"¡Otra vez!" se lamenta María José, mientras enrolla con fuerza su dedo índice ensangrentado con un retazo de tela de cocina. Terminada la tarea, arrastra la silla hasta la puerta entreabierta y se sienta para mirar a los escasos transeúntes, y alguna que otra persona en bicicleta que pedalea con esfuerzo sobre la calle de tierra. Es la hora de la siesta, y la abuela tenía otros planes. Estaba a punto de hacer unas masitas para el mate, porque hoy vienen los hijos y nietos, pero tuvo la mala suerte de que el cuchillo resbalara en la manteca y ¡zas! Otro corte. Ahora seguro que deberá aguantar el reto de sus hijos, le dirán: ¡otra vez, mamá! Pero ella piensa: No pasa nada, ¡una mancha más al tigre!
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"¡Otra vez!" se lamenta María José, mientras enrolla con fuerza su dedo índice ensangrentado con un retazo de tela de cocina. Terminada la tarea, arrastra la silla hasta la puerta entreabierta y se sienta para mirar a los escasos transeúntes, y alguna que otra persona en bicicleta que pedalea con esfuerzo sobre la calle de tierra. Es la hora de la siesta, y la abuela tenía otros planes. Estaba a punto de hacer unas masitas para el mate, porque hoy vienen los hijos y nietos, pero tuvo la mala suerte de que el cuchillo resbalara en la manteca y ¡zas! Otro corte. Ahora seguro que deberá aguantar el reto de sus hijos, le dirán: ¡otra vez, mamá! Pero ella piensa: No pasa nada, ¡una mancha más al tigre!
Claro, en sus casi noventa años de vida, María José viene acumulando cicatrices de todo tipo. Una de las primeras, en la rodilla, fue consecuencia de aquella vez que intentó subirse a la bicicleta de su padre. Tenía unos seis años, la bici se le vino encima y el pedal con dientes de metal se clavó en su pequeña rodilla. Otra cicatriz grande, una línea blanquecina sobre su ceja derecha, es el resultado de una caída desde el árbol de moras que había en la vereda de su casa, y la profunda herida vertical en la pierna derecha fue por desoír a su madre y correr sobre las piedras resbalosas del río Pirquitas. ¡Qué porrazo se dio! ¡Cuánta sangre chorreaba de esa pierna!, recuerda y sonríe. A su madre le costaba mantenerla a salvo, ¡era muy inquieta! vivía lastimada, cortada, llena de moretones y, de más grande, quemada.
De adolescente intentó colar unos fideos recién hervidos, a pesar de las advertencias de su madre, perdió el equilibrio con la pesada olla entre las manos y terminó salpicada con agua ardiendo, que llenó de ampollas sus brazos y piernas largas.
Luego vinieron las cicatrices más lindas, las de las cesáreas de sus hijos. En los años cincuenta, los médicos no escatimaban en cortar y abrir, para luego coser como matambre las barrigas de las parturientas. A ella nunca le importó esa cruz enorme que le cruzaba el bajo vientre. Tenía a sus bebés, y eso lo valía.
Más adelante, aparecieron las cicatrices de la enfermedad innombrable. María José recuerda esa época de incertidumbre, dolor y tratamientos, mientras recorre con sus dedos arrugados la cicatriz de su pecho.
Es que nos sucede a todos, a lo largo de nuestras vidas vamos acumulando marcas, cicatrices que se ven, y otras que son invisibles, pero tan presentes como las primeras. Cada una guarda una historia, una anécdota graciosa, épica, o de lucha, pero todas dignas de ser contadas.
Hace un tiempo descubrí el extraordinario "Kintsugi", una técnica japonesa que recupera la cerámica dañada reparando las grietas con finas y delicadas uniones en oro. El objetivo es mostrar que la belleza permanece, e incluso se intensifica, con aquellas cicatrices recuperadas. Es un método que reconoce la imperfección, para exaltarla y celebrarla. Miles de personas recorren mercados de pulgas, ventas de garaje o depósitos de vajilla antigua en busca de piezas rotas, rajadas o lastimadas, para poder aplicar este bellísimo arte japonés. ¿No es maravilloso?
En este fin de año, les propongo reflexionar sobre nuestras propias cicatrices e investigar cómo podemos aplicar el Kintsugi a ellas. Sería una buena manera de revalorizarlas, darles otro sentido, y embellecerlas. ¿Qué les parece, al menos, intentarlo?