Son las siete de la mañana de un día nublado y Arnulfo ya está en plena ruta, con un jarro de café humeante y los boleros de Armando Manzanero como únicos compañeros. Emprende su camino a casa, el regreso a su familia, su mujer, sus dos hijos adolescentes, su jardín y su perro.
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Son las siete de la mañana de un día nublado y Arnulfo ya está en plena ruta, con un jarro de café humeante y los boleros de Armando Manzanero como únicos compañeros. Emprende su camino a casa, el regreso a su familia, su mujer, sus dos hijos adolescentes, su jardín y su perro.
Lleva dos semanas transportando grandes bobinas de acero desde Houston a varios destinos de los Estados Unidos. Su vehículo, un enorme Kenworth T680 de cabina color rojo, no se distingue para nada entre los miles de camiones que recorren las interminables autopistas de este vasto país. Arnulfo las conoce a casi todas, lleva veinticinco años recorriéndolas de una punta a otra, llevando y trayendo mercancía pesada para la industria de la construcción. Y cada viaje, cada encargo, le cuesta un poquito más que el anterior. De solo pensarlo, se le llenan los ojos de lágrimas y se le eriza la piel.
Está cansado, se ha perdido muchos cumpleaños, muchos eventos escolares, muchas corridas al hospital por fiebre alta o caída fuerte de alguno de sus hijos. La vida no es fácil, se dice mientras seca sus lágrimas cargadas de nostalgia y reproches con el pañuelo bordado con sus iniciales. Todo lo ha hecho por amor, por su familia, para pagar cuentas, colegios, comida.
Por fortuna, una vez al año, por quince días, las vacaciones han tratado de compensar al menos algunas de esas ausencias, Arnulfo sonríe con las imágenes que le acerca la memoria, las salidas a pescar, las caminatas por el bosque, la playa. Son necesarias las pausas, se dice, imprescindibles, para poder mantener a la familia unida, para disfrutar, reírse juntos, y celebrar las bondades de la vida.
Matías sale más tarde de lo habitual de la reunión de gerencia. Despotricando, sube a su Audi R8 V10 coupé gris claro que acaban de entregarle, cuando le confirmaron el ascenso a director regional de una empresa multinacional, ubicada en Miami, estado de la Florida. Había confirmado que a las nueve en punto estaría en el centro de convenciones, al otro lado de la ciudad, y le había insistido a su secretaria para que sea clara con los demás gerentes que él debía salir a las ocho treinta en punto. Pero un problema en la logística los demoró, y la reunión se estiró hasta las ocho y cuarenta y ahora debía volar, cosa que odiaba, como odiaba también la impuntualidad.
Las autopistas de Estados Unidos están hechas para velocidad alta, aunque los carteles adviertan que no se debe exceder las setenta millas, es decir, 110 km/hora, aproximadamente. Pero Matías no tiene pensado fallar a su compromiso. Agarra firme el volante, fija su mirada en la ruta, toma la vía exprés y acelera, concentrando su atención en el tráfico cargado. "Deberías tomarte vacaciones" le había dicho su madre la noche anterior, "se te ve muy cansado, hijo, no paras nunca". Él le había explicado, nuevamente, que era imposible, que apenas había asumido el nuevo cargo y que debía conocer a su equipo, arreglar cosas, cumplir. Apenas sube a la autopista, el auto deportivo se desliza con total facilidad, sorteando sus eventuales compañeros de ruta, ignorando las advertencias de velocidad de su waze. Matías vuelve a acelerar. "¿Pero y Marina, y los chicos?" Había insistido su madre. Él la miró con impaciencia, "tienen todo lo que quieren, y más, que no jodan". Acelera. Matías, no tiene tiempo para perder, ísu día a día está siempre tan apretado! íqué sabrá su madre! "Vacaciones las pelotas", se repite ahora, mientras acelera nuevamente.
La vía rápida está colapsada y faltan cinco minutos para las nueve. Matías insulta, una camioneta Suburban negra va tan lenta que desentona con la urgencia del flamante nuevo director, quien rápidamente decide cambiarse al carril de la derecha. Recorre unos metros y un camión enorme rojo con su chasis vacío aparece de la nada enfrente de él.
Arnulfo mira por el espejo retrovisor, un Audi coupé a toda velocidad viene hacia él. Los carriles a la derecha e izquierda están repletos de vehículos, no tiene espacio para correrse y dejarle lugar para pasar. De pronto un estruendo, una explosión, el auto gris claro volando por encima del camión y estrellándose unos metros mas adelante. Arnulfo frena, el chasis se descontrola y empieza a dar coletazos. Unos metros más adelante, Matías siente los golpes, el ruido de la chapa retorciéndose, la bolsa de aire que oprime su pecho con fuerza y, en el medio de ese caos, la voz de su madre reclamándole la imprescindible pausa.