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Laberintos Humanos: Flor de ocaso

Sabado, 03 de octubre de 2020 01:03

La conexión ya estaba establecida, nos dijo Blanca y el padrecito le volvió a preguntar si aquello era pura imaginación. La esposa del comisario alzó los hombros. ¿Y cómo lo sabría?, le preguntó. A Bautisto Solón no lo conocí sino por las cosas que nos venía contando Pierro, y ni siquiera sé el nombre del pueblo en el que conoció a la Aurelia Cintitas.

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La conexión ya estaba establecida, nos dijo Blanca y el padrecito le volvió a preguntar si aquello era pura imaginación. La esposa del comisario alzó los hombros. ¿Y cómo lo sabría?, le preguntó. A Bautisto Solón no lo conocí sino por las cosas que nos venía contando Pierro, y ni siquiera sé el nombre del pueblo en el que conoció a la Aurelia Cintitas.

Sin embargo, puedo asegurarles que fue en la pensión en la que ella vivía y donde Solón llegó para alojarse, siempre viajero y solitario como era su costumbre. A ella le llamó la atención él y entonces brilló con ese comentario sobre el bolero Flor de Ocaso, que hizo que Solón alzara los ojos para verla.

Como decía Pierre Donadou, los viajeros son de enamorarse como cualquier otro mortal, sólo que ya tienen el vicio de andarse mudando o saben que la quietud agría los mejores sentimientos, y entonces lo lamentan alguna noche en sus cuartos y parten, como lo viven haciendo, quien sabe si porque además son incapaces de construir algo.

Pero la cuarentena le había cambiado las reglas del juego, y cuando comían en el comedor que era a la vez almacén, ella dijo algo acerca de unos cuartetos de cuerda cuya melodía remedaba cada uno de los sentimientos que construyen nuestra vida, y Solón alzó los ojos para mencionar a Querencio Sinitati, autor renacentista no tan conocido en estas tierras.

Entonces le pidió permiso para acercarse a su mesa, ella pestañeó a modo de asentimiento y, desde ese almuerzo, compartieron las tres comidas guardando la distancia social permitida.

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