La gente va y viene con indisimulada premura y ansiedad por el centro de la ciudad, claro, son variadas las razones que la apuran. Entre ellas, las más importantes, elegir y comprar los regalos para la noche buena que se avecina.
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La gente va y viene con indisimulada premura y ansiedad por el centro de la ciudad, claro, son variadas las razones que la apuran. Entre ellas, las más importantes, elegir y comprar los regalos para la noche buena que se avecina.
¿Pero para quién son los regalos? íCómo se llama! Seguramente será para papá, mamá, u otro importante miembro de la familia.
íPero no! Y ahora viene la cuestión. Qué celebramos ese día tan especial. Veamos.
En general hay fiesta y disposición en todos los rincones del planeta, aunque, a decir verdad, debería ser mayor la alegría que nace en el alma y en el corazón de todos los cristianos si tomáramos e interpretáramos debidamente esta celebración, su significado y trascendencia.
Y como no, ha nacido el Salvador; ha nacido Jesús, el hijo del Padre en un pesebre de Belén. El 24 de diciembre festejemos su nacimiento, pero con Jesús, por favor, "no lo dejemos afuera", es su cumpleaños. De tal manera que al levantar las copas podamos sentir su presencia divina entre nosotros, su cálida sonrisa, su inigualable figura santificadora. Y todo en familia, en su seno cocreador. Porque es el momento de tomar conciencia de la finitud de la vida y elevar los ojos al cielo plenos de espiritualidad, para dar gracias por su obra, misericordia, camino y razón.
Festejar su nacimiento, es dignificar su historia y hacerla terrena en cada gesto, palabra o acción. Es el pleno compromiso imitando su modo, es el cambio de actitud frente a tanto desatino y ante ello, asumir la participación y responsabilidad sin temor.
"Quien a Dios tiene nada le falta y a nada debe temer". Para que sea una fiesta con Jesús acompañando la mesa, no bastan solo comidas copiosas, si recordar el motivo de la celebración, bien referido en L c. 2,12. De otra manera no pasa sino por una desmedida comilona donde por lo general se olvida al homenajeado, a tal punto que ni se lo nombra, ni se tiene en cuenta con una oración o bendiciendo la mesa. Se ha perdido el concepto de festejo tan caro al acontecer cristiano. Ni que hablar de la misa navideña.
Es como pasar del mayor acontecimiento a una noche vacía, sin la presencia del Señor de la vida, de la "razón" verdadera.
El momento es ideal para convocar su presencia, escuchar su palabra en relatos bíblicos, pensarlo con el corazón rebosante de alegría y esperanzas. Sin aguardar los malos momentos para recién con los ojos llorosos implorar su presencia y asistencia milagrosa y salvadora.
Dios, Señor de la vida y del amor, en estas fiestas intentaremos ser buenos hijos como nuestro mejor regalo. De rodillas y a tus pies te pedimos perdones nuestros pecados y sobre todo, ayúdanos a ser mejores personas. No solo para tu alegría, también para ser dignos de ser llamados hijos tuyos. Bendícenos divino maestro.
íFeliz aniversario!