POR ALEJANDRO SAFAROV
Director de Carrera Relaciones Internacionales UCSE-DASS Integrante
Departamento de América Latina y el Caribe
IRI-UNLP y del Consejo Federal de Estudios Internacionales -CoFEI-
La Asamblea General de la ONU, adoptó el viernes 12 de septiembre pasado, una resolución respaldando la Declaración de Nueva York, que busca revitalizar la solución de dos Estados: Palestina e Israel, y el desarme de Hamás. El texto, impulsado por Francia y Arabia Saudita, y apoyado por decenas de países, obtuvo 142 votos a favor, diez en contra -entre ellos Israel, Estados Unidos y nuestro país-, y doce abstenciones.
La Declaración de Nueva York establece "una hoja de ruta única para materializar la solución de dos Estados", afirmó el representante de Francia al presentar la resolución. Ese documento pide el alto el fuego inmediato en Gaza y la liberación de todos los rehenes, además del desarme de Hamás y su exclusión del gobierno de Gaza en favor de la Autoridad Palestina.
El 80º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, se inauguró el 9 de septiembre y el debate general de este período comenzará mañana martes 23 de septiembre y se extenderá hasta el sábado 27, concluyendo el lunes 29 de septiembre de 2025.
El lema de este 80º período de sesiones es "Juntas y juntos somos mejores: 80 años y más por la paz, el desarrollo y los derechos humanos". Pero Arabia Saudita y Francia para dar continuidad al tema de Palestina, también convocaron a una Cumbre que comienza hoy en Nueva York. Es decir que en pocas horas sabremos lo que puede ser el principio del fin de una de las heridas más abiertas de la humanidad. A éstas potencias se suman el Reino Unido, Canadá, Australia, Bélgica y otros países que ya anunciaron que reconocerán formalmente al Estado palestino.
Es un paso que llega tarde, pero que puede cambiar el rumbo si va acompañado de acciones concretas. Paradójicamente, el mayor impulsor de este reconocimiento no fue la diplomacia palestina, sino el propio gobierno de Israel. Las imágenes de Gaza arrasada, la negación de la ayuda humanitaria y los miles de civiles muertos obligaron al mundo a reaccionar.
Nadie discute que los atentados de Hamás en 2023 fueron terrorismo y que la liberación de los rehenes es un imperativo moral. Pero en la era de las redes sociales nadie puede negar lo que está ocurriendo: hospitales destruidos, barrios pulverizados, familias enteras borradas del mapa. Seguir llamando "legítima defensa" a esa devastación es insultar la inteligencia de cualquiera que tenga acceso a un teléfono.
En los últimos días, Israel intensificó sus operaciones en Gaza, consciente de que hoy 22 de septiembre la Asamblea General de la ONU volverá a ser escenario de una condena diplomática casi unánime y de un posible empuje al reconocimiento formal de Palestina. Mientras la estrategia del gobierno israelí parece clara: arrasar todo lo que pueda antes de que la presión internacional le frene la mano. Es una carrera contra el tiempo, y la víctima sigue siendo la población civil, que ya no tiene adónde huir.
Incluso nos seguimos realizando preguntas incómodas: ¿Cómo es posible que en el Estado más seguro y vigilado del planeta un ataque como el del 3 de octubre de 2023, haya sorprendido completamente a los servicios de inteligencia? ¿Falla de cálculo o algo que se dejó pasar para justificar la guerra total? No podemos dejar de hacernos estas preguntas si de verdad buscamos justicia y no propaganda. Memoria sí, memoria siempre: Los datos son brutales: más de 65.000 palestinos han muerto desde octubre de 2023 y más de 163.000 han resultado heridos.
En Israel, los ataques de Hamás dejaron alrededor de 1.200 muertos y 240 rehenes; a septiembre de 2025, quedan 47 rehenes en Gaza y al menos 25 ya no están con vida. En Cisjordania, casi 1.000 palestinos fueron asesinados en el mismo período, incluidos 210 niños. El 90% de la población de Gaza fue desplazada al menos una vez y Naciones Unidas ya habla de hambruna en el norte del enclave. Entre el 60 y el 70% de los edificios están dañados o destruidos y las pérdidas económicas superan los 20.000 millones de dólares. Esto no es "colateral": es la aniquilación de una sociedad.
