El padrecito y Pierre Donadou Quispe se reían de la incómoda situación en que yo estaba, recibiendo las acusaciones cruzadas de esas dos mujeres, Perla y la esposa del almacenero, echándome en cara las impertinencias que publico en estos Laberintos. Les voy a confesar que si alguna vez pensé en dejar de escribirlos, no fue en esta ocasión ya que el escándalo sazona un poco las mañanas largas de diciembre.
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El padrecito y Pierre Donadou Quispe se reían de la incómoda situación en que yo estaba, recibiendo las acusaciones cruzadas de esas dos mujeres, Perla y la esposa del almacenero, echándome en cara las impertinencias que publico en estos Laberintos. Les voy a confesar que si alguna vez pensé en dejar de escribirlos, no fue en esta ocasión ya que el escándalo sazona un poco las mañanas largas de diciembre.
De todos modos, no daban espacio para que me defendiera, si es que quería hacerlo, cuando Perla la paró en seco para preguntarle si lo que realmente le importaba era perder a su marido o las regalías del almacén del que vivía. La almacenera la miró fijo a los ojos y, cuando todo parecía que se iría a resolver a los cachetazos, le dijo que usted insiste en seguirme ofendiendo.
Buscó, sin pedir permiso, una de las sillas de la cocina de la casa de Blanca y el comisario y se desplomó como si le hubiera dado un surmenage. Se abanicó a sí misma con la palma de la mano, se midió las pulsaciones y, ya segura de que seguiría viva, la miró a Perla y le preguntó cómo creía que una mujer como ella estaría interesada en ese grasún que se pasaba el día diciéndole guarangadas a las clientas que entran al almacén. Entonces, terció el padrecito, lo suyo no es sentimiento sino interés, a lo que Pierre Donadou agregó que el interés también es un sentimiento aunque referido a las cosas materiales, que no son del todo carentes de interés. Ni siquiera, dijo la esposa del almacenero bajando la vista como si la avergonzara.