El acuerdo entre el Gobierno y el Fondo Monetario Internacional abre una nueva etapa en la gestión del presidente Alberto Fernández, que hasta ahora estuvo signada por los conflictos internos, la emisión monetaria sin control, una fuerte carga de incertidumbre en la economía y la derrota electoral del año pasado. Después del arreglo con los bonistas externos, se trata ni más ni menos que del primer gran problema de fondo que se logra resolver desde la asunción del Frente de Todos al poder, con el condicionamiento central de una pandemia despiadada que hizo volar por los aires todos los planes iniciales del Presidente.
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El acuerdo entre el Gobierno y el Fondo Monetario Internacional abre una nueva etapa en la gestión del presidente Alberto Fernández, que hasta ahora estuvo signada por los conflictos internos, la emisión monetaria sin control, una fuerte carga de incertidumbre en la economía y la derrota electoral del año pasado. Después del arreglo con los bonistas externos, se trata ni más ni menos que del primer gran problema de fondo que se logra resolver desde la asunción del Frente de Todos al poder, con el condicionamiento central de una pandemia despiadada que hizo volar por los aires todos los planes iniciales del Presidente.
Por un lado, el acuerdo le aporta un marco de relativa certidumbre a las variables económicas, y por el otro envía una importante señal de autoridad hacia el kirchnerismo más duro, que sostuvo hasta el último momento que el default no era el peor de los caminos. De hecho, sorprendió la evasiva respuesta del ministro Martín Guzmán sobre si Cristina Kirchner apoyaba los números acordados con el Fondo. El funcionario se limitó a decir solamente que en el Congreso se verán los apoyos que tendrá este entendimiento. Da la sensación de que el kirchnerismo más duro sigue teniendo reparos contundentes con el arreglo alcanzado el viernes.
El día después del anuncio, en el Gobierno había ayer una compleja mezcla de sensaciones sobre la noticia. Aún se notaba la euforia por no haber caído en default y por el fuerte derrumbe del dólar paralelo, que venía en una carrera alcista que llevó su cotización hasta los $223. Incluso en el ala política del albertismo repetían con entusiasmo que el acuerdo con el Fondo representaba, en los hechos, el lanzamiento de la eventual candidatura de Alberto Fernández a la reelección.
Sin embargo, también había cierto estado de nerviosismo por el atronador silencio de Cristina Kirchner y su hijo Máximo, los dos líderes indiscutidos de los halcones de la coalición oficialista.
"Cristina va a terminar respaldando el entendimiento para no quedar tan expuesta ante los ojos de la sociedad. Los gobernadores oficialistas y opositores ya se pronunciaron a favor", sostuvo ayer a El Tribuno de Jujuy un importante colaborador del Presidente que pidió reserva de su identidad.
Alfredo Cornejo, uno de los líderes de Juntos por el Cambio, salió ayer a decir que si la vicepresidenta no respalda explícitamente el acuerdo, ellos ni siquiera se sentarán a analizarlo. La declaración sorprende: ¿por qué no apoyar o rechazar el acuerdo sin conocer la opinión de Cristina? ¿La UCR no tiene una posición independiente del pensamiento de la exmandataria? La exacerbación de la grieta llega a veces a niveles insostenibles.
Una alta fuente del espacio opositor señaló que los dichos del mendocino son más fuego de artificio que realidad, ya que nadie quiere quedar asociado a coquetear con el default cuando se vote la ley en el Congreso. "La mayoría de nuestros votos van a estar", agregó.
Lo que viene
¿Se viene un momento de mayor moderación en las posturas del oficialismo? La letra chica del acuerdo con el Fondo, en donde debe reducirse el déficit fiscal, achicarse la brecha cambiaria y bajar sensiblemente el nivel de emisión monetaria, no dejaría muchas otras opciones.
Entre los muchos detalles que aún se desconocen, uno de los más urticantes tiene que ver con las tarifas de los servicios públicos. Guzmán afirmó que no habrá un aumento más allá del informado, pero el FMI afirmó anteayer en un comunicado que la carta de intención incluirá una reducción "progresiva" de los subsidios.
Otro de los interrogantes más fuertes que dejó el anunció es cómo hará el Gobierno para bajar el déficit sin hacer ajustes. La respuesta oficial es que de esa situación se ocupará el crecimiento económico, pero eso está atado a múltiples variables como el precio de los commodities, una disminución importante en la inflación y un ordenamiento de la política cambiaria nacional. Todos esos factores, pese al acuerdo, aún están en veremos.
Está claro que el entendimiento con el organismo multilateral no hará crecer las reservas por sí solas, no reducirá los índices inflacionarios por inercia, no le pondrá un techo al dólar paralelo ni tampoco generará automáticamente empleo de calidad. Todas esas cuestionen dependen mucho más de las políticas internas que se tomen para normalizar la economía que de las negociaciones de los últimos días con el Fondo. ¿Quiénes serán los principales beneficiados de este acuerdo?
Básicamente, las empresas que deban endeudarse para incrementar sus niveles de producción, ya que de otra manera el financiamiento continuaría totalmente cortado como hasta ahora.
El gran desafío que tiene ahora la Casa Rosada es mostrar una política antiinflacionaria que tenga un impacto relativamente rápido en los precios. La caída del dólar blue facilitaría un poco las cosas, aunque entre los hombres de negocios siguen reclamando reformas estructurales para afrontar los problemas para importar y la suba de los costos operativos.
"Imaginábamos que acordar con el Fondo vendría de la mano de revisar varios de los desequilibrios que tiene el país, como actualizar las leyes laborales para incentivar el crecimiento del empleo, pero según lo que trascendió eso no está en los planes del Gobierno", afirmó ayer por lo bajo un empresario que actualmente le da trabajo a más de mil personas en el país.