El reconocimiento de Palestina también es el resultado de una lucha larga y costosa. Yasser Arafat y la OLP mantuvieron viva la causa durante décadas, pese a demonizaciones y aislamiento. Recordemos que en la vereda de enfrente, Theodor Herzl el gran precursor, desde la Viena imperial del siglo XIX, soñó con un Estado para que los judíos no volvieran a ser perseguidos ni exterminados. Hace tres décadas, Isaac Rabin dio su vida apostando por la paz en Oslo, hubo negociaciones, gestos de buena fe y también traiciones y negocios de guerra.
Si todo eso no nos conduce hoy a garantizar el derecho de los palestinos a vivir en libertad, entonces hemos fracasado como humanidad.Y vale recordar un debate que incomoda y abrió polémica: lo que plantea Shlomo Sand en "La invención del pueblo judío" no es un veredicto histórico definitivo (y muchos lo discuten), pero sí una advertencia útil: no se puede "sacralizar" una narrativa identitaria para convertirla en permiso eterno de negarle derechos a otro pueblo. Reconocer a Palestina no es negar a Israel; es poner la historia al servicio de la convivencia, no de la exclusión.
Europa tiene un mea culpa pendiente: persiguió y expulsó a judíos y árabes, colonizó territorios y creó fronteras artificiales que alimentaron guerras hasta hoy. Dice defender los derechos humanos mientras militariza sus fronteras y deja morir migrantes en el Mediterráneo. Si quiere liderar, debe asumir su responsabilidad histórica y reparar, no solo dar discursos. Ya no alcanza con condenas "balanceadas". Hay un doble estándar intolerable: cuando un Estado bombardea se habla de "operación militar", cuando un pueblo se defiende por otros medios se lo llama "terrorista".
No se trata de justificar atentados; se trata de exigir coherencia. Si legitimamos el uso de la fuerza de los poderosos, debemos también reconocer el derecho de los pueblos a no ser aplastados y a reclamar autodeterminación con herramientas políticas reales. Aceptar el doble rasero es renunciar a la justicia. El reconocimiento de Palestina no puede ser solo un papel firmado en Nueva York: debe ir acompañado de corredores humanitarios, reconstrucción, elecciones libres y límites claros a la ocupación. De lo contrario, será otra promesa incumplida que solo alimentará más odio.
Pero este momento no se trata de pararse del lado del más débil por corrección política. Se trata de cambiar el paradigma: dejar de odiarse, salir de la lógica de venganza y construir algo que permita ganar a todos. Israel no tendrá seguridad con un vecino encerrado y humillado. Palestina no tendrá libertad si justifica la muerte de inocentes. La paz no será producto de discursos, sino de decisiones que rompan el círculo del odio.
Finalmente, esta coyuntura interpela a toda la humanidad. ¿Hasta cuándo vamos a seguir matándonos por pensar distinto? La solución de dos Estados no es una concesión: es la única salida racional. Si el mundo no actúa ahora, perderemos otra generación en la espiral de violencia.
Argentina también tiene algo que aprender. Respetemos nuestras diferencias y acordemos convivencia, como lo hemos hecho históricamente. Aquí conviven comunidades de todos los orígenes, y esa diversidad es nuestra riqueza. No debemos ser cómplices de políticas que violan el derecho internacional, porque al hacerlo perdemos el respeto del mundo y nuestra voz deja de tener autoridad moral. Nos merecemos vivir bien, en paz, sin importar de dónde venimos. No importemos conflictos ajenos ni permitamos que nos dividan. Somos todos judíos y palestinos. Somos hijos del horror, y es hora de dejar de lado los egos nacionalistas y mirarnos como seres humanos. Basta de un mundo intolerante. Hemos vivido el horror de los atentados. No podemos permitir una grieta más.
(*) Es integrante del Consejo Federal de Estudios Internacionales (Cofei), Departamento de América Latina y el Caribe IRI-Unlp.