Los eclipses, desde la perspectiva astronómica, son fenómenos de alineación celeste que producen un efecto visible: el oscurecimiento parcial o total de la luz solar o lunar. Aunque no modifican las órbitas de los cuerpos celestes, investigaciones muestran que influyen en los ritmos circadianos y hormonales, afectando el sueño, el ánimo y la percepción temporal (Cajochen et al, 2003). Estos movimientos despiertan en el ser humano una sensibilidad particular, una apertura a lo simbólico que ha sido reconocida por las ciencias sociales y las cosmovisiones ancestrales.
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Los eclipses, desde la perspectiva astronómica, son fenómenos de alineación celeste que producen un efecto visible: el oscurecimiento parcial o total de la luz solar o lunar. Aunque no modifican las órbitas de los cuerpos celestes, investigaciones muestran que influyen en los ritmos circadianos y hormonales, afectando el sueño, el ánimo y la percepción temporal (Cajochen et al, 2003). Estos movimientos despiertan en el ser humano una sensibilidad particular, una apertura a lo simbólico que ha sido reconocida por las ciencias sociales y las cosmovisiones ancestrales.
En la antropología andina, los eclipses son leídos como pausas cósmicas: momentos en los que la vida y la muerte dialogan, y donde se nos recuerda que todo ciclo requiere de cierres y renacimientos. El investigador jujeño Ricardo René Pereyra (2012) sostiene que los pueblos del Noroeste Argentino han comprendido históricamente los fenómenos celestes como marcadores de tiempo social, agrícola y espiritual. Del mismo modo, la cosmovisión andina integra estas señales como guía para el sembrar, el recolectar y el soltar.
El eclipse como umbral. Más que un simple cierre, el eclipse es un umbral. En lo físico, no "cierra" nada: es un fenómeno temporal de alineamiento lumínico. Pero en lo simbólico, abre un espacio liminal donde la luz se oculta y surge lo inconsciente.
Para la ciencia, es una pausa lumínica que interrumpe lo habitual y altera ritmos biológicos.
Para el saber andino, es un tiempo de soltar lo viejo y preparar la semilla de lo nuevo.
Para la psicología profunda, es un acto simbólico: enfrentarnos con lo que no queremos ver, con nuestras resistencias y apegos, y animarnos a dejar ir.
El eclipse nos recuerda que soltar no siempre es perder: es permitir que la oscuridad prepare el terreno del renacimiento.
Jujuy, vientos que terminan, primavera que se anuncia. En nuestra tierra jujeña, los vientos nortes de agosto cumplen un rol simbólico y climático: remueven, incomodan, barren lo viejo para preparar el terreno de la primavera. Sin embargo, al concluir, suelen confrontarnos con los cierres, con lo que nos pasa con ellos, con nuestras resistencias, nuestras maneras de protegernos frente a lo que nos impacta, a lo que no terminamos de entender o aceptar.
Desde la psicología profunda y el psicoanálisis, cerrar un ciclo implica atravesar un duelo simbólico: soltar una parte de nuestra identidad ligada a lo que se cierra. El psicoanálisis lacaniano sostiene que el cierre conecta con la imposibilidad de completud; aceptar que siempre hay una falta estructural y que los ciclos no colman todos los deseos (Lacan, 1975/2005). El inconsciente responde con resistencias, con la compulsión a repetir o con el apego a lo conocido. El paso necesario es tomar conciencia de esas resistencias y habilitar un acto simbólico que permita transitar la pérdida sin negarla.
Todavía cuesta dejar el invierno atrás: ese frío que representa recogimiento, quietud y muerte simbólica. La neurobiología muestra que los seres humanos tendemos a evitar experiencias de pérdida, incluso cuando son necesarias para la adaptación (Davidson, 2004). Así, lo social refleja esta dificultad: resistimos a soltar formas comunitarias antiguas, vínculos que ya cumplieron su función o economías que piden renovarse.
Vivir es aprender de los ritmos de la vida. La vida no es lineal; es cíclica, como la respiración o las estaciones. Aprender a escuchar esos ritmos es tanto un desafío personal como colectivo: Cerrar, reconocer lo que muere y agradecer su paso. Abrir, habilitar la disponibilidad a lo incierto y confiar. Sembrar, cultivar la paciencia y la visión presente para el futuro.
Los pueblos andinos nunca separaron vida y muerte: ambas son parte del mismo tejido. Como dice Garcilaso de la Vega (1609/2009), "la muerte no era término, sino tránsito".
Ahora bien, para poder habitar verdaderamente estos ritmos, necesitamos mirar las creencias que sostienen nuestra manera de vivirlos. Muchas veces operan de forma inconsciente, como hilos invisibles que condicionan nuestras decisiones. Mientras no podamos reconocerlas, seguirán comandando nuestra vida desde las sombras. Poder verlas es abrir los ojos a la posibilidad de elegir, de discernir qué caminos queremos transitar y qué decisiones necesitamos tomar para cerrar o abrir con conciencia.
Creencias que sostienen o limitan. Las creencias colectivas y personales funcionan como raíces invisibles. Algunas nos impulsan a crecer, otras nos inmovilizan.
Posibles creencias a revisar: "Si lo dejo ir es porque no me amaron". "Si lo dejo ir, es porque fui un fracaso". "Si dejo ir, pierdo para siempre". "El cambio es peligroso". "El dolor debe evitarse a toda costa". "Tengo que cargar con lo que heredé". "Mi valor depende de lo que sostengo, no de lo que suelto". "El futuro solo repite el pasado".
Habiendo visto algunas de las creencias que pudimos traer a luz, te invito a considerar también situaciones que nos piden ser cerradas. Es importante subrayar que se trata de procesos: hay cosas que quisiéramos cerrar pero aún no es el tiempo. Porque no es un tiempo de la mente, sino del alma. Y el alma no se apresura, no conoce urgencias ni ansiedades; no le incomoda lo incómodo.
Situaciones que invitan al cierre. Terminar una relación que ya cumplió su ciclo. Transiciones vitales asociadas a la edad. Procesos de enfermedad y recuperación. El crecimiento y autonomía de los hijos. La pérdida o partida de un ser querido. El cierre de un trabajo, proyecto o etapa. Mudanzas o cambios territoriales. Crisis económicas que exigen reinventarse.
Para cerrar este espacio de reflexión te invito a preguntarte:
¿Qué ciclo estoy llamado a cerrar, aunque aún no tenga la claridad mental para hacerlo?
¿Qué creencia invisibiliza mis decisiones y me mantiene en bucle?
¿Qué proceso del alma necesita tiempo, no urgencia?
¿Dónde puedo permitir que se abra el espacio para lo nuevo, sin apresurar ni forzar?
¿Cómo sostener la delicada textura de mi tejido interior entre mirar y soltar?
Y a sentir la imagen de un portal de transformación, que recuerda que todo final es semilla de renacimiento.
Te invito a sacar tu voz, ese aire creador que nombra, danza y se expande, tomando también las palabras de "Soy Jujuy" de Los Tekis, que evocan la unión con el viento norte y el pulso vital de los ciclos: "Soy Jujuy, viento norte quebradero, que va de la Puna hasta el Ramal" (Los Tekis, 2015).
Esta poesía popular dialoga con la ciencia y la sabiduría ancestral, recordándonos que todo se mueve, todo se transforma.