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Laberintos Humanos: El interrogatorio

Miércoles, 10 de febrero de 2021 01:00

Al fin Pierro se detuvo delante de mi silla. Blanca lo ladeaba con gesto duro. No quedaba nadie más que nosotros tres después de la cena. Fue entonces que el comisario buscó las palabras, y su duda sonó a algo que iba más allá de la mera intriga, era algo que lo afectaba profundamente.

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Al fin Pierro se detuvo delante de mi silla. Blanca lo ladeaba con gesto duro. No quedaba nadie más que nosotros tres después de la cena. Fue entonces que el comisario buscó las palabras, y su duda sonó a algo que iba más allá de la mera intriga, era algo que lo afectaba profundamente.

Como suele suceder, empezó por una suerte de introducción, un pensado rodeo en el que me aclaró que detestaba la mentira, aunque debió aclarar que entendía la diferencia que hay entre la ficción y la falsedad. De todos modos quisiera saberlo de su propia boca, me dijo, porque comprenderá que con ello nos jugamos más que una respuesta. ¿Qué hay de cierto en estos Laberintos?, me preguntó al fin y sentí como se le tensaban los músculos antes de atajar la respuesta. Blanca tomó la palabra sin dejarme responder. Me dijo que si acaso eran recuerdos, la cosa era sencilla.

Yo podía estar compartiendo con los lectores del Tribuno algo que había sucedido, ¿me entiende?, preguntó. Si somos parte de su memoria quiere decir que existimos, al menos en ese pasado que usted recuerda, aclaró. Pero si son todas cosas que a usted se le ocurren, Dubin, ¿qué somos nosotros? ¿Nada más que personajes de su fantasía? No me resigno a ser tan poca cosa, concluyó para guardar silencio.

Traté de decirle que ser personaje no era poca cosa, como lo son el Quijote, Hamlet o Isidoro Cañones, gente que para muchos lectores son más reales que cualquier otro tipo que camina por la calle. Pero, sin darme cuenta, le había dado así una dolorosa respuesta.

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