que cambian, proyectos que terminan, personas que parten, etapas que concluyen. Nos cuesta aceptar que lo que fue ya no será igual, que los escenarios cambian y que debemos aprender nuevas formas de estar. Sin embargo, cada movimiento encierra un propósito. La vida no se equivoca cuando nos empuja hacia nuevos rumbos, aunque el miedo nos haga creer que sí. A veces, lo que parece un final es apenas una puerta que se abre hacia una nueva posibilidad. Todo lo que se va deja espacio para lo que viene, y cada vacío contiene una semilla de renovación.

Fluir también es aprender a escuchar el propio movimiento interior. No somos los mismos cada día. Cambian nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestros deseos. Pretender mantenernos iguales es desconocer nuestra verdadera naturaleza. La madurez emocional llega cuando aceptamos nuestras transformaciones sin culpa, cuando nos damos permiso para soltar lo que ya no nos representa. Fluir es no aferrarnos a una versión pasada de nosotros mismos, sino abrazar con amor lo que estamos siendo hoy, en este instante, con nuestras luces y nuestras sombras, con nuestras certezas y nuestras dudas.

El movimiento de la vida no siempre es cómodo. A veces nos arrastra hacia lugares donde no queríamos ir, hacia decisiones difíciles o hacia verdades que duelen. Pero si confiamos en la sabiduría del proceso, descubrimos que incluso en lo incierto hay belleza. La incomodidad nos invita a revisar nuestras estructuras, a mover las raíces que creíamos fijas. Cada sacudida es una oportunidad de reencontrarnos con nuestra esencia. Cuando nos atrevemos a mirar más allá del miedo, entendemos que todo lo que se mueve nos impulsa a crecer.

Fluir implica también soltar el control. Y eso, para muchos, es uno de los mayores desafíos. Queremos planificar, prever, anticipar los resultados, asegurarnos de que todo salga como imaginamos. Pero la vida tiene sus propios planes, y muchas veces nos sorprende con giros inesperados que, al principio, parecen caos, y luego se revelan como un orden superior. Soltar el control no significa desinteresarse, sino confiar en que cada experiencia tiene su propósito y que sabremos responder a ella con los recursos que tenemos.

Cuando dejamos de luchar contra lo que es, la energía que gastábamos en resistir se transforma en fuerza vital para crear y avanzar. En ese fluir constante, el cuerpo también nos habla. Es movimiento en sí mismo: la respiración, la sangre, los latidos, los impulsos. Cuando nos desconectamos de la vida, nuestro cuerpo lo siente; se tensa, se bloquea, se vuelve rígido. Y cuando retomamos el contacto con el fluir, cuando bailamos, caminamos, respiramos conscientemente, cuando nos permitimos sentir, el cuerpo se convierte en un aliado que nos recuerda que estamos vivos. Fluir con la vida también es fluir con el cuerpo, con sus ritmos, sus señales, sus pausas necesarias. Es darle lugar al descanso, al placer, a la expansión.

La naturaleza nos da constantemente lecciones sobre el fluir. El río no cuestiona el curso que sigue, simplemente avanza, sorteando piedras, adaptándose al relieve, encontrando su camino. El viento no se apega a los lugares por donde pasa, y sin embargo deja su huella en todo. Las estaciones se suceden sin lucha, sin que una intente retener a la otra. Así podríamos aprender nosotros a transitar nuestros propios ciclos con más suavidad, con menos exigencia y más amor. A comprender que hay momentos para sembrar, para esperar, para florecer y también para soltar hojas secas. Cuando fluimos, la vida se vuelve más ligera. No porque desaparezcan los desafíos, sino porque los vivimos desde otro lugar. Nos permitimos ser parte del movimiento universal, y en esa aceptación encontramos paz. Ya no necesitamos forzar los encuentros ni retener lo que se va; aprendemos a disfrutar del instante, sabiendo que todo lo que llega tiene su tiempo y su razón.

La fluidez nos enseña a mirar con gratitud, a confiar en que lo que hoy parece incierto mañana puede revelarse como un nuevo comienzo lleno de sentido. Fluir es, en última instancia, un acto de amor. Amor por la vida tal como es, amor por nosotros mismos tal como somos, amor por los demás en sus propios procesos. Es abrir el corazón al misterio de existir, sin tantas preguntas ni exigencias, con la humildad de quien se sabe parte de algo más grande.

Fluir es rendirse a la sabiduría de la vida, que siempre encuentra su cauce, aunque nosotros no lo veamos. Porque la vida, con su ritmo perfecto, sigue moviéndose... y cuando aprendemos a movernos con ella, todo cobra sentido. En definitiva, vivir es acompasarse con el movimiento de la vida. Es abrirnos al instante presente con humildad, sabiendo que no todo depende de nosotros, pero que sí podemos estar abiertos y disponibles para aceptar lo que la vida nos trae en ese momento. Cuando dejamos de empujar y empezamos a permitir, descubrimos que muchas veces el verdadero cambio ya está ocurriendo, realmente, solo necesitaba que lo dejáramos fluir. Aceptar lo que es, no significa renunciar al crecimiento, sino abrazarlo en su forma más honesta y profunda: como un proceso que ya está en marcha, esperando ser acompañado con conciencia y confianza. Namasté. Mariposa Luna Mágica. (Correo electrónico: gotasygotitasjujuy@gmail.com).

 

 

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